VIDEOS MARXISTAS, MATERIALISMO HISTORICO, DIALECTICA, SOCIALISMO CIENTÍFICO. FILOSOFÍA MARXISTA
PACIFISMO BURGUÉS Y PACIFISMO REVOLUCIONARIO
MARX: DIALÉCTICA, HISTORIA Y COLONIALISMOS
HISTORIA DEL MARXISMO:CLASE 1-INTRODUCCIÓN

Biografía Federico Engels


Federico Engels nació el 28 de noviembre de 1820 en la ciudad de Barmen, en la Prusia renana, en el seno de la familia de un fabricante textil. Su país de origen era la provincia alemana desde la que comenzó a extenderse la gran industria capitalista, donde surgió el proletariado y comenzaron a perfilarse los antagonismos de clase entre el proletariado y la burguesía. En Federico dejó una impresión indeleble la miseria y los sufrimientos de los humildes, que él observó desde niño, viéndose también obligado por motivos familiares, antes de terminar los estudios secundarios, a emplearse como dependiente en una casa de comercio de Bremen en el año 1838


Este trabajo no le impidió ocuparse de su capacitación científica y política. Cuando era todavía estudiante secundario, llegó a odiar la autocracia y la arbitrariedad de los funcionarios. El estudio de la filosofía lo llevó aún más lejos. En aquella época predominaba en la filosofía alemana la doctrina de Hegel, de la que Engels se hizo partidario. A pesar de que el propio Hegel era admirador del Estado absolutista prusiano, a cuyo servicio se hallaba como profesor de la Universidad de Berlín, su doctrina era revolucionaria.


La fe de Hegel en la razón humana y en los derechos de ésta, y la tesis fundamental de la filosofía hegeliana, según la cual existe en el mundo un constante proceso de cambio y desarrollo, condujeron a los discípulos del filósofo berlinés que no querían aceptar la realidad, a la idea de que la lucha contra esa realidad, la lucha contra la injusticia existente y el mal reinante procede también de la ley universal del desarrollo perpetuo.


Si todo se desarrolla, si ciertas instituciones son remplazadas por otras, ¿por qué, entonces, deben perdurar eternamente el absolutismo del rey prusiano o del zar ruso, el enriquecimiento de una ínfima minoría a expensas de la inmensa mayoría, el dominio de la burguesía sobre el pueblo? La filosofía de Hegel hablaba del desarrollo del espíritu y de las ideas: era idealista. Del desarrollo del espíritu deducía el de la naturaleza, el del hombre y el de las relaciones entre los hombres en la sociedad. Marx y Engels conservaron la idea de Hegel sobre el perpetuo proceso de desarrollo, y rechazaron su preconcebida concepción idealista; el estudio de la vida real les mostró que el desarrollo del espíritu no explica el de la naturaleza, sino que por el contrario conviene explicar el espíritu a partir de la naturaleza, de la materia.


Contrariamente a Hegel y otros hegelianos, Marx y Engels eran materialistas. Enfocaron el mundo y la humanidad desde el punto de vista materialista, y comprobaron que, así como todos los fenómenos de la naturaleza tienen causas materiales, así también el desarrollo de la sociedad humana está condicionado por el de fuerzas materiales, las fuerzas productivas.



Del desarrollo de estas últimas dependen las relaciones que se establecen entre los hombres en el proceso de producción de los objetos necesarios para satisfacer sus necesidades. Y son dichas relaciones las que explican todos los fenómenos de la vida social, las aspiraciones del hombre, sus ideas y sus leyes. El desarrollo de las fuerzas productivas crea las relaciones sociales, que se basan en la propiedad privada; pero hoy vemos también cómo ese mismo desarrollo de las fuerzas productivas priva a la mayoría de toda propiedad para concentrarla en manos de una ínfima minoría.


En su primer escrito -Cartas de Wuppertal- describió con sincera compasión la aciaga vida de los obreros fabriles y artesanos de Barmen y Elberfeld, exponiendo que hubiera sido distinta si los capitalistas no las dirigieran de un modo tan insensato. Las Cartas de Wuppertal provocaron una tremenda indignación en la hipócrita clase explotadora denunciada por Engels. Ninguno de los lectores de aquel artículo anónimo sospechaba que su autor pertenecía a una respetable familia de acaudalados.


Engels se desplazó a Inglaterra, en Manchester, centro de la industria inglesa, a donde se trasladó en 1842 para trabajar en una firma comercial de la que su padre era accionista. Engels no se limitó a permanecer en la oficina de la fábrica, sino que recorrió los sórdidos barrios en los que se albergaban los obreros y vio con sus propios ojos su miseria y sufrimientos. No se limitó a observar personalmente; leyó todo lo que se había escrito hasta entonces sobre la situación de la clase obrera inglesa y estudió minuciosamente todos los documentos oficiales que estaban a su alcance. Como fruto de sus observaciones y estudios apareció en 1845 su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra


El libro de Engels sobre la situación de la clase obrera en Inglaterra, expone ideas que todo el proletariado piensa y lucha haciéndolas suyas, pero que entonces eran completamente nuevas. Fueron expuestas en un libro cautivante en el que se describe del modo más fidedigno y patético las penurias que sufría el proletariado inglés. La obra constituía una terrible acusación contra el capitalismo y la burguesía. La impresión que produjo fue muy grande. En todas partes comenzaron a citar la obra como el cuadro que mejor representaba la situación del proletariado contemporáneo. Y en efecto, ni antes de 1845, ni después, ha aparecido una descripción tan brillante y veraz de los padecimientos de la clase obrera.


El padre de Engels era un hombre muy religiososo, conservador y déspota. Federico tenía tres hermanos y cuatro hermanas. Los primeros siguieron el camino de su padre y se hicieron fabricantes. Las segundas se casaron con hombres de su misma condición social. Sólo él rompió con el espíritu que imperaba en el hogar paterno. Voluntarioso y con ganar de aprender, demostró muy temprano tener una mente aguda, así como un modo de pensar y de proceder independiente. Una carta conservada de las que Engels padre escribía a su esposa testimonia la preocupación que le causaba Federico, que a la sazón tenía 15 años de edad: Como sabes, en apariencia se ha hecho cortés, pero, pese a las sanciones severas que le imponemos, yo diría que no teme nuevos castigos y rehuye la obediencia absoluta. Por ejemplo, con gran pesar mío, otra vez he encontrado hoy en su escritorio un abominable libro de la biblioteca pública, una novela épica sobre la vida del siglo XIII. Que Dios guarde su alma; temo por este chico, excelente en general.


En setiembre de 1837 Federico Engels se vio obligado a dejar el instituto cuando le faltaba un año para concluir los estudios. El padre quería hacer un comerciante de su primogénito y adiestrarle en los negocios, haciéndole trabajar primero durante un año en su propia oficina y luego destinándole a una importante casa comercial de Brema. Pero la perspectiva de hacerse comerciante atraía poco al joven Federico. Su padre, muy preocupado por el rumbo que tomaba, le alojó en casa de un pastor protestante. Pero precisamente allí el joven se vio dominado por fuertes dudas respecto a la religión y rompió para siempre con ella. Cada vez pensaba más en los problemas políticos y sociales. La situación de entonces en la Alemania prerrevolucionaria y en los países vecinos ofrecía abundante material para la meditación e influyó grandemente en las ideas de Federico Engels. En Brema, gran puerto comercial con estatuto de ciudad libre, Federico tuvo la posibilidad de leer periódicos ingleses, holandeses y franceses, así como libros prohibidos en el resto de Alemania. La literatura y la prensa ampliaban los horizontes ideológicos y le ayudaban mucho a conocer los idiomas extranjeros. Se interesaba por la vida de los trabajadores desposeídos, que son lo mejor que el rey puede tener en su Estado.



Comienzo de la actividad revolucionaria

La revolución burguesa de 1830 en Francia rompió la calma de la que disfrutaba la reacción europea. Luego vinieron las primeras expresiones clasistas del proletariado: las sublevaciones de los tejedores lioneses en 1831 y 1834. Comenzó la agitación en Bélgica, Polonia, Italia y España. La lucha de clases se agudizó también en Inglaterra, donde en 1832 una reforma parlamentaria dio acceso al poder a la burguesía industrial; los obreros, protagonistas de aquella lucha, comprendieron que la burguesía les había traicionado y crearon su propio movimiento, el cartista.


En la segunda mitad de la década de los treinta y a comienzos de los cuarenta en Alemania se fueron formando, en el seno de la burguesía y la intelectualidad, grupos oposicionistas de distinta índole, literarios y filosóficos, cuyos miembros criticaban -tímidamente aún- el régimen dominante en sus escritos. Uno de aquellos grupos eran los neohegelianos, discípulos de izquierda del filósofo alemán Hegel, cuyo mayor mérito consistió analizar todos los fenómenos del mundo dialécticamente.



Empleando este método, trató de descubrir las leyes que rigen el desarrollo de la naturaleza y la sociedad humana, demostrar que la lucha de los contrarios era la base de este desarrollo. Pero, por muy erudito y progresista que fuese su método, Hegel no pudo cumplir la tarea que se había planteado. Su sistema filosófico adolecía de un vicio esencial: Hegel era idealista y su dialéctica también. Estimaba que en la base de desarrollo de la naturaleza y la sociedad radicaba el desarrollo del espíritu, de la idea absoluta, que existía antes de que surgiera el mundo. Esa idea absoluta que Hegel consideró hacedora de la naturaleza y de la sociedad humana no era sino una fe en dios, encubierta con un velo filosófico. En favor de sus conceptos políticos conservadores, Hegel traicionó la dialéctica, proyectándola únicamente al pasado y nunca al presente ni al futuro.


Influidos por la revolución francesa de 1830 y la agudización de las contradicciones en Alemania, los discípulos de Hegel sacaron conclusiones distintas a las de su maestro. Si todo lo existente debía, tarde o temprano, retroceder ante lo nuevo, también debía sobrevenir el fin de la monarquía prusiana y del dominio de los feudales. Como la política era entonces un tema prohibido en Alemania, los neohegelianos apuntaron sus críticas contra la religión, uno de los pilares de la monarquía prusiana. Pero a Engels no le satisfacían las ideas de los neohegelianos: encerrados en las cuestiones de la filosofía y la religión, permanecían distantes de la práctica, de la política. Engels se propuso demostrar que eran necesarias la unidad y la interacción de la ciencia y la vida, la filosofía y la política, el pensamiento y la acción. Sus primeros escritos y cartas a sus amigos evidencian sus inquietudes políticas y su energía revolucionaria. Soñaba con que un día el viejo mundo se derrumbara; le llenaban de júbilo las luchas que se avecinaban y la seguridad de la victoria. Poco a poco llegó a la decisión de consagrarse al periodismo, a la denuncia y a la agitación.


En los artículos que publicó con seudónimo en el Telegraph für Deutschland, Engels aparece como un vehemente demócrata revolucionario. En estos primeros escritos juveniles se percibe el odio a la monarquía, la compasión por los pueblos oprimidos y un vigoroso temperamento rebelde. Engels critica la monarquía, la propiedad feudal de tierra, los privilegios de la nobleza y las arbitrariedades de los burócratas. Lanza la consigna: ¡Abajo todos los estamentos! ¡Arriba una gran nación unida de ciudadanos con derechos iguales! En sus artículos planteaba como primera tarea de la revolución democrático-burguesa, la unidad del país dividido en lo económico y lo político (eran 38 los Estados pequeños y minúsculos que lo formaban). Propugnando un Estado democrático alemán unificado, Engels rebatía a la vez los intentos de la Prusia reaccionaria de llevar la voz cantante en el país unificado.


Esas eran las ideas políticas que Engels desarrolló en sus artículos y cartas, escritos cuando trabajaba para una casa comercial de Brema. Amplios horizontes, temperamento revolucionario, honda compasión por las sufridas masas trabajadoras: todo esto ponía al joven Engels muy por encima de su medio.



Voluntario en el ejército prusiano

En la primavera de 1841 Engels regresó a Wuppertal, y poco tiempo después estuvo en Berlín cumpliendo el servicio militar obligatorio. En la capital se enganchó como voluntario a una brigada de artillería, en la que conoció de cerca el adiestramiento militar prusiano y sacar buen provecho de ello: aprendió el arte de la guerra y pronto sería cañonero. Más tarde estudió a fondo la ciencia militar.


En las horas libres de servicio, asistía como oyente a los cursos de la Universidad de Berlín, especialmente a las lecciones de filosofía. Fue entonces cuando conoció al grupo de los neohegelianos: los hermanos Bruno y Edgar Bauer, Max Stirner y otros. Marx, que había formado parte de dicho grupo, ya no estaba en la ciudad, pero Engels oyó hablar mucho acerca de él, no siempre en buenos términos. Participó en los debates filosóficos que libraban entonces los neohegelianos. Publicó bajo seudónimo un artículo y luego dos folletos anónimos que inicialmente fueron atribuidos a Bakunin. En ellos criticaba los conceptos reaccionarios de Schelling y sus intentos de conciliar religión y ciencia, fe y saber. Contrariamente a Schelling, que se había propuesto liquidar la filosofía de Hegel, Engels defendió cuanto de racional y progresista contenía. Al mismo tiempo destacó la inconsecuencia de Hegel y la profunda contradicción que había entre su dialéctica intranquila y sus conclusiones políticas conservadoras. Al criticar la mística y reaccionaria filosofía de Schelling, Engels fue el primero de los neohegelianos en levantar abiertamente la bandera del ateísmo. Para ello se remitió en varias ocasiones al libro de Feuerbach La esencia del cristianismo, aparecido en 1841, donde criticaba la religión, que ejerció una enorme influencia sobre él y sobre todos los intelectuales avanzados de aquella época.



En aquellos escritos contra Schelling, aún asumiendo todavía posiciones idealistas, se perfila ya el viraje de Engels hacia el materialismo. Estos ensayos filosóficos se diferencian de los de otros neohegelianos también por su espíritu militante, revolucionario. En los artículos que tratan problemas filosóficos, se deja oír ya el fragor de la revolución en ciernes, a la que el joven Engels saluda al final de su folleto Schelling y la revelación con estas palabras: ¡El día de la gran solución, el día del batallar de los pueblos se está aproximando, y la victoria será nuestra!


El 8 de octubre de 1842 se licenció del ejército. Cuando regresó a Barmen, su padre le propuso trasladarse a realizar prácticas comerciales a Inglaterra a la fábrica textil Ermen and Engels de Manchester. Más que proporcionar una cualificación profesional a su hijo, quería alejarlo de las luchas ideológicas de la Alemania prerrevolucionaria. Si bien Engels no había publicado todavía nada con su firma, sus ideas democrático-revolucionarias no eran un secreto para la familia.


De camino a Inglaterra, Engels se detuvo en Colonia donde en la redacción de la Gaceta Renana conoció a aquel Marx del que le habían hablado en Berlín. Desde allí le había enviado algunos artículos para su publicación en la revista, y lo continuaría haciendo después desde Manchester hasta que la censura acabó con ella. Se intercambiaron las direcciones postales para poder mantenerse en contacto y contrastar ideas. Se inicio así una historia de 60 años de algo que siempre fue mucho más allá de la amistad y de la intimidad: una lucha común que bajo la bandera del marxismo le pertenece a Engels tanto como a Marx, aunque él siempre insistiera en situarse en un modesto segundo plano.



El paso al materialismo y al comunismo

En noviembre de 1842 Engels llegó a Londres. Su estancia en Inglaterra le fue muy útil y dio comienzo al viraje en su evolución ideológica. La atrasada Alemania que dejaba atrás, un país entonces agrario, contrastaba con Inglaterra, el país capitalista por excelencia. En ningún otro lugar del mundo las contradicciones entre el proletariado y la burguesía eran tan acusadas como en Inglaterra.


Engels estudió atentamente la situación de los obreros, así como los métodos de lucha que empleaban. No se limitó a leer libros y documentos oficiales. Deambuló por las ruidosas calles de Londres, Leeds y Manchester. Conocía muy bien Manchester, donde vivía y trabajaba. En las horas libres se marchaba de la parte comercial de la ciudad y recorría los barrios obreros. Con frecuencia le acompañaba Mary Burns, la joven trabajadora irlandesa de la que se había enamorado en Manchester.


La estancia de Engels en Inglaterra coincidió con el auge del movimiento cartista. Engels asistía a las reuniones y mítines cartistas, entró en contacto con los dirigentes del ala izquierda de dicho movimiento, entre ellos, con George Julian Harney, director del periódico cartista The Northern Star (La Estrella del Norte). Conoció también a los seguidores ingleses del socialista utópico Robert Owen. Empezó a colaborar con su publicación The New Moral World, donde insertaba artículos informando a los obreros ingleses del movimiento socialista en Francia, Alemania y Suiza, familiarizándolos con los conceptos de los grandes socialistas utópicos franceses Saint-Simon y Fourier, con las teorías de Cabet, Leroux, Proudhon y Weitling. De forma escueta habló de los filósofos alemanes Kant, Fichte y Schelling, así como de la doctrina de Hegel, cumbre de toda la filosofía idealista alemana. Criticando sus defectos, consignaba lo positivo que cada uno de ellos había aportado a la cultura universal.


En el artículo Los progresos del movimiento por la transformación social en el continente, Engels narró que ya en el otoño de 1842 algunos de los discípulos de izquierda de Hegel habían llegado a la conclusión de que las reformas políticas no bastaban y que el régimen social consonante con sus principios podría implantarse sólo como producto de una revolución social, cuyo elemento básico sería la propiedad colectiva. Entre estos hegelianos de izquierda -con quienes se solidarizaba- mencionó a Carlos Marx. De modo que ya antes de trasladarse a Inglaterra Engels había dado el primer paso hacia el comunismo, pero un comunismo aún indefinido y difuso.


Se hizo comunista durante su estancia en Inglaterra. Sus obras de aquel período muestran el camino que, sobre la base de sus propias experiencias científicas y vitales, recorrió del materialismo al comunismo. En los Esbozos para la crítica de la economía política criticó la teoría burguesa sobre el capitalismo desde las posiciones del proletariado. A diferencia de los economistas burgueses, que creían las leyes del capitalismo eternas e invariables, Engels las enfocó como históricamente determinadas y pasajeras. El paso a las concepciones comunistas coincidió con su viraje del idealismo al materialismo. El que Engels acabara por asumir las posiciones materialistas se pone de manifiesto en el análisis que hizo del sistema social y político de Inglaterra. Dedujo que la base de las luchas políticas en ese país eran los intereses materiales de las diferentes clases; describió el carácter de clase de los partidos políticos rivales y la naturaleza clasista del Estado inglés. Caracterizó el partido reaccionario -el de los tories- propio de la nobleza y el clero reaccionario, el partido liberal -el de los whigs- como representante de fabricantes y comerciantes, y, finalmente, el cartista, como partido cuyos principios interpretaban la conciencia común de los obreros ingleses.


Engels resumió sus estudios de las relaciones sociales y, en primer término, de la vida y las luchas del proletariado, en el libro La situación de la clase obrera en Inglaterra, que publicó en Alemania en 1845. En esta obra fue el primero en analizar las profundas secuelas de la revolución industrial en Inglaterra y descubrió varias leyes del capitalismo: las crisis económicas periódicas, la formación del ejército industrial de reserva o de desempleados, así como el aumento de la explotación de la clase obrera a medida que el capital se acumula. Al describir las condiciones de vida y de trabajo de los obreros, sus salarios, sus jornadas laborales, sus viviendas, el duro trabajo de las mujeres y los niños, así como la situación desesperada de los parados, Engels sacaba en conclusión que los intereses del proletariado y de la burguesía eran irreconciliables.



Una ciencia para transformar el mundo

A finales de agosto de 1844 Engels abandonó Manchester. De retorno a su país pasó por París, donde visitó a Marx, que estaba allí desde finales de octubre del año anterior. Desde Manchester Engels había seguido enviando sus artículos a la redacción de la Gaceta Renana en Colonia hasta que en enero de 1843 el gobierno prusiano la clausuró por su carácter democrático-revolucionario cada vez más marcado. En París Marx editaba otra publicación revolucionaria y socialista en colaboración con Arnold Ruge: los Anales franco-alemanes. También a ella envió Engels sus colaboraciones. En esta revista se publicaron los Esbozos para la crítica de la economía política, la obra que impulsó a Marx a reanudar sus estudios en la materia.


Aquellos diez días de contacto permanente en París en agosto de 1844, dieron comienzo a una amistad que ambos cultivarían toda la vida, a la coordinación de dos mentes lúcidas que proporcionarían a la clase obrera la teoría revolucionaria y los fundamentos de la estrategia y la táctica. Las leyendas de la antigüedad nos ofrecen conmovedores ejemplos de amistad. El proletariado europeo puede decir que su ciencia fue creada por dos sabios y luchadores cuyas relaciones superan a las leyendas más emocionantes, escribió Lenin.


Al reunirse en París, Marx y Engels eran ya ambos comunistas. En el hecho de que optaran por el materialismo, desempeñó un gran papel el filósofo alemán Ludwig Feuerbach, quien en su libro La esencia del cristianismo demostraba que no era dios quien había creado al hombre, sino el hombre quien había creado a dios a su imagen y semejanza; que no era el espíritu, ni la idea, ni el pensamiento quien daba origen a la existencia, sino al contrario: la existencia daba origen al pensamiento. Aun valorando altamente la filosofía de Feuerbach, Marx y Engels vieron que el materialismo de aquel hombre era limitado. En la interpretación del proceso histórico, Feuerbach seguía siendo idealista. Por el contrario, Marx y Engels consideraban que el materialismo debía aplicarse de modo consecuente también para explicar los fenómenos sociales al estudiar la historia. A diferencia de Feuerbach, que simplemente rechazó la dialéctica idealista de Hegel, Marx y Engels comenzaron a revisarla críticamente con el fin de que el materialismo y la dialéctica confluyesen en una cosmovisión científica integral.


En París ambos concluyeron que habían llegado a conclusiones semejantes, aunque por caminos diferentes. Decidieron iniciar su colaboración escribiendo un libro para exponer los fundamentos de la nueva concepción del mundo, materialista y revolucionaria. Empezaron la obra allí mismo, en París. Engels tuvo tiempo de redactar varios capítulos, pero la mayor parte del libro la escribió Marx. Publicado bajo el irónico título de La sagrada familia o la Crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y compañía, estaba dirigido contra los neohegelianos, con quienes los autores habían roto ya.


La sagrada familia es un apodo irónico dado a dos filósofos, los hermanos Bauer, y a sus discípulos. Estos señores practicaban una crítica fuera de toda realidad, por encima de los partidos y de la política, que negaba toda actividad práctica y sólo contemplaba "críticamente" el mundo circundante y los sucesos que ocurrían en él. Los señores Bauer calificaban desdeñosamente al proletariado como una masa sin espíritu crítico. Marx y Engels protestaron enérgicamente contra esa tendencia absurda y nociva. En nombre de la verdadera personalidad humana, la del obrero pisoteado por las clases dominantes y por el Estado, exigieron, no una actitud contemplativa, sino la lucha por una mejor organización de la sociedad. Y, naturalmente, vieron en el proletariado la fuerza capaz de desarrollar esa lucha en la que está interesado. Antes de la aparición de La sagrada familia, Engels había publicado ya en la revista Anales franco-alemanes, editada por Marx y Ruge, su Estudio crítico sobre la economía politica, en el que analizaba, desde el punto de vista socialista, los fenómenos básicos del régimen económico contemporáneo, como consecuencia inevitable de la dominación de la propiedad privada. Sin duda, su vinculación con Engels contribuyó a que Marx decidiera ocuparse de la economía política, ciencia en la que sus obras produjeron toda una revolución.


Rebatiendo las concepciones idealistas de Bruno Bauer y de sus correligionarios, quienes consideraban que sólo seres escogidos hacían la historia, Marx y Engels formularon en La sagrada familia uno de los postulados básicos del materialismo histórico, que afirma lo siguiente: los verdaderos artífices de la historia no son los individuos heroicos, sino las masas populares. Demostraron que las masas irían convirtiéndose cada vez más en conscientes protagonistas del desarrollo histórico. En La sagrada familia expusieron de forma casi consumada ya su criterio respecto a la misión liberadora universal del proletariado. Contrariamente a los socialistas utópicos, para quienes la clase obrera era una masa impotente y sufrida, Marx y Engels demostraron que el proletariado, la clase más oprimida, pero organizada ya en el propio proceso de la producción capitalista, estaba llamado a realizar la transformación revolucionaria del mundo.


La idea sobre la misión histórica mundial del proletariado se constituyó en el sólido fundamento sobre el que se levantaría el edificio del comunismo científico: Lo principal en la doctrina de Marx es el haber puesto en claro el papel histórico universal del proletariado como creador de la sociedad socialista, consignó luego Lenin. Expuesto este descubrimiento esencial, el socialismo pasó de la utopía a la ciencia y entró en terreno firme de las luchas revolucionarias de la clase obrera.


De regreso a Barmen, Engels, ocupado en concluir su ensayo La situación de la clase obrera en Inglaterra, se volcó también en la acción revolucionaria. Recorrió varias ciudades para establecer contactos con los socialistas locales. En sus discursos explicaba que la revolución social era la consecuencia inexorable del desarrollo capitalista, a raíz de la cual surgiría una sociedad basada en el colectivismo y en que los medios de producción serían patrimonio del pueblo. Semejante sociedad, predecía Engels, no provocaría guerras de rapiña. Engels narraba por carta aquellas reuniones a Marx, diciéndole que le alegraba la posibilidad de tratar con hombres de carne y hueso, predicándoles en directo, de forma manifiesta. Sin embargo, aquella alegría se veía aguada por la tirantez reinante en su familia por sus actividades políticas y por su renuncia a ocuparse del maldito comercio. 



En la primavera de 1845 Engels partía para Bruselas, donde residía entonces Marx, expulsado de París por instigación del gobierno prusiano. Al evocar su encuentro con Marx en la capital belga, Engels escribió más tarde: Cuando volvimos a reunirnos en Bruselas, en la primavera de 1845, Marx [...] había desarrollado ya, en líneas generales, su teoría materialista de la historia, y nos pusimos a especificarla en los más diversos aspectos. De 1845 a 1847 Engels vivió en Bruselas y en París, alternando los estudios científicos con las actividades prácticas entre los obreros alemanes residentes en dichas ciudades. 



Allí Engels y Marx se relacionaron con una asociación clandestina alemana, la "Liga de los Comunistas" que les encargó expusieran los principios fundamentales del socialismo elaborado por ellos. Así surgió el famoso Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, que apareció en 1848. Este librito vale por tomos enteros: inspira y anima, aún hoy, a todo el proletariado organizado y combatiente del mundo civilizado.



Marx y Engels expusieron sus nuevas concepciones en una obra extensa que titularon La ideología alemana, pero que no pudieron publicar por no haber editor que la aceptase. En vista de ello, entregamos de muy buen grado el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, pues nuestro objeto principal, poner en claro nuestras propias ideas, estaba ya conseguido. Por primera vez el texto íntegro de esta obra se publicó en la Unión Soviética en 1932 en alemán.



En La ideología alemana, Marx y Engels criticaron a los neohegelianos, la filosofía de Hegel y la filosofía idealista en general. Aun rindiendo tributo a la aportación que había hecho Feuerbach a la lucha contra el idealismo, mostraron los defectos de su materialismo metafísico, limitado y pasivamente contemplativo. Dedicaron un amplio espacio a denunciar el socialismo pequeño burgués, cuyos dirigentes rechazaban la lucha de clases y predicaban con hipocresía el amor, la fraternidad, la justicia, etc. El mérito teórico de La ideología alemana consistía en formular por vez primera las tesis básicas del materialismo histórico, el gran descubrimiento de Marx que señalaba un viraje cardinal, una verdadera revolución en la filosofía y en la concepción de la historia universal que hizo de ella una ciencia verdadera.



Marx y Engels demostraron que las condiciones de la vida material de la sociedad y el modo de producción de los bienes materiales son la base del proceso histórico. Por consiguiente, las raíces de los cambios históricos y de las revueltas sociales no debían buscarse en ideas, teorías y conceptos políticos abstractos, sino en las condiciones de la vida material de la sociedad, en la existencia social, cuyo reflejo eran dichas ideas, teorías y criterios políticos. En La ideología alemana apareció por primera vez la tesis de que la sucesión de las formaciones socioeconómicas es una regularidad objetiva e históricamente determinada. El crecimiento de las fuerzas productivas pone éstos en contradicción con las relaciones de producción existentes. Estas contradicciones tienen su expresión política en la lucha de clases, fuerza motriz de las sociedades antagónicas, que conduce a la revolución y al cambio de una formación sociopolítica por otra (por ejemplo, feudalismo en lugar de capitalismo). En el proceso de la revolución, los hombres no sólo modifican las relaciones sociales, también cambian ellos.



La ideología alemana contiene varias tesis básicas de la economía política marxista. Al analizar las leyes que rigen el desarrollo del capitalismo, Marx y Engels demostraron que el fracaso de este sistema era irreversible y fundamentaron la necesidad de la revolución socialista. Para destruir la sociedad capitalista, el proletariado, como toda clase que quiere regir sus destinos, debe, en primer lugar, conquistar el poder político. De esta tesis nacería la doctrina marxista sobre la dictadura del proletariado. En La ideología alemana sus autores bosquejaron también la sociedad comunista del futuro. A diferencia de los socialistas utópicos, el comunismo no fue para Marx y Engels un sueño fantástico de un futuro idílico, sino una meta objetivamente necesaria e históricamente determinada, a alcanzar por la acción revolucionaria. Criticando el materialismo contemplativo de Feuerbach, Marx y Engels establecieron la indisoluble unidad de la teoría y la práctica revolucionarías, así como la eficacia transformadora de la teoría avanzada. Marx formuló esta idea con claridad meridiana y con el máximo laconismo en sus famosas tesis sobre Feuerbach trazadas en 1845: Los filósofos no han hecho más que ínterpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.




La ideología alemana constituyó una etapa trascendental en la formación de los fundamentos teóricos y filosóficos del comunismo científico: el materialismo dialéctico e histórico.

FRAGMENTO DE LA IDEOLOGÍA ALEMANA
"Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero los hombres son reales y actuantes, tal y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el intercambio que a él corresponde, hasta llegar a sus formaciones más amplias. La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. 

Y si en toda la ideología los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en la cámara oscura, este fenómeno responde a su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina responde a su proceso de vida directamente físico. Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vía.

También las formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y sujeto a condiciones materiales. La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. no tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia. Desde el primer punto de vista, se parte de la conciencia como del individuo viviente; desde el segundo punto de vista, que es el que corresponde a la vida real, se parte del mismo individuo real viviente y se considera la conciencia solamente como su conciencia."




La Liga de los Comunistas


En contraste con la filosofía de Feuerbach, Marx y Engels insistían en el fondo eficaz y revolucionario de su doctrina. No podían conformarse con abonar con argumentos científicos sus tesis y limitarse a exponerlos al mundo de los estudiosos. A la vez que iban creando su teoría revolucionaría, empezaron a esforzarse por unir el socialismo y el movimiento obrero, por fundar un partido obrero. 



Esta tarea urgía ya que en varios países europeos se estaba gestando una situación revolucionaria. En aquella época, en París y Londres había varias secciones de la organización clandestina Liga de los Justos integrada en su mayor parte por artesanos alemanes. En 1843 Engels conoció en Londres a tres dirigentes de aquella Liga: Karl Schapper, Heinrich Bauer y Joseph Moll; durante el viaje de seis semanas que hizo a Inglaterra en compañía de Marx en 1845, reanudó sus contactos con ellos, que para entonces se habían convertido en dirigentes también de la Sociedad Cultural de Obreros Alemanes, fundada en Londres en 1840.



A comienzos de junio de 1847 Londres acogía el Congreso de la Liga. Marx no pudo asistir al mismo por sus dificultades económicas; en representación de las comunidades parisinas lo hizo Engels; de la de Bruselas, Guillermo Wolff.




En aquel Congreso la Liga cambió la denominación de los Justos por la de los Comunistas. En vez del viejo lema Todos los hombres son hermanos, se adoptó el proclamado por Marx y Engels: ¡Proletarios de todos los países, uníos! que, como expresión de internacionalismo proletario, se convirtió desde entonces en el grito de guerra frente a la esclavitud capitalista. El proyecto de Estatutos y de Programa adoptado por el Congreso se distribuyó en los comités para ser discutido y luego ratificado definitivamente en el Segundo Congreso de la Liga.




Aquel Segundo Congreso se inauguró el 29 de noviembre de 1847 en Londres. Engels representaba en él a las comunidades de París; Marx a la de Bruselas. El Congreso aprobó con algunas reformas el proyecto de Estatutos. La fórmula clásica de su primer artículo, propuesta por Marx y Engels, rezaba: La finalidad de la Liga es derrocar a la burguesía, alcanzar el dominio para el proletariado, suprimir la vieja sociedad burguesa, basada en los antagonismos de clase, y crear una nueva sociedad, sin clases y sin propiedad privada. Tras largos y animados debates en torno al Programa, en los que Marx y Engels esgrimieron la nueva teoría, los principios que propugnaban fueron aprobados por unanimidad y se les propuso redactar el Manifiesto.



En 1847, Engels escribió “Principios del comunismo”, proyecto de programa de la “Liga de los comunistas”. Estos “Principios’’ sirvieron de base para el “Manifiesto del Partido Comunista” (1848), redactado por Marx y Engels, donde el marxismo aparece como una concepción coherente del mundo y como una unidad integrada por la economía política, la filosofía y el socialismo científico. 



Bajo éste título, se encierra el trabajo que Engels presentó a la Liga de los Comunistas como su propuesta para el proyecto de crear un programa político. Fue escrito en París por encargo del Comité Comarcal de la Liga de los Comunistas (anteriormente Liga de los Justos), tras el II Congreso celebrado entre el 29 de noviembre y el 8 de Diciembre de 1847.  Presenta una estructura de catecismo, con preguntas y respuestas, que será abandonada posteriormente para el trabajo final, elaborado como un Manifiesto, y que pasaría a la Historia como el Manifiesto del Partido Comunista. Sin embargo, pese a no ser la obra escogida, Principios del Comunismo fue la base sobre la que se desarrolló el Manifiesto, tomando gran parte del desarrollo teórico, matizado y reelaborado con Marx. El valor didáctico de la obra es indiscutible, al tratarse de un texto ágil, estructurado en preguntas directas con respuestas claras sobre la situación del proletariado, su diferenciación como clase, sus vías de liberación, su ideología, etc.  Su lectura es muy rápida e implica una rápida aproximación, junto con el Manifiesto, a las bases ideológicas marxistas. Para el lector con más experiencia, es curioso como algunos conceptos marxistas no están completamente desarrollados, como el de "fuerza de trabajo", o como otros comienzan a ser esbozados.




Marx y Engels aprovecharon su estancia en Londres también para ampliar los contactos con los obreros comunistas y con los demócratas de diferentes países. Asistieron al mitin democrático internacional organizado para conmemorar el aniversario de la insurrección de 1830 en Polonia. En sus discursos trazaron las líneas fundamentales de la política del proletariado en la cuestión de las nacionalidades. Así Engels lanzó una tesis que se constituiría en principio rector del proletariado en lo relativo a las nacionalidades: Ninguna nación puede ser libre si continúa oprimiendo a otras.



De regreso a Bruselas, Marx y Engels trabajaron juntos en el Manifiesto hasta fines de diciembre. Luego Engels volvió a Paris, y Marx se dedicó a poner a punto el Programa de la Liga de los Comunista.

En febrero de 1848 se publicó en Londres el Manifiesto del Partido Comunista, el primer documento programático del comunismo científico que, a la larga, como escribió Engels, se convirtiría en la obra más difundida, la más internacional de toda la literatura socialista, el programa de muchos millones de obreros de todos los países, desde Siberia hasta California.




En el Manifiesto del Partido Comunista se acuñó por primera vez, con extraordinaria sencillez, la teoría revolucionaria del proletariado, el comunismo científico: Esta obra -escribió Lenin- expone con una claridad y una brillantez geniales, la nueva concepción del mundo, el materialismo consecuente aplicado también al campo de la vida social, la dialéctica como la más completa y profunda doctrina del desarrollo, la teoría de la lucha de clases y del papel revolucionario histórico mundial del proletariado como creador de una sociedad nueva, de la sociedad comunista. El Manifiesto explica científicamente que históricamente es irreversible la desaparición del capitalismo, y en su lugar -por obra de la revolución proletaria y la implantación del dominio político del proletariado- se levantará una sociedad nueva, sin clases.



Los fundadores del marxismo demuestran en el Manifiesto que la historia de la sociedad humana ha sido la de las luchas de clases, entre los explotadores y los explotados, entre dominadores y oprimidos. La sociedad capitalista que reemplazó al feudalismo no ha hecho sino crear, en vez de las viejas, unas clases nuevas, ha intensificado y enconado los antagonismos de clase. A diferencia de los ideólogos burgueses, pregoneros de la ideología de que el Estado está por encima de las clases sociales, los fundadores del marxismo señalan en el Manifiesto que en la sociedad capitalista el poder político no es más que el consejo de administración que rige los intereses comunes de toda la clase burguesa.




Marx y Engels mostraban en el Manifiesto que la propiedad privada sobre los medios de producción se convierte en una traba para las fuerzas productivas en desarrollo. Intensifica cada vez más el antagonismo del sistema capitalista, el que existe entre el carácter social de la producción y el modo capitalista privado de apropiarse los productos. Los antagonismos del capitalismo desembocan en las crisis que periódicamente sacuden a la sociedad. La burguesía se sobrepone a estas crisis destruyendo buena parte de los productos elaborados, conquistando nuevos mercados y librando guerras de rapiña que acarrean indecibles sufrimientos a la humanidad. Pero así remedia unas crisis preparando otras, más extensas y alarmantes. 



La burguesía, defensora de la propiedad privada sobre los medios de producción, pasa de ser la clase progresista que fue a convertirse en la clase más reaccionaria, al obstáculo que se interpone al avance del género humano hacia el comunismo.
Sólo la revolución socialista y la instauración del dominio político del proletariado puede liberar a los trabajadores de los padecimientos y penalidades que genera el capitalismo. Al crecer, el capitalismo crea premisas materiales para la futura sociedad comunista y produce, ante todo, a sus propios enterradores: los proletarios, artífices de la nueva sociedad. El proletariado, la clase consecuentemente revolucionaria, no puede liberarse sin liberar también de toda explotación, de toda opresión, a la humanidad entera.




El Manifiesto contiene la tesis del papel dirigente del partido comunista como requisito para que el proletariado gane sus luchas. Los comunistas, explican Marx y Engels, son la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales del movimiento proletario. Interpretan los intereses de todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad, y propugnan el internacionalismo proletario. En todas las fases históricas que recorre la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento, enfocado en su conjunto: acabar con toda opresión, con toda explotación.



Refutando los embustes que sobre los propósitos de los comunistas iba propalando la burguesía, en el Manifiesto Marx y Engels formularon los objetivos reales del partido proletario: derribar el dominio de la burguesía y hacer que el proletariado conquiste el poder político. El proletariado se valdrá del poder político para ir despojando gradualmente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrunientos de producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante y procurando aumentar, con la mayor rapidez posible las fuerzas productivas. Esta tesis del Manifiesto contiene una de las más brillantes ideas del marxismo respecto al Estado. El Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante, no es otra cosa que la dictadura del proletariado, escribió Lenin analizando este documento.




Marx y Engels proclamaron y fundamentaron teóricamente en el Manifiesto el principio del internacionalismo proletario. El dominio del proletariado, sostuvieron, pondría fin a la opresión colonial y salvaría para siempre de las guerras de conquista y rapiña a la humanidad.




El valor de la previsión científica que hicieron los fundadores del marxismo estaba también en que supieron trazar en el Manifiesto los contornos generales de la futura sociedad comunista y demostrar la gran superioridad de un sistema social cuyo artífice sería el proletariado. Marx y Engels señalaron que en la sociedad comunista no habría trabas y, por consiguiente, ningún límite para el desarrollo de las fuerzas productivas. Contrariamente a la sociedad capitalista, en la que impera el principio de que quien trabaja, nada adquiere, mientras que quien adquiere, no trabaja, en la sociedad comunista el trabajo será un medio para dilatar, fomentar y enriquecer la vida del obrero, afirmaron.



En las batallas revolucionarias

La publicación del Manifiesto del Partido Comunista coincidió con importantes acontecimientos revolucionarios en Europa. En enero de 1848 estalló la insurrección en Sicilia. El 23 y el 24 de febrero los obreros de París, con el apoyo de la pequeña burguesía, vencieron a las tropas en enfrentamientos heroicos en las barricadas y obligaron al Gobierno provisional a proclamar la Segunda República. A fines de febrero y comienzos de marzo, la avalancha revolucionaria se extendió a los Estados del oeste y el sur de Alemania más cercanos a Francia. En el mismo período se desencadenó el movimiento revolucionario de liberación nacional en Hungría, parte del multinacional Imperio Austriaco. El 13 de marzo se produjo un estallido revolucionario en Viena. El 18 de marzo, en la capital de Prusia, Berlín. En marzo y abril se registró un nuevo auge del movimiento cartista en Inglaterra.




Destruir las monarquías absolutistas, abolir el dominio feudal de la tierra, romper el yugo extranjero, formar Estados democráticos nacionales: tales eran las tareas históricas del momento. Los fundadores del marxismo consideraban que con el favorable devenir de la lucha de clases, la revolución democrático burguesa en algunos países de Europa podría ser el prólogo de la revolución proletaria.



Marx y Engels, que consideraban la revolución como la gran fuerza motriz, la locomotora de la historia, acogieron con júbilo las noticias de estas primeras batallas revolucionarias. Estimaron que su misión consistía en ayudar a las masas populares, dar conciencia y organización a sus impetuosas acciones espontáneas. El período de su participación en la lucha revolucionaria de masas de 1848-1849 fue un punto central en las vidas de Marx y Engels.




En vísperas de la revolución de febrero en Francia, Engels, a quien el gobierno francés expulsó de París por su labor revolucionaria entre los obreros, se trasladó a Bruselas. Pero estuvo allí poco tiempo. Comenzada la revolución en Francia, Marx y Engels decidieron volver a París, al centro de la lucha. El gobierno belga aceleró la realización de este propósito. El 3 de marzo Marx recibió la orden de abandonar Bélgica en 24 horas; en la noche del 3 al 4 de marzo fue detenido junto con su esposa pero, puestos en libertad a las pocas horas, partirían hacia París. Engels se quedó en Bruselas dos semanas más para organizar la campaña de protesta contra la expulsión de Marx.




Cuando Engels llegó a Paris, Marx había desarrollado una extensa labor. De acuerdo con las atribuciones del Comité Central londinense, formó un nuevo Comité Central de la Liga de los Comunistas, llegando a presidirlo. Karl Schapper fue elegido secretario. Engels sería miembro de dicho organismo.




A fines de marzo Marx y Engels redactaron las Reivindicaciones del Partido Comunista de Alemania, importante documento donde formularon la plataforma política del proletariado en la revolución alemana. Comenzaba con la consigna clave de los comunistas en la revolución burguesa alemana: una república alemana indivisa. A continuación se proponía armar a todo el pueblo, suprimir sin indemnización todas las cargas y deudas feudales que agobiaban al campesinado, confiscar los latifundios, formar un banco del Estado que reemplazase a todos los bancos privados, nacionalizar las minas, los transportes y las comunicaciones, separar por completo la Iglesia y el Estado, establecer altos impuestos progresivos, fundar talleres nacionales.

Las Reivindicaciones del Partido Comunista de Alemania, firmadas por los miembros del Comité Central de la Liga de los Comunistas, fueron impresas como proclama y, junto con el Manifiesto del Partido Comunista, distribuidas como documentos políticos rectores entre los obreros alemanes que volvían al país. Al mismo tiempo Marx y Engels encargaron a los militantes de la Liga de los Comunistas, fundar comités de aquella y otras organizaciones obreras en Alemania.




Cumplido este trabajo preliminar, Marx y Engels abandonaron París a comienzos de abril y se dirigieron a Alemania.




En aquella época los levantamientos de los obreros y la pequeña burguesía en las ciudades, así como del campesinado en las zonas rurales, obligaron a los gobiernos de los Estados alemanes a hacer concesiones. Pero en todas partes la gran burguesía monopolizó los frutos de la victoria popular. La burguesía liberal que se abrió paso hacia el poder no tardó en mostrarse como una fuerza contrarrevolucionaria, dispuesta a transigir con la monarquía y la nobleza. Como resultado, el poder fáctico (ejército, policía, aparato estatal) siguió en manos de los terratenientes y de los monarcas. La batalla decisiva estaba todavía por delante.



Marx y Engels se instalaron en Colonia. No era casual; era la capital de la industrialmente avanzada provincia Renana y uno de los más importantes centros del movimiento obrero. Además, allí Marx y Engels encontraron condiciones favorables para madurar un plan: editar un gran diario revolucionario.




En Alemania Marx y Engels realizaron un gran esfuerzo para fundar comités de la Liga de los Comunistas y otras organizaciones obreras. Pero el proletariado alemán, en su mayor parte compuesto por artesanos, era entonces débil, no estaba organizado y le devoraban los prejuicios pequeño burgueses. En vista de ello, Marx y Engels decidieron sumarse al movimiento democrático que se había desplegado en el país, situándose en su flanco izquierdo. En aquel contexto, la bandera del diario que fundaban podía ser sólo la democracia, pero una democracia que en todas partes y en cada caso concreto declare su específico carácter proletario.



Para realizar su propósito, Marx y Engels ingresaron en la Sociedad Democrática de Colonia y recomendaron a todos sus partidarios hacer lo mismo. El 1 de junio de 1848 vio la luz el primer número de la Nueva Gaceta Renana, con el subtítulo: Órgano de la democracia. Fue el único vehículo impreso de la política revolucionaria del proletariado, de orientación infalible en las complicadas peripecias de las luchas de clases de 1848-1849. 



Como director de aquel diario, el propio Marx escribió poco en él, por estar ocupado en la dirección política general y correr con la mayor parte del trabajo organizativo. La mayor parte de los artículos políticos de fondo, los redactaba Engels, colaborador insustituible gracias a la agilidad de su pluma y a su lucidez periodística. Como en otras materias, Marx y Engels se complementaban perfectamente. La Nueva Gaceta Renana se planteaba como tarea de primordial importancia combatir las ilusiones ya arraigadas de que la revolución había concluido en los combates de marzo y que sólo quedaba cosechar los frutos. Rebatiendo estas ilusiones, Marx y Engels reanudaron el combate contra la gran burguesía traidora, que no había cumplido ni una sola tarea de la revolución burguesa y, temiendo al pueblo revolucionario, había establecido una alianza con las fuerzas reaccionarias.




Combatiendo a la burguesía por su traición al campesinado, el diario propugnaba que se aboliesen sin indemnización las cargas feudales y se liquidasen los latifundios.




Con ironía mordaz y sarcasmo, tan propio de él, Engels ridiculizó las asambleas representativas convocadas en Alemania, en las que en lugar de acciones revolucionarias se daban a la charlatanería parlamentaria y a las resoluciones pusilánimes, inútiles. Como contrapartida a las vacilaciones de los dirigentes de la pequeña burguesía, Marx y Engels incitaban al pueblo a librar una lucha implacable contra la reacción feudal y la contrarrevolución burguesa. Instaurar la dictadura revolucionaria del pueblo era la premisa trascendental para que la revolución pudiese avanzar triunfante, estimaban los fundadores del marxismo. Todo sistema estatal provisional, después de una revolución, exige una dictadura y además una dictadura enérgica, decía en la Nueva Gaceta Renana.




Al trazar el programa de acción, el diario exhortaba a los demócratas alemanes y de Europa entera a alzar la voz en defensa de los pueblos oprimidos y a unirse en la lucha revolucionaria contra los tres enemigos más peligrosos de la revolución: la Rusia zarista, la contrarrevolucionaria Inglaterra burguesa y la reaccionaria Prusia de los junkers. En varios artículos Engels dilucidó los principios de la política del proletariado respecto a las nacionalidades y las formas concretas de la misma en el contexto de la revolución de 1848-1849. Con la máxima vehemencia revolucionaria denunció la traición de la burguesía alemana, que continuó explotando y oprimiendo a otros pueblos. 



Engels insistía en que la emancipación de las naciones oprimidas era una condición imprescindible para el futuro desarrollo del pueblo alemán como nación libre y democrática. Alemania será libre en la medida en que conceda la libertad a los pueblos vecinos. Para Marx y Engels la cuestión de las nacionalidades no estaba aislada ni era independiente; la abordaron siempre desde el punto de vista de los intereses de la revolución. De ahí la calificación diferente que dieron a los movimientos nacionales de distintos pueblos. En la situación concreta gestada en 1848 y 1849 apoyaron resueltamente el movimiento nacional-liberador de polacos y húngaros. Saludaron también la insurrección de los checos, que se alzaron en Praga contra el yugo austriaco. Pero cambiaron su actitud hacia el movimiento nacional de los checos y de otros pueblos eslavos que formaban parte del Imperio Austriaco, cuando el zarismo ruso y la casa de los Habsburgo comenzaron a azuzar a estos pueblos contra los movimientos democráticos alemán y húngaro y aprovechar la lucha nacional de aquellos con fines reaccionarios.


La dura derrota infligida al proletariado parisino en junio de 1848 hizo desencadenar la contrarrevolución en toda Europa. La burguesía francesa había provocado a los obreros a una insurrección armada que, tras cuatro días de luchas heroicas en las barricadas, fue anegada en sangre. La prensa burguesa del mundo entero ensalzó a la soldadesca del general Cavaignac que aplastó a los insurrectos y cubrió de embustes a los vencidos. Fue en aquellos días cuando se realzó el verdadero carácter revolucionario de la Nueva Gaceta Renana, el único diario de Alemania, y de casi toda Europa, que puso en alto la bandera ensangrentada del proletariado.  Marx dedicó a los héroes de junio uno de sus artículos más emocionados, que terminaba así: Ceñir con una corona de laureles su frente sombría y amenazante es un privilegio y un derecho para la prensa democrática. 



Engels comentó los acontecimientos de junio en varios artículos. Admiró el heroísmo, la audacia, la organización improvisada con rapidez y la unanimidad de los insurrectos. Eran los primeros escritos en que Engels abordaba cuestiones militares, en cuyo estudio alcanzó pronto resultados brillantes. Es curioso que empezara sus investigaciones en la materia militar por la insurrección armada. La Nueva Gaceta Renana alertó a las masas respecto al golpe de Estado contrarrevolucionario que amañaban en Alemania. Engels puso el máximo empeño en movilizar a las masas para combatir a la contrarrevolución.



El 13 de setiembre habló en un mitin masivo convocado por la Nueva Gaceta Renana, en el cual se fundó el Comité de Seguridad, órgano revolucionario de las masas populares, entre cuyos miembros figuraban Marx y Engels. A los cuatro días, el 17 de setiembre, el consejo de redacción de la Nueva Gaceta Renana y la Sociedad Obrera de Colonia reunieron en un prado próximo a la aldea de Worringen, a orillas del Rin, una nueva asamblea multitudinaria de obreros y campesinos. Engels fue elegido secretario. En el discurso que pronunció en el mitin lanzó la consigna -incluida después en la resolución adoptada- de luchar por la instauración de una república democrática.



Cuando en Colonia se recibió la noticia del levantamiento de los obreros y campesinos de Frankfurt y de sus inmediaciones, la Nueva Gaceta Renana manifestó enseguida su apoyo a los rebeldes. Bajo la influencia de Marx y Engels, el 20 de setiembre se convocó en Colonia una reunión de masas populares en solidaridad con los combatientes de las barricadas.




Al gobierno prusiano le preocupaba el auge que cobraba el movimiento de masas en Renania, en cuya capital se editaba la Nueva Gaceta Renana y se encontraba el Estado Mayor de la Liga de los Comunistas, con Marx y Engels al frente. Concentró allí enormes contingentes de tropas y esperó el momento propicio para provocar a las masas y reprimir. La Nueva Gaceta Renana alertó con insistencia a los trabajadores contra un levantamiento prematuro y falto de preparación. El 25 de setiembre detuvieron a dos dirigentes destacados del movimiento obrero de Colonia: Schapper y Becker. Se veía amenazado de detención también Joseph Moll, uno de los dirigentes más populares de la Sociedad Obrera local. Los obreros decidieron impedirlo y comenzar la insurrección. Marx, Engels y sus partidarios lograron a duras penas retener a las masas frente a aquella acción prematura y aislada.




Al fracasar en su provocación, el 26 de setiembre el gobierno implantó el estado de sitio en Colonia, desarmaron a las milicias, prohibieron las organizaciones obreras y democráticas, así como sus diarios. La Nueva Gaceta Renana también fue declarada fuera de la ley. Al mismo tiempo ordenaron la detención de algunos redactores, entre ellos a Engels, que se había destacado como uno de los organizadores y dirigentes del movimiento de masas desatado en setiembre en Renania. No deseando vérselas con los militares prusianos y pasar encarcelado aquel álgido período revolucionario, Engels se trasladó a Bruselas. Pero las autoridades belgas lo detuvieron y expulsaron del país. Entonces se fue a París.





La capital francesa, ciudad de la contrarrevolución triunfante, le deprimió: No pude aguantar más tiempo en este París muerto, escribió entonces. Debía huir, no importa a dónde. Entonces me encaminé primero a Suiza. Disponía de poco dinero, por lo que tuve que ir a pie. Tardó dos semanas en llegar de París a Suiza; atravesó el sur de Francia, pasó por Ginebra y luego por Lausana donde, tras recibir dinero de Marx, se dirigió a Berna, donde se instaló temporalmente.  Le fastidiaba tener que permanecer en la sórdida Suiza pequeño burguesa, apartada de las tempestades revolucionarias, aunque allí tampoco permaneció de brazos cruzados: trabó una relación que ya sería indeleble con Guillermo Liebknecht, el fundador de la socialdemocracia alemana, y participó en el movimiento obrero suizo. 



En diciembre de 1848 asistió al Congreso Obrero de Berna en representación de la Sociedad Obrera de Lausana, la cual le había delegado como luchador veterano por la causa del proletariado. Mientras tanto, Marx había reanudado con grandes sacrificios la edición de la Nueva Gaceta Renana y Engels escribió desde Berna varios artículos sobre Suiza, uno de ellos titulado La lucha en Hungría, en el que apoyaba los métodos revolucionarios de los húngaros insurrectos frente a la contrarrevolución.




Hasta mediados de enero de 1849 Engels no pudo volver a Alemania. Cuando llegó a Colonia, la contrarrevolución estaba en plena ofensiva. La Nueva Gaceta Renana dirigida por Marx había alzado con audacia la bandera de la lucha sin cuartel frente a la contrarrevolución, había lanzado las consignas de oposición por todos los medios al pago de impuestos, de armar a las masas y de crear comités de seguridad. En aquellos días críticos había sugerido qué medidas debía adoptar la Asamblea Nacional de Berlín, que se limitaba a llamar a la resistencia pasiva frente a la reacción y a negarse a pagar los impuestos; el 5 de diciembre fue disuelta.




Entonces la contrarrevolución intentó ajustar las cuentas a los dirigentes del proletariado. El 7 de febrero Engels y Marx tuvieron que comparecer ante un tribunal acusados de desacato a la autoridad. En el proceso, los acusados se convirtieron en acusadores. El jurado no se atrevió a pronunciar una sentencia condenatoria y los absolvió.



La hora de la reacción


En la primavera de 1849 la situación en Alemania era tensa: la contrarrevolución concentraba sus fuerzas para dar el último golpe. Se volvían peligrosos todos los elementos vacilantes e indecisos que trataban de apartarse del combate decisivo y desmoralizaban a las masas. La experiencia política del proletariado, su desilusión en la democracia pequeño burguesa, su afán por agruparse de una manera independiente, permitían abordar en la práctica la cuestión de fundar un partido proletario. Marx y Engels intensificaron sus contactos con los militantes de la Liga de los Comunistas, diseminados por toda Alemania, instruyéndoles y requiriendo que trabajasen enérgicamente en el seno de las masas.




Ante la proximidad de combates decisivos, el tono de la Nueva Gaceta Renana era cada vez más incisivo, prueba de su vocación verdaderamente proletaria. Las ediciones extraordinarias de abril y de mayo fueron toda una incitación a prepararse para un ataque decidido.




En aquella situación tirante, se decidió a actuar hasta el parlamento de Frankfurt. Pero, en vez de hacer un enérgico llamamiento a las masas y desarrollar audazmente la lucha revolucionaria, se dedicó a redactar una Constitución imperial, que no querían reconocer ni el rey de Prusia ni los gobiernos de otros Estados alemanes. Las tropas prusianas comenzaron a concentrarse en las inmediaciones de Frankfurt. La única salida estaba en empuñar las armas. Las masas populares se alzaron a la lucha a favor de la Constitución imperial. A comienzos de mayo el oeste y el sur de Alemania (Sajonia, Renania, Westfalia, Palatinado y Baden) se vieron envueltos en las llamas de la insurrección, encabezada por la pequeña burguesía. Marx y Engels pusieron todo su empeño en auxiliar a las masas insurrectas, en dar al movimiento un objetivo claro, en contribuir a organizar las luchas. 



El histórico mérito de Engels fue haber trazado el plan de la insurrección armada, que sería el primer exponente concreto de que los marxistas la tienen por un arte. Desencadenar las energías revolucionarias de las masas, tener una dirección centralizada, audacia y rapidez en la acción: esos eran los componentes más imponentes del plan. Engels lo había coordinado con la perspectiva general de las luchas revolucionarias en Europa, con el nuevo auge de la revolución en Francia y en Italia, con la guerra revolucionaria en Hungría.




Los días 9 y 10 de mayo estalló la insurrección armada en uno de los distritos industriales de Renania. Al conocer la noticia, Engels se trasladó enseguida a la ciudad de Elberfeld, uno de los núcleos de la insurrección. Le causó mala impresión ver allí gran confusión y desconcierto; se percató de que el Comité de Seguridad pequeño burgués era incapaz de tomar las medidas imprescindibles. Apoyado por unos cientos de obreros armados, logró que el Comité le encomendase construir las barricadas; formó con rapidez una compañía de zapadores, con la cual terminó de levantar las defensas y rehizo una parte de las existentes; se preocupó de armar a los obreros y de situar en las barricadas a los combatientes, las piezas de artillería, etc. Engels trataba de extender la insurrección a las zonas vecinas y organizar una defensa adecuada de toda la región.




Con el fin de conservar en aquella etapa un frente general con los demócratas pequeño burgueses, Engels no formuló ninguna reivindicación proletaria o socialista. Pero el propio hecho de la llegada al lugar de uno de los directores de la Nueva Gaceta Renana asustó a la burguesía de Elberfeld, bajo cuya presión el Comité de Seguridad adoptó el 14 de mayo una disposición en la que, rindiendo homenaje a Engels le instaba a abandonar la ciudad so pretexto de que su estancia podía dar lugar a incomprensiones respecto al carácter del movimiento. Esto causó gran indignación a los obreros, quienes exigieron que Engels se quedase y prometieron defenderlo, al precio de sus propias vidas. Pero Engels, no queriendo constituirse en una cuña en las filas de los rebeldes ante las tropas prusianas que se aproximaban, tranquilizó a los obreros, entregó su cargo a un auxiliar y se marchó de Elberfeld.



Al poco tiempo la insurrección de Elberfeld fue derrotada, lo mismo que las que habían estallado de forma aislada en las ciudades vecinas.

El fracaso de las insurrecciones en el Rin significaba también un golpe mortal para la Nueva Gaceta Renana. La contrarrevolución podía ya atreverse a emprender represalias contra la prensa del proletariado revolucionario. Contra varios redactores se procedió judicialmente; a otros, por no ser prusianos, se les instó a dejar Prusia. En vista de que Marx había dejado de ser ciudadano prusiano en 1845, el Gobierno ordenó expulsarlo de Prusia como extranjero que había violado el derecho de hospitalidad. Todo aquello significaba el fin de la Nueva Gaceta Renana.




El 19 de mayo salió el último número de la publicación impreso en rojo. El llamamiento que hacía el consejo de redacción A los obreros de Colonia concluía así: Al despedirse de vosotros los redactores de la Nueva Gaceta Renana os agradecen la simpatía con ellos. Sus últimas palabras serán siempre y en todas partes: ¡Emancipación de la clase obrera! Treinta y cinco años después, evocando el final de la Nueva Gaceta Renana, Engels dijo con legítimo orgullo: Nos vimos obligados a entregar nuestra fortaleza, pero nos replegamos con armas y municiones, con música y con la flameante bandera del último número en rojo.




De Colonia, Marx y Engels se dirigieron al sudoeste de Alemania, envuelto en la insurrección. Realizaron los máximos esfuerzos por ampliarla, por impulsar a los demócratas pequeño burgueses a una enérgica actividad revolucionaria. En Mannheim (Baden) se reunieron con los líderes del movimiento y trataron de convencerles de poner en práctica el plan de Engels. Pero estos últimos, pusilánimes y pasivos, hicieron oídos sordos a sus consejos.




De Baden, Marx y Engels partieron al segundo centro de la insurrección, Palatinado, donde se entrevistaron con los miembros del Gobierno provisional local. Allí fueron detenidos por soldados de Hesse, acusándoseles de participar en el levantamiento. Los trasladaron a Frankfurt, pero al poco tiempo fueron puestos en libertad.

Convencido de que era imposible lograr nada sólido en Alemania y que importantes acontecimientos revolucionarios sobrevendrían en Francia, Marx partió hacia París con un mandato del Comité Central Democrático. Por su parte, Engels volvió a Palatinado. Las noticias de que las tropas contrarrevolucionarias prusianas estaban a la ofensiva, le obligaron a empuñar las armas y sumarse al destacamento voluntario dirigido por Willich, miembro de la Liga de los Comunistas, e integrado, en su mayoría, por obreros. El 13 de junio Engels llegó a Offenbach, donde estaba el cuartel general de Wilich, y se convirtió en su ayudante de campo. Participó en los combates que libró el destacamento en cuestión, al que correspondió la tarea de cubrir la retirada del ejército de Baden, reteniendo al de Prusia en su ofensiva.




Engels se acreditó como un brillante organizador que no rehuía misión alguna ni temía peligro alguno. Las unidades de voluntarios estaban mal abastecidas y mal armadas, carecían de lo más indispensable. Engels volcó sus energías en encontrar y llevarles pólvora, plomo, cartuchos, armas, ropa, vituallas, así como en entrenar a los combatientes. Durante las operaciones militares siempre estaba en la primera línea de fuego, participó en tres grandes batallas, comprendida la de Rastatt: Cuantos le vieron combatir -escribió Eleonora Marx- evocaban mucho tiempo después su extraorciinario dominio de sí mismo y su absoluto desprecio por el peligro.



El 12 de julio, un día más tarde que las demás tropas insurgentes, el destacamento de Willich -y Engels con él- pasó a Suiza. Así la insurrección del sur y el oeste de Alemania quedaba reducida a mediados de julio de 1849. Era la derrota definitiva de la revolución alemana de 1848-1849.




En el curso de los acontecimientos revolucionarios de aquellos dos años se pusieron a prueba los partidos y las clases, las diferentes teorías y las plataformas políticas. Las revoluciones de 1848 y 1849 dieron al traste con todas las variantes del socialismo utópico premarxista y, al mismo tiempo, demostraron la superioridad de la teoría científica del proletariado, la cual salió airosa de su primer examen histórico. El curso de los acontecimientos revolucionarios de 1848-1849 vino a confirmar de un modo brillante la nueva teoría, como habían de confirmarla también en lo sucesivo todos los movimientos proletarios y democráticos de todos los países del mundo.




Hasta 1848 Marx y Engels insistieron en los fundamentos filosóficos del comunismo científico; durante las batallas revolucionarias de 1848 y 1849 promovieron al primer plano las ideas políticas, la estrategia y la táctica. Aquella táctica había sido la única acertada, que no condujo al triunfo de la revolución porque el proletariado no estaba suficientemente preparado para ello y porque el capitalismo no había alcanzado todavía la plenitud de desarrollo. La línea política que Marx y Engels siguieron en 1848-1849, enseñó al proletariado la táctica revolucionaria, la táctica de desarrollar la lucha hasta sus formas más elevadas, la táctica que lleva al campesinado detrás del proletariado y no al proletariado detrás de la burguesía liberal. Cuando Marx se fue de Alemania a París, el contacto entre los dos amigos y correligionarios se interrumpió por más de dos meses. A Marx le preocupaba Engels, pues sabía que se empeñaría en estar en los lugares de mayor peligro. Por su parte, Engels estaba igualmente preocupado por su amigo. 



En la primera carta que pudo enviar de Suiza a la esposa de Marx el 25 de julio de 1849 escribió: ¡Quisiera estar seguro de que Marx se encuentra en libertad! He pensado muchas veces que bajo las balas prusianas corrí mucho menos peligro que los nuestros en Alemania y, sobre todo, Marx en París.  Ruego me libre cuanto antes de una desazón por no saber cómo está mi amigo. Le contestó el propio Marx: Me sentí muy intranquilo por tí -escribía-, y me causó gran alegría recibir ayer una carta de tu puño y letra. A continuación decía: Ahora tienes una excelente posibilidad de trazar la historia de la revolución de Baden y Palatinado o un panfleto sobre el tema. Cuando lo hagas, podrás explicar bien la actitud general de la Nueva Gaceta Renana hacia el Partido Demócrata.



Esta sugerencia de Marx coincidía con los propósitos del propio Engels. Al poco tiempo el ensayo La campaña alemana por la Constitución imperial estaba escrito. De un modo brillante y ameno, con genuina maestría, Engels describió paso a paso la lucha armada librada en la Prusia Renana, Baden y Palatinado de mayo a julio de 1849, analizó las premisas y el devenir de la pugna por la Constitución imperial, caracterizó con acierto la actitud asumida por las clases y los partidos y, en especial, el papel que jugaron el proletariado y el campesinado. Restituyendo el curso de la lucha armada en el oeste y el sur de Alemania como partícipe activo que fue, habló con desprecio de los líderes pequeño burgueses que la habían dirigido y la habían llevado al fracaso. Al analizar con detalle las operaciones militares, explicó cómo no se debe dirigir una insurrección armada. De modo que en La campaña alemana por la Constitución imperial desarrolló la teoría marxista sobre la insurrección armada, teoría que había empezado a crear en los artículos referentes a los combates librados en junio de 1848 por los obreros de París y a la lucha revolucionaria en Hungría e Italia.                





A fines de agosto de 1849, Engels recibió de París otra carta de Marx informándole de que las autoridades le obligaban a trasladarse al departamento de Morbihan, parte pantanosa de Bretaña. Preocupado por un camuflado atentado semejante contra su salud y su vida, Marx decidió abandonar Francia. Participando a su amigo de que se proponía ir a Londres, donde esperaba editar una revista alemana, le decía: Por eso tú debes partir sin demora para Londres. Además, lo exige tu propia seguridad. Los prusianos te habrían fusilado ya dos veces: 1) por Baden; 2) por Elberfeld. ¿Para qué seguir en esa Suiza donde nada puedes hacer? En Londres sí que podremos trabajar.    



Engels tomó de buena gana el consejo que le daba su amigo. Como no podía pasar por Alemania ni por Francia, donde hubiera sido detenido enseguida, fue a Italia; en Génova embarcó el 6 de octubre de 1849 en un velero y a mediados de noviembre llegaba a Londres y reanudaba su colaboración revolucionaria con Marx. La situación era muy difícil. Por todas partes dominaba la reacción. Entre los exiliados políticos menos estables empezó a cundir el desánimo y la falta de fe en la causa. En aquel ambiente Marx y Engels se mantuvieron a la altura como jefes del proletariado revolucionario.



En primer término, decidieron reconstruir la Liga de los Comunistas. Algunos militantes, que habían participado activamente en el movimiento, estaban presos; otros, diseminados por distintas ciudades. Los contactos estaban rotos, la correspondencia fue durante algún tiempo imposible, por eso y por el temor a que les leyeran las cartas. Sin embargo, gracias a la actividad decidida de Marx, el Comité Central de la Liga quedó reorganizado ya en setiembre de 1849, En torno a Marx y Engels se reagruparon al poco tiempo casi todos los dirigentes veteranos de la misma. Al propio tiempo, se les sumaron nuevos camaradas enérgicos, destacando entre ellos August Willich, con quien Engels había hecho la campaña de Baden y Palatinado, Konrad Schramm y Guillermo Liebknecht.




Con el fin de restablecer los contactos con Alemania, el Comité Central de la Liga envió allí en marzo de 1850 a un emisario especial, Heinrich Bauer, portador de un mensaje, redactado por Marx y Engels. En aquel documento trascendental Marx y Engels hicieron balance de la revolución de 1848-1849 en Alemania, concretaron la táctica de los comunistas en la revolución democrático-burguesa y especificaron su idea relativa a la revolución permanente. Señalaban en el mensaje que durante los años revolucionarios, los miembros de la Liga de los Comunistas siempre habían estado a la vanguardia de la única clase consecuentemente revolucionaria, el proletariado, y que la plataforma política de la Liga había sido la única acertada. Pero en el período transcurrido, la Liga, antes fuerte, había quedado bastante debilitada. En varios lugares sus células habían sucumbido a la influencia del Partido Demócrata pequeño burgués. En la futura revolución alemana, consignaban Marx y Engels, el partido obrero debería actuar en la medida de lo posible más organizado, unido e independiente.



En la futura revolución -decían en el mensaje- los demócratas pequeño burgueses traicionarán a la revolución, al estilo de los burgueses liberales alemanes de 1848. En aquel período, los pequeño burgueses exhortaban al proletariado a la unidad y procuraban integrarlo a un gran partido de oposición dirigido por ellos. Había que rebatir aquellos intentos de convertir al proletariado en un apéndice de la democracia pequeño burguesa. Los obreros debían crear una organización independiente, abierta y clandestina a la vez. La actitud del partido revolucionario obrero hacia la democracia pequeño burguesa debía consistir en luchar juntos contra el enemigo común, pero manifestarse contra ella siempre que mostrase deseo de insistir en sus intereses egoístas. 



Mientras la democracia pequeño burguesa aspiraba a reducir la revolución a unas reformas del régimen social existente, conservando la base de éste -la esclavitud asalariada de los obreros- nuestros intereses y nuestras tareas -exponían Marx y Engels- consisten en hacer la revolución permanente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos poseedoras, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado: Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clases, sino de abolir las clases, no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.  Para contrarrestar la traición de los demócratas burgueses, los obreros debían estar armados y tener su organización militar autónoma. Además había que impedir a los demócratas burgueses atraer a su lado -mediante reformas- a los campesinos. Los obreros tenían que exigir que las tierras confiscadas a los señores feudales se convirtiesen en propiedad del Estado, en colonias obreras explotadas por el proletariado agrícola asociado, el cual aprovechará todas las ventajas de la gran explotación agrícola.



Como contrapartida a los demócratas pequeño burgueses, que ambicionaban implantar una república federal con la máxima autonomía en las provincias, los obreros debían luchar por una sola e indivisa república alemana y procurar la máxima centralización del poder estatal. Los obreros deberían avanzar al máximo en la revolución. Su grito de guerra ha de ser: la revolución permanente.




Los esfuerzos que realizaron Marx y Engels por reorganizar la Liga de los Comunistas dieron sus frutos. El segundo Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, que redactaron en junio de 1850, informaba ya de los éxitos de la Liga. Empeñados en fundar un partido proletario de vanguardia en Alemania, Marx y Engels reunían al mismo tiempo a su alrededor a los más destacados revolucionarios del movimiento obrero internacional. En estas tareas daban mucha importancia a un nuevo órgano de prensa. En 1850 salieron seis números de la Nueva Gaceta Renana. Revista política y económica, dirigida por Marx y que se imprimía en Hamburgo. Marx y Engels escribieron para ella varios artículos sobre las revoluciones de 1848-1849 en Francia y Alemania, algunas reseñas y comentarios internacionales. Como demuestran los comentarios internacionales insertados en los números de febrero y de abril, Marx y Engels cifraban sus esperanzas en un nuevo auge revolucionario. Pero en el verano de 1850 comprendieron ya que esas esperanzas eran infundadas. La crisis industrial de 1847 que había incubado a la revolución de 1848, terminó; comenzaba un período de crecimiento económico.




Ante las nuevas condiciones objetivas, Marx y Engels exigieron -como verdaderos dirigentes proletarios- revisar la táctica del partido. Era menester concentrar con paciencia las fuerzas y prepararlas de modo regular para la revolución, cuyos plazos se postergaban. La nueva actitud que asumieron Marx y Engels provocó serias disensiones en la Liga de los Comunistas y en su Comité Central. Se les opuso una parte de los miembros, con Willich y Schapper al frente, apoyados por un considerable número de militantes londinenses de la Liga. Era una fracción oportunista de izquierda, incapaz de sostener una lucha proletaria firme en las duras condiciones de receso de la revolución. Haciendo caso omiso de las condiciones objetivas, exhortaba a organizar sin demora una insurrección armada. Como el grupo Willich-Schapper optó por dividir la Liga, en noviembre de 1850 fue expulsado de ella.



Sintetizar la nueva experiencia de la lucha revolucionaria fue para Marx y Engels en los primeros años después de la revolución de 1848-1849 una de las más importantes tareas teóricas. La acometieron Marx, en sus obras Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, El 18 Brumario de Luis Bonaparte; Engels en La guerra campesina en Alemania y Revolución y contrarrevolución en Alemania. Esas obras testimonian que el Marxismo, en tanto que doctrina viva y creadora, fue elaborándose y desarrollándose en relación directa con la práctica revolucionaria. En el prólogo a la tercera edición de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, escribió Engels:


Marx fue el primero que descubrió la gran ley que rige la marcha de la historia, la ley según la cual todas las luchas históricas, ya se desarrollen en el terreno político, en el religioso, en el filosófico o en otro terreno ideológico cualquiera, no son en realidad sino la expresión más o menos clara de luchas entre clases sociales, y que la existencia, y por tanto, también los choques de estas clases están condicionados, a su vez, por el grado de desarrollo de su situación económica, por el modo de su producción y su cambio, condicionado por ésta.




eeAl sintetizar la experiencia de las luchas que las masas trabajadoras libraron en aquel período revolucionario, exteriorizando al máximo -como sucede en esos periodos- sus energías, sus iniciativas y su papel de forjadores de la historia, Marx y Engels lo enriquecieron con nuevos postulados esenciales. La experiencia de aquellas revoluciones permitió a Marx desarrollar el tema de la revolución proletaria y la dictadura del proletariado. Combatiendo el socialismo pequeño burgués, quebrado por dichas revoluciones, Marx le opuso el socialismo revolucionario, el comunismo, consignando que es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales. De modo que en la obra Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 Marx ya acuñó la fórmula dictadura del proletariado.




En El 18 Brumario de Luis Bonaparte, escrito en 1852, refiriéndose al viejo mecanismo del Estado, llegó a la siguiente conclusión importantísima: Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla. Al citarla, Lenin escribirá: En este notable pasaje, el marxismo da un gigantesco paso adelante en comparación con el ‘Manifiesto Comunista’. Allí, la cuestión del Estado se planteaba todavía de un modo abstracto en extremo, usando las nociones y expresiones más generales. Aquí se plantea de un modo concreto, y la conclusión a que se llega es exacta y precisa en grado superlativo, prácticamente tangible: todas las revoluciones anteriores perfeccionaron la máquina del Estado, pero lo que hace falta es romperla, destruirla.



Esta conclusión es lo principal, lo fundamental, en la teoría del marxismo acerca del Estado.

Tanto en Las luchas de clases en Francia como en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte Marx habló mucho de la relación entre el proletariado y el campesinado. Demostró que, de comprender bien sus intereses, los campesinos llegarían a ser aliados del proletariado. Engels también prestó atención al tema. En La guerra campesina en Alemania analizó las causas, las perspectivas y los resultados de la gran revuelta antifeudal de 1525 del campesinado alemán. En esta obra realzó el papel del campesinado en la lucha de clases y la necesidad de que el proletariado revolucionario se esforzase por dirigir a las masas campesinas. Concluyó su análisis afirmando que las insurrecciones campesinas fracasaron debido a la traición de la pequeña burguesía urbana, a la división política y al particularismo local, a consecuencia del cual en Alemania -en vez de un movimiento nacional- se produjeron cientos de levantamientos en lugares diferentes, aplastados uno a uno. Evocó las figuras relevantes de la gran guerra campesina y recordó al pueblo alemán las tradiciones revolucionarias que poseía.




Engels hizo balance de los enfrentamientos revolucionarios de 1848 y 1849 en el ensayo Revolución y contrarrevolución en Alemania, escrito entre 1851 y 1852. Aplicando el método del materialismo histórico y comprendiendo a fondo los acontecimientos en que había participado personalmente, pudo hacer un brillante análisis de las premisas, las fuerzas motoras, las etapas principales, la situación internacional, las enseñanzas y los resultados de aquella revolución en Alemania. La obra contiene la fórmula clásica marxista relativa a la insurrección armada como arte y enuncia con claridad las reglas fundamentales para que el proletariado pueda vencer: La insurrección es un arte, lo mismo que la guerra o cualquier otro arte. Está sometida a ciertas reglas que, si no se observan, dan al traste con el partido que las desdeña [...] La primera es que jamás se debe jugar a la insurrección a menos se esté completamente preparada para afrontar las consecuencias del juego [...] La segunda es que, una vez comenzada la insurrección, hay que obrar con la mayor decisión y pasar a la ofensiva. La defensiva es la muerte de todo alzamiento armado [...] Hay que atacar por sorpresa al enemigo mientras sus fuerzas aún están dispersas y preparar nuevos éxitos, aunque pequeños, pero diarios, mantener en alto la moral que el primer éxito proporcione; atraer a los elementos vacilantes que siempre se ponen del lado que ofrece más seguridad, obligar al enemigo a retroceder antes de que pueda reunir fuerzas.



Antes de optar por la insurrección, es preciso analizar cuidadosamente la situación política y militar. Pero, una vez tomada la decisión de alzarse y comenzados ya los preparativos, hace falta abordar el alzamiento como un arte y actuar con la máxima resolución y la máxima audacia, sin disminuir un solo instante el ímpetu ofensivo. Las geniales tesis de Engels sobre la insurrección como arte pertenecen al caudal del Marxismo como parte suya de suma importancia para la revolución proletaria.




Paralelamente a la labor teórica, Marx y Engels continuaron actuando en la Liga de los Comunistas. Dividida en setiembre de 1850, atravesaba un período difícil: tenía que hacer frente tanto al trabajo desorganizador del grupo Willich-Schapper, como a la represión policiaca. En mayo y junio de 1851 fueron detenidos en Alemania varios miembros del Comité Central de Colonia y otros dirigentes de la Liga. Introduciendo provocadores, el gobierno preparaba un gran proceso contra los comunistas detenidos. Engels ayudó a Marx en lo relativo al proceso insertando en varios periódicos ingleses y alemanes artículos denunciando las provocaciones, falsificaciones y maquinaciones de la policía prusiana; a la vez, recopilaban testimonios y documentos para defender a los acusados.




Al mismo tiempo Marx y Engels resistieron las arremetidas de la fracción Willich-Schapper y los emigrados pequeño burgueses vinculados a ella. En mayo y junio de 1852 Engels escribió, en colaboración con Marx, el panfleto Los grandes de la emigración, fustigando a los dirigentes pequeño burgueses de los exiliados en Londres por ocuparse de cosas intrascendentes en vez de entregarse de verdad a la revolución.    


                 

En octubre y noviembre de 1852 procesaron en Colonia a once detenidos de la Liga de los Comunistas. A siete de ellos les impusieron distintas penas. Para denunciar los métodos represivos con los que el gobierno prusiano había logrado aquellas sentencias condenatorias, Marx escribió el folleto Sobre el proceso de los comunistas de Colonia y Engels el artículo Proceso de los comunistas de Colonia, publicado en el New York Tribune. Las detenciones en Alemania y el subsiguiente proceso de Colonia causaron un daño irreparable a la Liga de los Comunistas. Los contactos entre el grupo londinense, con Marx y Engels al frente, y el continente, quedaron rotos. La Liga dejaba de existir. A mediados de noviembre de 1852 se declaró disuelta por sugerencia de  La Liga de los Comunistas dejó huella en la historia del movimiento obrero como la primera organización política que empezó a unir este último y el socialismo, y también como la primera etapa en la lucha de Marx y Engels por fundar un partido proletario.



En esta obra de Engels " El reciente proceso de Colonia" se desenmascará toda la provocación y amaño que hubo para intentar procesar a los comunistas. En setiembre de 1851 se practicaron en Francia detenciones entre los miembros de las comunidades locales pertenecientes a la fracción de Willich-Schapper, desgajada de la Liga de los Comunistas en setiembre de 1850. La táctica pequeñoburguesa de las confabulaciones, adoptada por esta minoría, permitió a la policía francesa, y a la prusiana también, con la ayuda del provocador Cherval, que encabezaba una de las comunas parisienses, amañar una causa sobre la así denominada confabulación alemana-francesa. En febrero de 1852, los detenidos fueron condenados por acusación de haber preparado un golpe de Estado. Fracasaron rotundamente las tentativas de la policía prusiana de imputar a la Liga de los Comunistas, dirigida por Marx y Engels, el haber participado en la confabulación. El proceso de los comunistas en Colonia (4 de octubre-12 de noviembre de 1852) fue incoado con fines provocativos por el Gobierno prusiano contra once miembros de la Liga de los Comunistas. Acusados de alta traición sin más pruebas que documentos y testimonios falsos, siete fueron condenados a reclusión en una fortaleza por plazos de 3 a 6 años. Los viles métodos provocadores a que recurrió el Estado policíaco prusiano contra el movimiento obrero internacional fueron denunciados por Marx y Engels.



La práctica teórica

Una vez impuesta la reacción, Marx y Engels se vieron en condiciones muy difíciles para proseguir su labor teórica y sus actividades políticas. Sufrieron la dureza del destierro y de las penurias económicas. Engels podía ganarse la vida trabajando como periodista, pero a Marx, padre de familia numerosa, le era imposible.




Engels se sacrificó para aliviar la existencia de Marx, con la intención de conservar para el proletariado su mente más portentosa. El único modo era volver a la oficina y ocuparse del maldito comercio. Sin lamentaciones al hacer el sacrificio, Engels se decidió porque no veía otra salida. Marx recibió con la misma naturalidad aquella prueba de abnegación tan propia de su amigo. En rigor, los dos continuaron combatiendo hombro con hombro por el triunfo de la causa a que habían consagrado la vida. Las nuevas condiciones les obligaron a repartirse el trabajo. Engels, que siempre reconocía la superioridad de su amigo, vio natural preocuparse en parte considerable del sustento material de Marx y de su familia, para dejar a aquél el paso franco a su labor teórica y política. En noviembre de 1850 se trasladó a Manchester, donde comenzó a ejercer de agente comercial en la compañía Ermen and Engels.




El retorno de Engels a la oficina y los estudios intensos de Marx en la Biblioteca del Museo Británico dieron lugar a muchas calumnias en la emigración pequeño burguesa. Pero la conciencia de cumplir con su deber protegía a Engels de los ataques, y fue él quien calmaba en estos casos a un Marx enfurecido, convenciéndole de no hacer caso a los exiliados. Consideraba que ayudando a Marx hacía mucho más por el triunfo de la revolución proletaria que todos los pequeño burgueses. Sin embargo, abrigaba la esperanza de que no tendría que ocuparse durante mucho tiempo del maldito comercio. Confiaba en que el auge industrial cesaría pronto y estallaría otra crisis, que sería seguida de una nueva tempestad revolucionaria. No obstante, estas esperanzas no se cumplieron. Trabajando primero en la compañía de agente comercial, desde 1860 ejerció de apoderado y, en 1864, se hizo socio de la misma, invirtiendo en los negocios la herencia que recibió a la muerte de su padre. En su profesión, Engels tenía que tratar con gente de intereses ajenos a los suyos, observar la etiqueta para guardar las apariencias y llevar, por consiguiente, una doble vida. De esa duplicidad descansaba sólo en compañía de su mujer, Mary Burns, sencilla obrera irlandesa, de quien se había enamorado durante su primera estancia en Manchester. Esta mujer le brindó apoyo y consuelo en aquel período aciago. Pero el 6 de enero de 1863 Mary moría de insuficiencia cardiaca. Engels sufrió mucho: Si uno ha convivido tanto tiempo con una mujer -escribió a Marx-, su muerte no puede dejar de estremecerte. Creí enterrar junto con ella la última partícula de mi juventud.




Pese a que durante veinte años Marx y Engels se vieron obligados a residir en ciudades diferentes, sus relaciones se consolidaron más aún en aquel período. Los viajes de Marx a Manchester o de Engels a Londres no eran frecuentes y por eso se cruzaron muchas cartas. Esta copiosa correspondencia que llegó a nuestros días es una joya del acervo literario de sus autores, como laboratorio en el que fueron germinando las fecundas ideas de los impulsores del comunismo científico. Estas cartas son también un espejo de la semblanza de cada uno de los dos grandes jefes del proletariado. A pesar de las persecuciones por parte de los enemigos, de las difamaciones de que fueron objeto en la prensa burguesa y de la lucha extenuante que tuvieron que librar para ganarse la vida, Marx y Engels siempre se distinguieron por el optimismo, el sentido del humor, la firmeza y el inquebrantable y combativo espíritu.  Al releer la correspondencia en cuestión cuando ponía en orden la herencia literaria de Marx, Engels escribió a Becker: Ante mis ojos volvieron a pasar los viejos tiempos y los numerosos instantes de alegría que nos proporcionaron nuestros adversarios. A menudo me moría de risa evocando aquellas viejas historias. Nuestros enemigos jamás pudieron quitarnos el sentido del humor.  


La correspondencia de Marx y Engels ofrece abundantes datos para caracterizarlos como teóricos y jefes del proletariado, de una inteligencia sorprendentemente vigorosa, de inmensa energía y de gran entereza. Permite formar un juicio cabal sobre la permanente lucha, difícil y agotadora, que tuvo que librar Marx, el genio del proletariado, para no morir en la miseria, y sobre lo que significó para él la amistad leal y desinteresada de Engels. Mientras Engels fue un simple empleado de la empresa comercial, la ayuda pecuniaria que pudo prestar a Marx fue bastante escasa. La miseria virtualmente agobiaba a Marx, que vivía con su familia en las mayores privaciones, sosteniendo una guerra inacabable con sus acreedores y huyendo de los tenderos y caseros que le perseguían. Lo más desolador fue que sus hijos enfermaron y murieron. Marx sufrió sobremanera la muerte de su hijo Edgar o Mush (gorrioncillo), un muchacho maravilloso. Cuando lo enterraron, Marx escribió a Engels:

He vivido muchos infortunios, pero sólo ahora he conocido lo que es la verdadera desgracia.

En todos los horribles sufrimientos de estos días, me confortaban el pensar en ti, en tu amistad, y la esperanza de que los dos podremos hacer todavía algo provechoso en la vida.                     



Engels hacía todo lo que podía para librar de las privaciones a la familia de Marx. Cuando se le ofreció la posibilidad de brindar una ayuda material adicional a Marx como periodista, la aceptó de buen grado. En agosto de 1851 Marx recibió del diario progresista New York Tribune la propuesta de colaborar. En una carta a Engels escribió: En cuanto al New York Tribune, debes ayudarme ahora, porque estoy ocupadísimo con la economía política. Escribe una serie de artículos sobre Alemania a partir de 1848. Engels se puso inmediatamente manos a la obra y empezó a mandar artículo tras artículo a Marx, que éste reenviaba con regularidad al New York Tribune. Así surgió la famosa serie de artículos Revolución y contrarrevolución en Alemania. Sólo cuando se publicó la correspondencia entre Marx y Engels se supo quién había sido realmente el autor.                            


   
Además de los artículos que Engels escribía por Marx para el New York Tribune, le ayudaba traduciendo sus artículos al inglés. Marx no dominaba todavía ese idioma, y sólo desde 1853 empezó a escribir en inglés por sí mismo. De los muchos artículos que Marx envió en varios años al New York Tribune, Engels escribió por lo menos un tercio. Pero pese a la intensa labor literaria que Marx con ayuda de Engels hacía para el New York Tribune, ganaba poquísimo. Charles Dana, director del diario, trataba a su corresponsal como cualquier capitalista, le disminuía bajo cualquier pretexto la remuneración y acabó por reducir a la mitad los honorarios. Por eso la situación material de Marx volvió a empeorar mucho.      


                               

En aquel triste período para Marx, el propio Charles Dana le propuso colaborar en la Nueva Enciclopedia Americana que editaba. Engels convino de buen grado participar en la empresa, consciente de que sería un gran apoyo para Marx. Como de día estaba ocupado en la oficina, tuvo que escribir para la Enciclopedia por las noches. Sabiéndolo, Marx quiso varias veces mandar al diablo aquella empresa, pero él mismo redactaba sus artículos para dicha edición por las noches, para no interrumpir sus trabajos de economía.



Engels ayudaba a Marx no sólo como periodista. Muchas veces Marx le pedía aclarar las más diversas cuestiones teóricas y siempre recibía respuestas exhaustivas, bien pensadas, que a veces requerían especiales estudios previos. Por su parte, Marx también ayudaba activamente a su amigo, le comunicaba su opinión sobre problemas que ocupaban a Engels; a menudo buceaba durante días enteros en la Biblioteca del Museo Británico para encontrar material sobre unas u otras cuestiones especiales del arte militar, la historia, la literatura, la lingüística, etc.



En el período en que Engels residía en Manchester, en su labor teórica dedicaba la máxima atención al estudio de las ciencias militares. También se ocupó de la expansión colonial de los Estados capitalistas y de las guerras de liberación nacional que libraban los pueblos contra el colonialismo. En muchos artículos sobre este tema rebasó en su análisis el aspecto meramente militar. Por ejemplo, los artículos referentes a la sublevación nacional en la India, además de un excelente análisis de las operaciones militares, son una denuncia de la política colonial británica. En el artículo titulado Persia y China Engels apoyó que las masas populares participaran en la lucha contra el yugo extranjero. Demostró gran interés por el destino de los pueblos africanos y simpatizó con la lucha que sostenían contra un colonialismo voraz. Hablando de la conquista de Argelia por Francia, denunció los crueles métodos del dominio colonial y los penosos efectos de este dominio para los pueblos subyugados. Constató con satisfacción que pese a su cruenta guerra de tres décadas, las clases dominantes de Francia no habían logrado romper la resistencia del pueblo argelino. También en sus artículos sobre Afganistán y Persia trató los problemas del colonialismo. Los artículos de Marx y Engels sobre la India y China publicados en los años 50 en el New York Tribune y las valoraciones que hicieron del problema de las nacionalidades en Europa, pusieron los cimientos de la política revolucionaria del proletariado en la cuestión nacional y colonial.



En los artículos que sobre temas militares escribió Engels asombra la erudición y la profundidad del análisis de los hechos concretos. No debe extrañar que el público lector atribuyera dichos artículos, que solían publicarse como anónimos, a algún destacado especialista en materia militar. Engels fue el primer especialista militar y el primer teórico militar del proletariado revolucionario. Los amplísimos horizontes políticos, conocer la economía, saber orientarse perfectamente en las relaciones internacionales y -lo que era fundamental- dominar a la perfección la dialéctica materialista, permitió a Engels -a diferencia de los científicos militares- abordar la guerra como fenómeno social condicionado por el desarrollo histórico y la lucha de clases.




En el Anti-Dühring Engels enunció en forma sintética las tesis marxistas relativas a la guerra y al arte militar: Nada hay que tanto dependa de las condiciones económicas previas como, precisamente, el ejército y la marina. El armamento, la composición del ejército, la organización, la táctica y la estrategia dependen ante todo del grado de producción imperante y del sistema de comunicaciones. No han sido las creaciones libres de la inteligencia de jefes militares geniales las que han actuado de modo revolucionario, sino la invención de armas más perfectas y los cambios experimentados por el material del soldado; la influencia del jefe genial se reduce, en el mejor de los casos, a la adaptación de los métodos de lucha a las nuevas armas y a los nuevos luchadores.  Desde este punto de vista Engels ofreció en la obra un brillante ensayo histórico sobre el desarrollo del arte de la guerra.  En la misma obra pronosticó -y no se equivocó- que el auge del militarismo iniciado después de la guerra franco-prusiana de 1870, agravaría al máximo todas las contradicciones de la sociedad capitalista, a consecuencia de lo cual el ejército, instrumento de las clases dominantes, se constituiría en un poderoso factor de la triunfante revolución proletaria: El militarismo -escribía Engels- predomina y devora a Europa. Pero también este militarismo alberga en su seno el germen de su propia ruina. 



La concurrencia desatada entre los Estados los obliga, por una parte, a invertir cada año más dinero en tropas, en barcos de guerra, en cañones, etc., acelerando con ello cada vez más la bancarrota financiera; por otra parte, los obliga a aplicar cada vez más rigurosamente el servicio militar obligatorio, con lo cual no hace más que familiarizar con el empleo de las armas a todo el pueblo, es decir, capacitarle para que en un determinado momento pueda imponer su voluntad a despecho del mando militar. Y este momento llegará tan pronto como la masa del pueblo -los obreros del campo y de la ciudad y los campesinos- tenga una voluntad. A partir de este instante, los ejércitos de los príncipes se convierten en ejércitos del pueblo, la máquina se niega a seguir funcionando y el militarismo perece, por la dialéctica de su propio desarrollo.

La enorme herencia literaria sobre el tema militar dejada por Engels, conserva su valor hasta el presente. Lenin, que prestó gran atención a las ciencias militares, insistía en que el partido debía aprender de Engels el arte militar y señalaba la inmensa importancia de los conocimientos militares, del material de guerra y de la organización militar en tanto que armas que las clases trabajadoras utilizan para dar solución a las grandes colisiones históricas.




Paralelamente a las ciencias militares, Engels continuó estudiando lenguas. Dominando ya a perfección las principales de Europa y conociendo bien las muertas (el griego y el latín), en 1850 empezó a estudiar a fondo el ruso. La guerra de Crimea y el intenso interés por Oriente movieron a Engels a estudiar el idioma persa; la guerra con Dinamarca de 1864 y la pugna por Schleswig-Holstein, los idiomas escandinavos. A fines de los años 60, cuando en la I Internacional cobró fuerza el problema irlandés, Engels se instruyó en las lenguas céltico-irlandesas. En el mismo período buceó en el idioma frisón (el de una provincia de Holanda) y en el escocés. En el ocaso de su vida se puso a aprender rumano y búlgaro, dada la necesidad de dirigir el movimiento socialista incipiente en los países respectivos. 



Engels era un verdadero políglota: hablaba y escribía con soltura y fluidez en doce idiomas; leía en veinte. El conocimiento de idiomas permitió a Engels estudiar los problemas generales de la lingüística y dar un sólido cimiento marxista también a esta materia. Dichas investigaciones le resultaron muy útiles cuando redactaba en los años 80 la historia de los germanos antiguos y el libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Hizo una sinopsis de los conceptos marxistas referentes al origen del idioma en el ensayo El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. Lo empezó a escribir en 1876, pero lo dejó inconcluso. En estrecha relación con sus estudios lingüísticos, Engels continuó en Manchester los de la literatura universal. En estos últimos alcanzó resultados brillantes. Por ser uno de los mayores eruditos de su siglo, Engels era un gran conocedor de la literatura de diferentes pueblos (no sólo europeos, sino también orientales; la moderna y la de épocas anteriores). Conceptuando las letras y artes como formas de conciencia social, determinada, en última instancia, por la base económica de la sociedad, Engels dilucidó las raíces clasistas de la lucha entre las diversas corrientes en las mismas. Abogó por el alto nivel ideológico, por la verdad de la vida en ellas, por el realismo que supone, además de la veracidad en los detalles, reproducir de manera fidedigna los caracteres típicos en las circunstancias típicas.




A fines de los años 50 comenzó a estudiar a fondo las ciencias naturales: la química, la física, la fisiología, la biología. Lo que más le interesaba era emplear la dialéctica materialista en este campo. Le entusiasmó la obra de Charles Darwin El origen de las especies, que acabó de publicarse entonces; la calificó como un gran y feliz intento de demostrar el desarrollo histórico de la naturaleza. Durante los primeros años de su residencia en Manchester, en el trabajo revolucionario práctico de Engels ocupó un lugar destacado su participación en el movimiento cartista. Después de la derrota sufrida en abril de 1848, el cartismo entró en seria decadencia. El pujante auge industrial, la transformación de Inglaterra en taller del mundo y la explotación a que la burguesía británica sometía sus extensas colonias aportaron ciertas mejoras a los obreros ingleses más calificados y dieron caldo de cultivo al oportunismo. 



En aquel contexto ciertos dirigentes cartistas desistieron del programa original y optaron por una componenda con los radicales burgueses.  Marx y Engels fueron explicando a los cartistas de izquierda que era necesario romper con los oportunistas, establecer relaciones entre el cartismo y el socialismo y unir la lucha política con las reivindicaciones económicas por las que la clase obrera bregaba a diario. Aun haciendo cuanto podían por ayudar al cartismo a resurgir sobre una base nueva, Marx y Engels no abrigaban ilusiones sobre el particular, conscientes de que esa corriente se ponía cada vez más del lado del radicalismo burgués. En la carta a Marx de 7 de octubre de 1858, Engels desentrañó las causas del descenso que atravesaba el movimiento obrero revolucionario en Inglaterra: En rigor, el proletariado inglés va aburguesándose cada vez más, parece que esta nación, la más burguesa de todas las naciones, quiera acabar por tener una aristocracia burguesa y un proletariado burgués al lado de la burguesía. Desde luego, esto es hasta cierto punto propio de una nación que está explotando al mundo entero. A fines de los años 50 en Europa comenzaron a reanimarse los movimientos democrático-burgueses de liberación nacional. En varios países volvieron a plantearse los problemas pendientes de la revolución burguesa. En Alemania e Italia, a medida que fue desarrollándose el capitalismo, se hacía más apremiante reunificar las naciones respectivas y crear en ellas Estados centralizados.  En el orden del día entraba qué fuerzas, con qué medios y de qué modo cumplirían aquella tarea.



En Alemania la cuestión de las nacionalidades se agravó sobremanera en 1859, dada la guerra que empezó Napoleón III contra Austria disputándole el norte de Italia. Para hacer dicha guerra popular y apuntalar su trono tambaleante, el emperador francés declaró demagógicamente que lo hacía para liberar del yugo austriaco a Italia. Sobre dicho tema Engels publicó el folleto anónimo titulado Po y Rin, en el cual abogó por la liberación de Italia, denunciando a la vez a Luis Bonaparte, cuya única ambición era imponer un nuevo yugo al pueblo italiano so pretexto de luchar por su independencia nacional. 



Engels demostró también que, al sostener la guerra a orillas del Po, el emperador francés atentaba, en realidad, contra el Rin, es decir, se preparaba para atacar Alemania. La Francia bonapartista estaba interesada en que la vecina Alemania siguiese dividida económica y políticamente. Por eso Engels consideraba necesario romper las hostilidades contra Bonaparte, creyendo que la guerra de Prusia contra éste despertaría un vasto movimiento popular que barrería al gobierno prusiano y unificaría a la Alemania desde abajo, por medio de la revolución.




En 1860 Engels desarrolló este criterio en otro folleto anónimo: Saboya, Niza y el Rin.

La posición de Marx y Engels en cuanto a la guerra austriaco-italo-francesa, motivó serias discrepancias con Ferdinand Lassalle, un antiguo demócrata que se declaró en reiteradas ocasiones partidario del Marxismo. Pero a diferencia de Marx y Engels, que abogaban por la unificación revolucionaria de Alemania desde abajo, a través de una república democrática, Lassalle opinaba que el papel hegemónico en la unión de Alemania correspondía a la Prusia reaccionaria. Mientras Marx y Engels denunciaban a la Francia bonapartista, que pretendía la dirección en Europa, y exhortaban al pueblo italiano a asumir la liberación nacional y la unificación nacional, Lassalle sembraba ilusiones respecto a la misión liberadora de Luis Bonaparte para con aquel pueblo, apoyando con ello la política conquistadora del emperador francés. Las controversias entre Marx y Engels, por una parte, y Lassalle, por otra, se acentuaron más cuando este último se puso al frente de la flamante Unión General de Obreros Alemanes.



En varios artículos y discursos Lassalle trazó el programa de esta organización, completamente distinto de los principios que Marx y Engels proclamaran en el Manifiesto del Partido Comunista y en el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas. Orientaba a la clase obrera a adoptar únicamente la vía pacífica y legal de lucha. Opinaba que, una vez implantado el sufragio general, surgiría un Estado popular libre, que establecería tanto la igualdad de derechos como la igualdad material de sus ciudadanos.  Infundía en los obreros la ilusión de que, al implantarse el sufragio general, el Estado prusiano les ayudaría a adquirir los medios de producción y los libraría de la explotación. Adoptaba una actitud negativa hacia la lucha de clases, las huelgas y los sindicatos. Igual que los conceptos teóricos de Marx y Engels, por una parte, y de Lassalle, por otra, divergían también cardinalmente su táctica y su línea política. 



Marx manifestó sin ambages a Lassalle: En política no estamos de acuerdo en nada, a excepción de algunos objetivos finales. Mientras en lo relativo a la unificación nacional de Alemania, Marx y Engels abogaban por una revolución en que las grandes masas campesinas actuaran bajo la dirección del proletariado, Lassalle consideraba a las capas campesinas y otras no proletarias de la población una masa reaccionaria y así calificaba también a los movimientos campesinos antifeudales. Lassalle accedió de buen grado a los conatos del Gobierno de Bísmarck de unificar Alemania desde arriba, bajo la hegemonía de los terratenientes prusianos. Cuando en el conflicto constitucional Bismarck optó por flirtear con el proletariado para recabar su apoyo en la lucha contra la burguesía liberal, Lassalle entabló con él negociaciones directas. Pese a que Marx y Engels ignoraban este último hecho, no les pasaba desapercibido que Lassalle se congraciaba con los terratenientes prusianos y el Gobierno de Bismarck.




Cuando Lassalle comenzó a realizar su propaganda entre los obreros alemanes, Marx y Engels se pusieron primero a la expectativa y no lo criticaron en público, porque en una etapa determinada Lassalle había desempeñado un papel positivo, contribuyendo a que los obreros se sacudiesen la influencia del partido progresista burgués. Por medio de sus adeptos, de Guillermo Liebknecht en primer término, procuraron interceder dentro de la Unión General de Obreros Alemanes y ayudar a sus afiliados a asumir posiciones válidas. Pero al enterarse de que Lassalle había traicionado al movimiento obrero, empezaron una campaña abierta contra él. Sin embargo, como las tradiciones lassalleanas tenían ya arraigo en el movimiento obrero de Alemania, hubieron de llevar una lucha sostenida contra la herencia de Lassalle, fundador del oportunismo en la socialdemocracia alemana.




La Primera Internacional


La lucha infatigable y tenaz de Marx y Engels por unidad internacional del proletariado en las duras condiciones de la reacción, culminó en 1864 con fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores, la I Internacional.




La crisis industrial que estalló en 1857 dio origen a nuevo auge del movimiento obrero. A medida que capitalismo se desarrollaba, se evidenciaba cada vez más claramente que el destino de los proletarios de diferentes países era común. Los obreros se percataron de ello sobre todo durante la crisis, cuando la burguesía trató de volcar sobre los trabajadores todo el peso de la misma. Respondieron con huelgas. Entonces los capitalistas empezaron a utilizar la mano de obra inmigrante, lo cual demostró que era necesario coordinar la acción de los proletarios de todos los países contra el capital.




A fines de los años 50 y comienzos de los 60 se reanimaron los movimientos democrático burgueses; entre ellos, los de liberación nacional. Esto contribuyó al despertar político de la clase obrera. La campaña que organizaron los obreros de Inglaterra con motivo de la guerra civil en Estados Unidos fue un brillante exponente de la solidaridad internacional del proletariado. Con sus manifestaciones y mítines masivos de protesta impidieron a las clases dominantes intervenir en defensa del sur esclavista contra los más progresistas Estados del norte.



La creciente solidaridad internacional del proletariado se puso de manifiesto más aún en relación con la sublevación de 1863 en Polonia; en los numerosos mítines internacionales, los obreros manifestaban simpatías con los polacos oprimidos y el odio al zarismo ruso, su opresor.



Al valorar acertadamente la situación económica y política internacional y el nuevo auge del movimiento obrero, Marx decidió que había llegado la hora de materializar la idea de la solidaridad proletaria internacional, idea que no dejaba de propugnar junto con Engels. El 28 de setiembre de 1864 asistió al mitin internacional celebrado en Saint Martin's Hall de Londres, donde se fundó la Asociación Internacional de Trabajadores, de la cual sería dirigente y teórico.




Desde los primeros días se descubrió lo difícil que era dirigir la Asociación Internacional de Trabajadores: había que unir los movimientos obreros de diferentes países y de distinto nivel de desarrollo, organizar acciones unitarias de elementos muy heterogéneos, venciendo sus tendencias sectarias pequeño burguesas y elevando la lucha obrera a una etapa superior.

Al trazar el Manifiesto inaugural de la Internacional, Marx confiaba en que la experiencia práctica de las masas y la campaña que él y Engels no dejaban de librar contra los conceptos pequeño burgueses de todo color, ayudarían a los obreros a comprender el comunismo científico. Así, desde los primeros días de la Internacional propugnó de forma sistemática el dominio ideológico del comunismo científico en el seno de la misma.




Engels, que seguía residiendo en Manchester, no pudo participar en persona en la fundación de la Internacional ni en el trabajo de su órgano supremo, el Consejo General, pero prestó una eficaz ayuda a Marx en su dirección. Marx le informaba con regularidad de los debates que había de sostener en el Consejo General, le pedía su opinión sobre las más diversas cuestiones y, en reiteradas ocasiones, los documentos que necesitaba para las discusiones. Por ejemplo, fue Engels quien preparó el informe detallado sobre las uniones que formaban los obreros de las minas de carbón en Sajonia. El Consejo General de la Internacional lo publicó en 1861 como si fuera de Carlos Marx, en su calidad de secretario del mismo para Alemania.




En relación con la lucha que fue desenvolviéndose en la Internacional, Engels intervino en la prensa reiteradamente defendiendo el Marxismo y criticando a sus opositores burgueses y pequeñoburgueses.

La primera oposición que Marx conoció apenas se fundó la Internacional fue el proudhonismo. La influencia de Proudhon, político pequeño burgués francés, era entonces muy grande en Francia, Bélgica, Italia y algunos otros países, donde continuaba en grado considerable la producción pequeña y la artesanía. Una de las cuestiones en que los proudhonistas se manifestaron en la Internacional contra Marx fue la referente a la independencia de Polonia. Se opusieron a que se incluyese en la agenda del Congreso de la Internacional a celebrar en 1866 en Ginebra, so pretexto de que era una cuestión política y por eso no concernía a los obreros. A petición de Marx, Engels escribió contra los proudhonistas una serie de artículos titulada ¿Qué importa Polonia a la clase obrera? Denunció a los proudhonistas, quienes, al negarse a defender a los polacos, apoyaban, de hecho, la política de opresión de las monarquías prusiana, austriaca y rusa.




Criticando a los proudhonistas, Marx y Engels no dejaron de rebatir también a los lassalleanos. Al poco tiempo de fundada la Internacional, Schweitzer, uno de los dirigentes de la Unión General de Obreros Alemanes, gestionó la colaboración de Marx con El Socialdemócrata, periódico que se editaba bajo su dirección. La carta en que lo hacía realzaba el papel de Marx como fundador del partido obrero alemán y como luchador de vanguardia. Adjunto venía el prospecto de su periódico sin las típicas consignas lassalleanas. Por ello, Marx y Engels, confiando en que podrían utilizar El Socialdemócrata para propagar las ideas de la Internacional en Alemania, convinieron en colaborar. Marx envió al periódico el Manifiesto inaugural de la Internacional, pero luego varios números de El Socialdemócrata alertaron a Marx y Engels. En el espíritu de las tradiciones lassalleanas, el periódico había comenzado a halagar al Gobierno de Bismarck, que interpretaba los intereses de los terratenientes. 



Marx aprovechó el artículo que escribió con motivo de la muerte de Proudhon para pronunciarse en las columnas de El Socialdemócrata contra todo compromiso, siquiera fuese aparente, con los poderes existentes y calificó de bajeza el flirteo político de Proudhon con Luis Bonaparte. A su vez, Engels mandó al periódico de Schweitzer su traducción de una vieja canción campesina danesa sobre un episodio de la guerra campesina antifeudal, acompañándola del siguiente comentario aleccionador: En un país como Alemania, en que las clases pudientes se componen mitad de la nobleza feudal mitad de la burguesía, lo mismo que el proletariado tiene mitad de obreros industriales y mitad -o incluso más- de obreros agrícolas, esta vieja y optimista canción campesina viene muy al caso.


Fracasados todos los intentos de rectificar la línea de El Socialdemócrata, Marx y Engels se vieron obligados a hacer una declaración oficial el 23 de febrero de 1865, rompiendo con el periódico en vista de que la redacción no había cumplido sus reiterados requerimientos de que la lucha contra el ministerio de Bismarck y contra el partido feudal-absolutista fuese, al menos, igualmente enérgica que contra la burguesía.



Al poco de romper con El Socialdemócrata, Engels criticó con igual motivo a los lassalleanos en un folleto especial que bajo el título de La cuestión militar en Prusia y el partido obrero alemán se publicó en 1865. La cuestión militar en Prusia, referente a la reorganización del ejército prusiano, se había vuelto candente en Alemania y había generado un conflicto constitucional entre la burguesía y el gobierno. En dicho conflicto Engels explicó qué actitud debía asumir el partido proletario hacia las fracciones de las clases en pugna: hacia los terratenientes y su gobierno, por una parte, y hacia la burguesía liberal, por otra. A diferencia de los lassalleanos, Engels sostuvo que el proletariado no debía apoyar en ningún caso al reaccionario gobierno prusiano y a los terratenientes. En su lucha contra la burguesía, la reacción flirteaba con los obreros y les hacía ciertas concesiones, pero, alertó Engels, cuando el movimiento obrero se tornase una fuerza independiente, el gobierno lo perseguiría para destruirlo.



Al analizar el proceder de la burguesía prusiana en el conflicto constitucional, Engels dedujo que se inclinaba cada vez más a transigir con la monarquía. Los obreros debían desenmascarar la política cobarde de la burguesía y, en el caso de que ésta se traicionase a sí misma, el partido obrero debería continuar la agitación en defensa de las reivindicaciones democrático-burguesas, la libertad de prensa, el derecho de reunión, etc. El partido obrero funcionaría como partido independiente, explicándoles sus intereses de clase, y en las conmociones revolucionarias más próximas estaría listo para actuar. Así concretó Engels con arreglo a las condiciones gestadas en Alemania en los años 60 la táctica trazada en el Manifiesto del Partido Comunista.





La crítica a que Marx y Engels sometían el lassalleanismo, fue influyendo para que en Alemania se formase una organización obrera distinta de la lassalleana. Contribuía a ello también la propia experiencia práctica de las masas obreras, experiencia que las convencía cada vez más de lo erróneos que eran los planteamientos de Lassalle. De ese modo se gestaron las condiciones favorables para fundar un nuevo partido, socialista y contrapeso de la Unión General de Obreros Alemanes. Los promotores de aquel partido nuevo fueron August Bebel, tornero, y Guillermo Liebknecht, que participó en la revolución de 1848 y seguía a Marx y Engels. En 1869 en el Congreso reunido en Eisenach se adoptó el programa del Partido Socialdemócrata Obrero, conocido desde entonces como los eisenachianos.




La historia del movimiento obrero alemán está llena de las polémicas entre los lassalleanos y los eisenachianos, y la razón histórica era que éstos y aquellos adoptaban posiciones diferentes en la cuestión clave de la vida política de Alemania: las vías de unificación nacional. Esta unificación podía realizarse, con la correlación de clases de aquel entonces, de dos maneras: por medio de una revolución dirigida por el proletariado y que proclamase una república panalemana o por medio de las guerras dinásticas conducidas por Prusia al objeto de consolidar la hegemonía de los terratenientes prusianos en una Alemania unida. En su espíritu prusiano y estatalista, los lassalleanos estaban volcados sobre los problemas internos de Alemania, relegando los principios internacionalistas.Pero Marx y Engels tuvieron que criticar y corregir con frecuencia a los eisenachianos en varias cuestiones. Sin embargo, pese a todas sus equivocaciones, gracias a la táctica acertada que siguieron en los problemas cardinales del proletariado alemán y gracias a la dirección de Marx y Engels, lograron sentar los cimientos del Partido Socialdemócrata Obrero. 



En los éxitos que los eisenachianos alcanzaron en su batallar ideológico contra el lassalleanismo correspondió un papel considerable el primer tomo de El Capital, la inmortal obra de Marx, fruto de una titánica labor teórica de muchos años, publicada en 1867. Marx terminaba de redactar el primer tomo de El Capital en condiciones muy difíciles. A la par con los intensos estudios teóricos, realizaba un trabajo inmenso y complicado de dirigir la Internacional.  La tensión permanente y las penurias materiales minaron la salud de Marx, ya por sí deteriorada. En uno de los momentos duros de entonces, Marx, pidiendo una nueva ayuda a Engels, le escribía: Te aseguro, me sería menos doloroso dejar que me cortasen el dedo pulgar que dirigirme a tí con la presente. Me desespera pensar que la mitad de mi vida me encuentro en dependencia.  Lo único que me conforta es la conciencia de que trabajamos a prorrata, dedicando yo mi tiempo al aspecto teórico de nuestra empresa y a la labor partidista. Con amistad y preocupación de militante del partido por su primera cabeza, Engels se apresuraba siempre a acudir en ayuda de Marx. Cuando la salud de este último empeoró, Engels, alarmado, consultó a los médicos y se puso a convencer a Marx de que fuese a Manchester a descansar y dedicarse a curar aquella enfermedad, que podía tener el desenlace fatal: Hazme a mí y a tu familia un solo favor: deja que te curen. ¿Qué será de todo el movimiento, si a ti te pasa algo? Pues, si tú sigues portándote como hasta ahora, podría llegar lo inevitable. Mira, no tendré un momento de sosiego hasta que te salve de este trance; cuando pasa un día sin saber de ti, me inquieto y pienso que otra vez has empeorado.




La ayuda que Engels prestaba a Marx cuando éste trabajaba en El Capital no se limitaba al sustento material. Marx solía aconsejarse con su amigo en los más importantes problemas teóricos, le daba a conocer en las cartas las conclusiones a que llegaba, requería su opinión sobre unas u otras cuestiones, solía consultar con él asuntos de economía, en los que era muy versado. Muchas veces Engels criticaba a Marx por su excesiva escrupulosidad científica, por su costumbre de no dar el trabajo por terminado antes de convencerse de que había leído ya cuanto se publicara sobre el tema y tener ponderadas todas las objeciones que hacía a otros autores. Conociendo estas peculiaridades de Marx, por las cuales éste postergaba infinitas veces la entrega del primer tomo a la imprenta, Engels no dejaba de animarle y exigirle que publicase el primer tomo de El Capital sin esperar a concluir los demás. 




Por eso, el 27 de marzo de 1867 Marx informó a Engels que había concluido el manuscrito del primer tomo y se proponía llevarlo a Hamburgo para editarlo. Engels acogió la noticia con regocijo. Cuando empezaron a llegar las galeradas de Hamburgo, Marx las reenviaba a Manchester para conocer la opinión de su amigo, que la consideraba suprema. El 16 de agosto de 1867 informó a Engels que había terminado de corregir el último pliego de El Capital y mandado también a la editorial el prefacio: Así, este tomo está listo. ¡Sólo gracias a ti ha sido posible! Sin los sacrificios que te impusiste por mí, jamás habría podido yo dar cima a todo el enorme trabajo que suponen los tres tomos. ¡Te abrazo lleno de gratitud!... ¡Un saludo, mi querido y fiel amigo!




La conclusión del primer tomo de El Capital no sólo fue un gran acontecimiento en la vida de Marx y Engels, sino también algo de trascendencia histórico-mundial para el movimiento obrero y para el desarrollo de la teoría revolucionaria del proletariado: Desde que hay en el mundo capitalistas y obreros, no se ha publicado un solo libro que tenga para los obreros la importancia de éste, escribió Engels refiriéndose a El Capital. Marx necesitó 25 años de intensas investigaciones científicas para poder exponer de forma consumada, clásica, su doctrina económica en El Capital. En esta obra inmortal el rigor científico va aparejado a la vehemencia revolucionaria; la implacable objetividad, al profundo partidismo. Empleando como poderoso instrumento la dialéctica materialista, Marx creó una doctrina económica que produjo una revolución en la economía política.             


El primer defecto de toda la economía política burguesa consistía en que hasta sus figuras de mayor relieve -Adam Smith y David Ricardo- tenían por perpetuas e invariables las leyes económicas de la sociedad burguesa, conceptuando esta última como régimen económico natural y adecuado a la naturaleza humana. Con ello impedían que se realizasen estudios científicos objetivos de la sociedad capitalista. Sólo el ideólogo del proletariado, la clase libre de la cortedad y de los prejuicios egoístas de las clases explotadoras, pudo desentrañar las leyes objetivas que rigen el desarrollo del capitalismo, pudo investigar los orígenes, el apogeo y la decadencia de la sociedad capitalista y demostrar que su existencia era pasajera y tenía sus límites históricos. Marx mostraba en El Capital que todas las lacras del capitalismo -la anarquía de la producción, las crisis, el desempleo, la depauperación del proletariado, la ruina de la pequeña burguesía urbana y del campesinado- se debían a la contradicción fundamental del capitalismo: la existente entre el carácter social de la producción y la forma capitalista privada de apropiación.




El gran descubrimiento de Marx fue su teoría de la plusvalía, piedra angular de toda su doctrina económica. Marx demostró científicamente que la fuente común de cuantos ingresos se obtienen en el capitalismo sin trabajar (ganancia, renta de la tierra, etc.) es el trabajo no pagado al obrero, la plusvalía: la diferencia entre el costo que con su trabajo crea el obrero y el coste de su mano de obra, esto es, de los medios de existencia necesarios para mantenerlo a él y a su familia. La de la plusvalía es la ley económica fundamental del capitalismo; resume la esencia de la producción capitalista. En su teoría de la plusvalía Marx puso en evidencia la explotación capitalista y dilucidó la base económica del antagonismo entre el proletariado y la burguesía. Según la ley general de acumulación capitalista, descubierta por Marx, este antagonismo es creciente. En la sociedad capitalista no sólo se gestan las premisas materiales de la revolución socialista, también se forma la fuerza social que realizará la revolución proletaria, implantará la dictadura del proletariado y destruirá para siempre toda explotación.




El Capital permitió a la clase obrera comprender la irreversibilidad histórica de la desaparición del capitalismo y del triunfo de la nueva sociedad, la comunista. Esta obra genial que dio la más profunda y múltiple fundamentación al comunismo científico, representó un gigantesco adelanto en el desarrollo de todas las partes integrantes del Marxismo: la economía política, la filosofía y el socialismo.




Ahora bien, ¿cómo acogió El Capital la ciencia burguesa? Incapaz de rebatir con argumentos el método científico de Marx, prefirió silenciar la publicación del libro. Para romper el silencio sepulcral con que la prensa burguesa acogió la obra, Engels no se limitó a insertar reseñas de divulgación en los poco numerosos órganos obreros o simpatizantes con el movimiento obrero. Por mediación de testaferros logró publicar en varios diarios burgueses críticas mostrando una sorprendente habilidad para informar a los lectores de los conceptos de Marx de modo que quedaban con la impresión de que la razón la tenía Marx y no el autor que le criticaba. Engels creyó que la conclusión del primer tomo de El Capital cambiaría la vida de Marx y de él mismo. Esperaba que los ingresos que la obra proporcionarían a Marx aumentarían algo y él podría retirarse para siempre del comercio y vivir, ayudando como siempre a su amigo, de los medios que cobrara de la compañía, de la que era socio, y de los honorarios que percibiría como literato. No hay cosa que ansíe más apasionadamente que librarme del comercio de perros que me desmoraliza por completo y consume todo mi tiempo, se le escapó en una carta a Marx. 



Sin embargo, pasaron dos años largos desde que concluyó el primer tomo de El Capital hasta que Engels pudo cumplir su propósito. Eleonora (Tussy), hija menor de Marx, que estaba en casa de Engels, escribió lo siguiente en sus memorias al referirse al último día que su anfitrión había pasado en la empresa:

Nunca olvidaré cómo exclamó con júbilo: ‘¡La última vez!’ cuando se ponía botas para ir a la oficina. Algunas horas después esperábamos a Engels a la puerta, le vimos atravesar un pequeño prado que había frente a la casa. Iba agitando su bastón en el aire, canturreando algo e irradiando alegría. Aquel día nos dimos un banquete, tomamos champaña y nos sentimos felices. En aquel entonces yo era demasiado joven para comprenderlo todo. Pero hoy cuando lo evoco me brotan las lágrimas.




Esa alegría de quien se sacudió, por fin, del peso que le había venido agobiando durante años, se percibe también en las cartas de Engels a sus familiares y amigos. Hoy es el primer día de mi libertad, escribió a su madre. Mi nueva libertad me encanta. Desde ayer soy un hombre distinto, he rejuvenecido unos diez años. Acometió la redacción de una historia de Irlanda. En compañía de su esposa Lizzy Burns (hermana de la difunta Mary) y Eleonora Marx, hizo un viaje a Irlanda, para conocer mejor el oprimido país. Su interés por Irlanda no era casual, ni mucho menos.  En aquella época el problema irlandés se debatía mucho en la Internacional. En la cizaña nacional que avivaban las clases dominantes entre los obreros ingleses e irlandeses veían Marx y Engels la causa de la debilidad de la clase obrera de Inglaterra. Estimaban que la Internacional tenía como tarea especial despertar en los obreros ingleses la conciencia de que para ellos la emancipación nacional de Irlanda no es una cuestión de justicia abstracta o de simpatía humana, sino la condición primera de su propia emancipación. 



La separación de Irlanda y la revolución agraria irlandesa habrían de ser un golpe fuerte para las clases dominantes inglesas (la burguesía y los latifundistas) e impulsar la revolución en la propia Inglaterra: La política de Marx y Engels en el problema irlandés -señaló Lenin- constituye un magnífico ejemplo, y este ejemplo ha conservado, hasta hoy día, un valor práctico enorme de la actitud que debe mantener el proletariado de las naciones opresoras ante los movimientos nacionales.




Engels comenzó a estudiar Irlanda justamente en el período en que el problema adquirió mayor agudeza debido al auge del movimiento agrario y a la represión que el Gobierno inglés desató contra los fenianos, revolucionarios irlandeses. Lizzy Burns, irlandesa, tenía conceptos revolucionarios y simpatizaba con las luchas que su pueblo sostenía por la liberación nacional; volcaba muchas energías en ayudar a los fenianos perseguidos, quienes siempre podían contar con amparo, refugio y ayuda en la casa de Engels. Apoyando al movimiento irlandés de emancipación nacional, Engels criticó al mismo tiempo a los fenianos por su táctica de complots, por su política de pronunciamientos separados y por falta de contactos con aquel pueblo amante de la libertad. Al atribuir una gran importancia teórica y política al problema de Irlanda, Engels pensaba demostrar en la obra que había concebido cómo el país en cuestión se había convertido en la primera colonia británica. Pero no pudo concluir aquel libro sobre la historia irlandesa. Como había pronosticado, al poco tiempo en Europa se avecinaban singulares acontecimientos políticos que le harían abandonar por un buen período los estudios teóricos.



La Comuna de París

La guerra franco-prusiana comenzó el 19 de julio de 1870. Cuatro días después el Consejo General de la Internacional emitió sobre aquel particular un llamamiento -lo había redactado Marx- a los obreros de todos los países. En este documento Marx calificó la guerra por parte de Francia como dinástica y empezada a favor de Bonaparte; por parte de Alemania, como defensiva, pues la sostenía contra el bonapartismo interesado en la división de los alemanes y enemigo de su unidad nacional. Pero allí mismo Marx señaló que existía una marcada diferencia entre los verdaderos intereses de Alemania en aquella guerra y los objetivos de rapiña que perseguía la Prusia reaccionaria.




Llamó a los obreros a no permitir que, a fuerza de las ambiciones que abrigaba Prusia, la guerra se volviese de defensiva en conquistadora y expoliadora. Refiriéndose a varios mensajes y resoluciones adoptados por los obreros alemanes y franceses, Marx constató con satisfacción que los obreros avanzados habían asumido respecto a la guerra en cuestión una actitud internacionalista:

Tan sólo ese gran hecho, sin precedentes en la historia, permite abrigar la esperanza de que el futuro será más radiante. Demuestra que, como contrapartida a la vieja sociedad con su miseria económica y su demencia política, nace una nueva, cuyo principio internacional será la paz, puesto que cada uno de los pueblos tendrá un mismo soberano: el trabajo. La Asociación Internacional de Trabajadores es la precursora de esta nueva sociedad.



En carta a Marx del 15 de agosto de 1870 Engels, por petición de aquél, expuso lo que pensaba de la táctica de los obreros alemanes y de su partido en las complejas condiciones de la guerra franco-prusiana: delimitar estrictamente los intereses nacionales alemanes y los dinásticos de Prusia; oponerse a la anexión de Alsacia y Lorena; procurar la paz en cuanto hubiera en París un Gobierno republicano; defender la unidad de los obreros alemanes y franceses que no aprobaban la guerra ni la hacían los unos contra los otros. Marx aceptó de plano esa táctica, y en ese espíritu dio instrucciones al partido socialista alemán.



Cuando en julio de 1870 el Reichstag autorizó por primera vez un crédito de guerra, los diputados Bebel y Liebknecht se abstuvieron, no queriendo conceder con sus sufragios un voto de confianza al Gobierno de Prusia; pero los lassalleanos, como nacionalistas que eran, votaron a favor, prestando así su apoyo incondicional a Bismarck.




Dos acontecimientos -el propósito de Bismarck de anexionarse Alsacia y Lorena y la caída de Luis Bonaparte pronosticada por Marx, con posterior proclamación de la república en Francia el 4 de setiembre de 1870- empujaron al Consejo General de la Internacional a emitir un nuevo llamamiento. Marx señaló en él que la guerra por parte de Alemania se había vuelto conquistadora y proponía a los obreros protestar por la anexión de Alsacia y Lorena, procurar que se firmase con Francia una paz honrosa, reconociéndose a la República Francesa. Exhortó a los obreros franceses a no sucumbir ante el nacionalismo, a desconfiar del nuevo Gobierno y aprovechar las libertades republicanas para organizarse ellos mismos. Predijo con perspicacia que la anexión de Alsacia y Lorena empujaría a Francia a una alianza con la Rusia zarista.



La parte del mensaje en que se demostraba que desde el punto de vista militar-estratégico Alemania no estaba interesada en la anexión de Alsacia y Lorena, había sido escrita por Engels. Al cambiar el carácter de la campaña, los obreros alemanes tuvieron que adoptar otra táctica. En el Reichstag, Bebel y Liebknecht votaron ya contra los créditos militares, censurando así la guerra conquistadora contra el pueblo francés. Al poco tiempo, ellos dos, y, luego otros socialdemócratas, fueron detenidos y encarcelados. Engels procuró prestar ayuda moral y material a los presos y a sus familias. En una carta enviada a la compañera de Liebknecht escribía: Durante esta guerra los obreros alemanes se mostraron tan perspicaces y enérgicos que enseguida se pusieron al frente del movimiento obrero europeo, y usted comprenderá que este hecho nos colma de orgullo.



La Internacional dirigida por Marx salió airosa de la prueba histórica: fue modelo del internacionalismo proletario en las complejas circunstancias de la guerra franco-prusiana. Desde el mismo comienzo de la contienda Engels fue comentando en la prensa el curso de las operaciones militares. Sus artículos Apuntes de la guerra causaban sensación, porque los pronósticos que contenían sobre las operaciones militares siempre se justificaban. Por ejemplo, Engels predijo con ocho días de anticipación la derrota del ejército francés en la batalla de Sedán. Como publicaba sus artículos sin firmarlos, los lectores los atribuían a alguna eminencia militar. Los amigos que conocían quién era el autor de aquellos escritos, manifestaban a Engels su admiración. Fue entonces cuando una de las hijas de Marx -Jenny- le confirió en broma el título de general, que sería el sobrenombre de Engels entre sus íntimos.



En setiembre de 1870 Engels se trasladó de Manchester a Londres, donde se estableció en las proximidades de la casa de Marx (a diez minutos a pie).Desde entonces los dos amigos pudieron verse a diario y discutir en directo todas las cuestiones que les interesaban, cosa que habían venido haciendo por correspondencia. Según contó Paul Lafargue:


En los intervalos entre una entrevista y otra, estudiaban, cada uno por separado, un tema para llegar a un criterio común. Ninguna otra crítica de sus pensamientos y sus obras tenía para los dos mayor importancia que aquel intercambio de pareceres, en tanta estima se tenían el uno y el otro.




Marx no dejaba de admirar la riqueza de los conocimientos y la sorprendente flexibilidad de la inteligencia de Engels, gracias a lo cual éste pasaba fácilmente de una materia a otra: por su parte, Engels se mostraba maravillado por la poderosa fuerza de análisis y síntesis que poseía Marx.



A su traslado a Londres, Engels, por iniciativa de Marx, fue integrado en el Consejo General de la Internacional y se dedicó a la labor política orgánica. De acuerdo con Marx dirigió la campaña favor del reconocimiento de la República Francesa y criticó con violencia a los dirigentes tradeunionistas ingleses, miembros de la Internacional, por su insignificante, aporte a dicha campaña.




En la serie de artículos que tituló Apuntes de la guerra, flageló la política anexionista del gobierno de Bismarck y los bárbaros métodos de combatir a la prusiana; saludó a los guerrilleros franceses que empuñaron las armas para rechazar a los invasores. Al abogar por el reconocimiento de la República Francesa, Marx y Engels desenmascaraban al mismo tiempo al gobierno y a los generales de aquel país, que, por miedo a los obreros, fraguaban una traición, ansiosos de concertar la paz con Prusia sin importar las condiciones y soltarse las manos para reprimir a su propio pueblo.




En la noche del 17 al 18 de marzo de 1871 el gobierno de Thiers trató de asestar un golpe decisivo a los proletarios parisienses y tomar la artillería de la Guardia Nacional, emplazada en Montmartre. Como respuesta, el pueblo se sublevó. El Gobierno, asustado, se refugió en Versalles. Por primera vez en la historia los obreros tomaban el poder. Marx y Engels habían prevenido al proletariado francés de que la sublevación sería inoportuna estando las tropas prusianas a las puertas de París. Pero en cuanto la lógica de la lucha de clases llevó a la revolución del 18 de marzo, Marx y Engels acudieron en ayuda de los obreros parisinos con toda la vehemencia y todo el ímpetu de jefes del proletariado.



Engels se volcó de lleno en el intenso trabajo que el Consejo General de la Internacional venía realizando bajo dirección de Marx con el fin de movilizar al proletariado internacional y a los obreros de Francia para que respaldasen al París revolucionario.




Ya el 21 de marzo Engels presentó un informe detallado sobre los acontecimientos de París a una reunión del Consejo General de la Internacional. Por iniciativa de Marx, aquel día se adoptó la resolución que incitaba a los obreros ingleses a apoyar a los insurrectos de París. En la reunión que el Consejo General tuvo el 11 de abril, Engels, al resumir el curso de aquellas luchas, señaló uno de los mayores errores cometidos por la Comuna: Había que actuar contra Versalles cuando estaba débil, pero esta ocasión favorable se perdió y parece que ahora Versalles lleva las de vencer y está acosando a los parisienses. 



Pero apuntó que los obreros estaban organizados mejor que en las insurrecciones anteriores. Marx y Engels ayudaban a los comuneros dándoles consejos, criticando sus errores, enviándoles documentos secretos que conseguían sobre el estado del ejército prusiano, recomendándoles cómo defender la ciudad. Pero los consejos que con inmensas dificultades viajaban a la urbe sitiada no podían remediar el defecto fatal de que adolecía el movimiento obrero francés: la falta de un partido proletario progresista. Ni los blanquistas ni los proudhonistas podían ejercer una dirección atinada en la Comuna; eran incapaces de trazar una estrategia y una táctica certeras y ponerlas en práctica con férrea tenacidad.Al criticar los errores de la Comuna, Marx y Engels alabaron el heroísmo y la iniciativa de los obreros de París; a base de la experiencia de las luchas que éstos libraban, formularon tesis importantes para la teoría revolucionaria. En una carta que escribió en aquellos días, Marx apuntaba: La próxima tentativa la revolución francesa no será ya, como hasta ahora, pasar la máquina burocrático-militar de una a otra mano, sino el destruirla, y esto es esencial para toda verdadera revolución popular del continente. Y esto es lo que están intentando nuestros heroicos camaradas del partido en París. ¡Qué elasticidad, qué iniciativa histórica, qué capacidad de sacrificio la de estos parisienses! La historia no tiene otro ejemplo de semejante grandeza.




Cuando en París continuaba aún la lucha en las barricadas, Marx estaba redactando La guerra civil en Francia, llamamiento del Consejo General de la Internacional al que dio lectura en la reunión de este órgano el 30 de mayo de 1871. En este documento Marx sintetizó teóricamente la experiencia histórica de las masas y desarrolló -cosa de suma importancia- su propia doctrina referente al Estado y a la dictadura del proletariado. Al analizar concretamente las actividades de la Comuna, fundamentó una tesis muy esencial, formulada por él antes, de que el proletariado necesitaba destruir la vieja máquina del Estado. Marx y Engels consideraban tan importante esta tarea de la clase obrera respecto al aparato estatal burgués que hicieron en ella otra vez especial hincapié en el prefacio que en 1872 escribieron para una nueva edición del Manifiesto del Partido Comunista.




Basándose en la experiencia de la Comuna de París, Marx esbozó también cómo sería el Estado de nuevo tipo que debía construir el proletariado. Dedujo que un Estado como el de la Comuna era la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo. Demostró que la Comuna había sido un verdadero gobierno nacional de Francia: interpretaba los intereses del campesinado y de la pequeña burguesía urbana, representaba cuantos elementos sanos tenía la sociedad francesa. Encomió la gesta de los comuneros y estigmatizó a sus verdugos.




Con la guerra franco-prusiana y la Comuna de París concluía un período enorme en la historia del movimiento obrero. Al comenzar el mismo, la doctrina de Marx y Engels no era la primera, sino una de las numerosas corrientes del socialismo. Luego la revolución de 1848 y, más aún, la Comuna de París dieron al traste con todas las variantes del socialismo pequeño burgués premarxista. En los combates revolucionarios se evidenció al máximo la inconsistencia de cuantas corrientes socialistas se oponían al marxismo. Sin embargo, las diferentes corrientes pequeño burguesas del movimiento obrero no se rindieron fácilmente. Después de caer la Comuna, que había enfatizado las cuestiones neurálgicas de la revolución proletaria, se atizaron las polémicas en el seno de la Internacional: los adeptos de Bakunin, los dirigentes oportunistas de las trade uniones inglesas y otros elementos, adversarios del marxismo emprendieron incesantes arremetidas contra Marx, Engels y sus partidarios. Sobre todo se radicalizó la oposición bakuninista al Consejo General marxista, conformada aún antes de estallar la guerra franco-prusiana y de proclamarse la Comuna de París.




Ingresado en la Internacional en 1869, Bakunin, en vez de disolver, como había prometido, la organización que dirigía, la Alianza de la Democracia Socialista, se esforzaba solapadamente por ampliarla con vistas de hacerse con la dirección en la Asociación Internacional de Trabajadores. El anarquismo de Bakunin tuvo buena acogida en varios países con proporción considerable de población pequeño burguesa: España, Italia, Suiza latina, Bélgica. Asustado por el desarrollo del capitalismo, los pequeño burgueses y los sectores atrasados de la clase obrera recién llegados al movimiento, eran terreno abonado para la agitación rebelde de Bakunin. Los bakuninistas se empeñaron en ganar también a cuantos elementos afiliados de la Internacional no compartían los criterios del anarquismo pero discrepaban de Marx en unas u otras cuestiones del movimiento obrero.




La actitud hacia la Comuna, hacia la dictadura del proletariado, hacia el partido proletario fue entonces piedra de toque para las diferentes corrientes en la Internacional.  Una vez en Londres, Engels se encargó de una considerable parte del trabajo en el Consejo General. Lo eligieron primero secretario para Bélgica, luego, secretario-corresponsal para España y en agosto de 1871, también secretario para Italia. Más tarde, tuvo que cumplir funciones semejantes para Portugal. En la Internacional Engels pudo aplicar a fondo su brillante conocimiento de idiomas tanto para traducir documentos como para mantener la copiosa correspondencia. Después de caer la Comuna de París, cuando Londres se llenó de refugiados, Engels dirigió la ayuda material del Consejo General a los comuneros. 



Se preocupó por prestar apoyo a cada destacamento proletario que emprendía la lucha contra sus opresores. Organizó la ayuda material a los obreros que se declararon en huelga en Amberes, al movimiento huelguístico en Bruselas; llamó a los obreros londinenses a respaldar las huelgas de los trabajadores del textil de Barcelona, de los toneleros de Santander, de los curtidores de Valencia, etc. Después de cada huelga de aquellas, la Asociación Internacional de Trabajadores crecía con nuevos contingentes del proletariado. En las directrices y cartas circulares que en nombre del Consejo General remitía a los dirigentes de las secciones nacionales, Engels fue propagando la experiencia de la Comuna de París y esclareciendo con paciencia los fundamentos de la estrategia y la táctica científicas de la clase obrera.




Realizó un intenso trabajo con motivo de la convocatoria de la Conferencia de la Internacional en Londres (setiembre de 1871), cuya primera tarea era aprender las lecciones de la Comuna. Marx y Engels demostraban a los delegados lo absurdo que era abstenerse de la política, máxime después de la Comuna de París, que había puesto al orden del día las luchas políticas del proletariado. En la resolución que sobre la acción política de la clase obrera aprobó la Conferencia se consignaba que contra el poder colectivo de las clases pudientes el proletariado podía actuar como clase únicamente constituyéndose en partido político independiente; que esta constitución era inexcusable para el triunfo de la revolución social. 




Las resoluciones de la Conferencia de Londres que representaban un nuevo triunfo del marxismo, fueron acogidas de uñas por los bakuninistas. Estos últimos empeñados en convertir el Consejo General del Estado Mayor eficiente y combativo en un buzón de correspondencia u oficina de informaciones, le acusaron de haber usurpado el poder.  Haciendo frente a los bakuninistas, Engels abogó por una férrea disciplina proletaria rebatiendo los intentos de desacreditar las resoluciones y reventar la Internacional. En poco tiempo la Alianza bakuninista se convertía en el centro de atracción de cuantos elementos hostiles al marxismo había en el movimiento obrero. 



Los bakuninistas acabaron por aliarse con la reacción europea en pie de guerra contra la Internacional. En la lucha contra el bakuninismo, Marx y Engels recibieron el apoyo de la sección rusa de la Internacional, cuyos organizadores -exiliados políticos rusos- pidieron a Marx ser su representante en el Consejo General.Respondiéndoles en carta fechada el 24 de marzo de 1870, Marx informaba que la sección rusa se admitía a la Internacional y él aceptaba representarla en el Consejo General. Más tarde la sección rusa ayudaría bastante a Marx y a Engels facilitándoles documentos sobre la actividad desorganizadora de Bakunin y de sus partidarios en Rusia.




En aquel período causaron no pocas preocupaciones a Engels los dirigentes del Partido de Eisenach. Bebel y Liebknecht habían hecho mucho por propagar las ideas de la Internacional en Alemania; sin embargo, Engels tuvo que criticarlos más de una vez por su insuficiente actividad. En nombre del Consejo General exigió a Liebknecht que actuase con más decisión para lograr que en el Congreso a reunir en La Haya estuviesen representados al máximo los obreros alemanes.




Pese a las intrigas de los bakuninistas de vísperas del Congreso, los partidarios de Marx y Engels pudieron disponer en él de una mayoría segura. El Congreso de la Haya reconoció la necesidad de las luchas políticas y de la constitución del partido proletario como primera premisa de la revolución socialista triunfante. Aquel trascendental postulado del marxismo fue incluido en los Estatutos de la Internacional, constituyéndose con ello en una ley para todos los afiliados. El Congreso adoptó una resolución sobre la labor de zapa que en la Internacional estaban realizando los bakuninistas y optó por expulsar de ella a Bakunin y otras figuras destacadas de la oposición bakuninista.




En el Congreso de La Haya Engels propuso que el Consejo General se trasladase a Nueva York, porque los Gobiernos europeos habían recrudecido la persecución contra la Internacional y también porque en varias secciones de ésta habían anidado elementos anarquistas y otros pequeño burgueses que se esforzaban por escindirla y disolverla.



El conflicto entre marxismo y anarquismo es uno de los elementos que han reencendido el debate sobre la independencia de la clase obrera en el mundo de la producción material. En la polémica con los anarquistas italianos, en su texto De La Autoridad, Engels disoció la cuestión de la propiedad colectiva de los medios de producción (axioma básico de un modo de producción socialista o comunista), de la dirección del proceso del trabajo. Los obreros deberían ser los legítimos dueños de las fábricas, pero no necesariamente ellos las comandarían en todo lugar, en asambleas democráticas y menos poderosas. Argumentó que las condiciones de la industria moderna exigían autoridad y disciplina. ¿Pero de dónde emanaría ésta? ¿Del Estado? ¿Del Partido? ¿De los sindicatos? ¿De los concejos? Las respuestas iniciales se dieron entre 1880 y 1914, porque organizaciones de diferente naturaleza y principalmente, las primeras acciones de la clase obrera se desarrollaron en ese período.




Al principio la mayoría de los delegados insistió en que Marx y Engels continuasen dirigiendo la Internacional, pero ellos se negaron rotundamente a aceptar el nuevo mandato, porque necesitaban tiempo libre para continuar sus trabajos científicos. No obstante, después del Congreso de La Haya Engels realizó grandes esfuerzos para dar instrucciones al Consejo General residente ya en Nueva York. Informó regularmente a F.A.Sorge, secretario general de la Internacional, sobre la situación en las diferentes secciones nacionales de la Asociación y continuó rebatiendo el anarquismo. Cumpliendo lo acordado en el Congreso de La Haya, Marx, Engels y Lafargue publicaron en 1873 el folleto La Alianza de la Democracia Socialista y la Asociación Internacional de Trabajadores. Engels impugnó el bakuninismo en otros artículos, dos de los cuales se titulaban Sobre la autoridad y Los bakuninistas en acción. En el segundo, al analizar lo sucedido durante la insurrección de España en 1873, apuntó que los bakuninistas españoles nos han dado un ejemplo insuperable de cómo no debe hacerse una revolución. De modo que las teorías anarquistas que habían sufrido la quiebra ideológica en la Internacional, demostraban su inutilidad también en la práctica.




Justamente para el momento en que el marxismo obtuvo el triunfo ideológico en la Internacional, en la palestra mundial se habían producido cambios ostensibles que no podían dejar de repercutir en las actividad de dicha asociación: El obrero inglés corrompido por las ganancias imperialistas, la Comuna de París aplastada, el movimiento nacional-burgués que acababa de triunfar en Alemania (1871), la Rusia semifeudal sumida en un letargo secular: así fue como caracterizó Lenin la situación existente después de caída la Comuna de París. Marx y Engels tuvieron en cuenta el momento, comprendieron la situación internacional y las tareas de la aproximación lenta hacia el comienzo de la revolución social.  A primer plano pasaba la tarea de preparar, reunir y organizar las fuerzas, así como de fundar partidos proletarios en diversos países. Al informar a F.A.Sorge en setiembre de 1874, Marx le escribía: En vista de la situación de Europa, considero de gran utilidad postergar por algún tiempo la organización formal de la Internacional y solamente, si es posible, no dejar de la mano el punto central con sede en Nueva York [...] Los acontecimientos y el irreversible desarrollo y complicación de la situación harán de por sí que la Internacional se reponga y mejore. Los éxitos alcanzados en la propaganda de la doctrina de Marx y la formación de cuadros capaces de constituir el núcleo de los futuros partidos obreros crearon las premisas para que en diferentes países se fundasen fuertes partidos obreros



La I Internacional había cumplido su misión histórica y dio paso a una época de desarrollo incomparablemente más amplio del movimiento obrero en todos los países del mundo, época en que este movimiento había de desplegarse en extensión, propiciando el surgimiento de partidos obreros socialistas dentro de cada Estado nacional. La solidaridad internacionalista del proletariado, hecha realidad en la Asociación Internacional de Trabajadores continuó creciendo y consolidándose, adquiriendo nuevas formas adecuadas a la nueva etapa del movimiento obrero.



Últimos años junto a Marx

El peso de dirigir a diario el movimiento socialista en varios países y de repeler a los enemigos patentes y latentes del marxismo se volvió entonces sobre Engels, quien escribió lo siguiente de aquel periodo: A consecuencia de la división del trabajo que existía entre Marx y yo, me tocó defender nuestras opiniones en la prensa periódica, lo que, en la práctica significaba luchar contra las ideas opuestas, a fin de que Marx tuviera tiempo de acabar su gran obra principal. Lo que dijo en este pasaje refiriéndose a los artículos que insertaba en la prensa, era válido también para la correspondencia con los socialistas de diferentes países, pues era también él quien la mantenía en buena parte.




En sus esfuerzos por constituir partidos socialistas, Marx y Engels prestaron singular atención al movimiento obrero alemán. Y eso no era casual. Después de concluida la guerra franco-prusiana y caída la Comuna de París, el centro de gravedad del movimiento obrero se desplazó a Alemania. En cartas y artículos Engels analizó a fondo las causas por las que los obreros alemanes se pusieron después de la Comuna de París al frente del proletariado internacional.




Además de considerar como tales una intensa revolución industrial y una aguda lucha de clases relacionada con aquélla, Engels estimó que el movimiento obrero alemán debía su papel de vanguardia en buena medida al hecho de que había obtenido en el marxismo el programa de que habían carecido sus antecesores: los ingleses y los franceses. Pese a las condiciones favorables, no era fácil constituir un partido obrero en Alemania. Fue forjándose en lucha contra la burguesía y los terratenientes, y contra las tendencias pequeño burguesas que adoptaban formas oportunistas. Engels continuó repudiando en sus cartas y artículos el lassalleanismo; al mismo tiempo ayudó al Partido de Eisenach a rectificar su línea, criticando los conceptos teóricos inmaduros que exponía y los errores políticos que cometía.




La escasa madurez teórica de la fracción de Eisenach se manifestó, entre otras cosas, en el hecho de que en 1872 había publicado en el Volksstaat, su órgano central, una serie de artículos en los que un tal Mülberger, doctor en Medicina, trataba el problema de la vivienda. 



Engels expresó una enérgica protesta contra la interpretación que aceptaban los de Eisenach y dio a la prensa unos artículos polémicos recopilados luego en un folleto titulado Contribución al problema de la vivienda. Según demostró, los artículos de Mülberger constituían la primera pretensión de imponer en Alemania las concepciones proudhonianas demolidas por Marx en su ensayo Miseria de la filosofía. En el espíritu de Proudhon, Mülberger hacía proyectos fantasmagóricos de eliminar los males del capitalismo, concretamente, acabar con escasez de viviendas, sin destruir las raíces del problema: el modo capitalista de producción.


Soñaba con convertir a cada inquilino en propietario de su vivienda, a la sociedad entera en una comunidad de inquilinos libres e independientes, a cada proletario, en dueño de una casita y una pequeña parcela de tierra. Haciendo ver lo reaccionarios que eran semejantes planes, Engels escribió que mientras exista el modo de producción capitalista, será absurdo querer resolver aisladamente la cuestión de la vivienda o cualquier otra cuestión social que afecte a la suerte del obrero. La solución reside únicamente en la abolición del modo de producción capitalista, en la apropiación por la clase obrera misma de todos los medios de subsistencia y de trabajo. Eso podía realizarse sólo por medio de la acción política del proletariado y la dictadura que éste implantase. La dictadura del proletariado acabaría con cuantas desgracias estaba condenada a sufrir la clase obrera en la sociedad capitalista; además, borraría las diferencias entre la ciudad y el campo. 



Al impugnar los planes proudhonistas de mantener la pequeña propiedad campesina sobre la tierra, Engels indicó que en la cuestión agraria al proletariado se le presentaba una feliz oportunidad para trabajar la tierra en grande por los trabajadores asociados, única manera de poder utilizar todos los recursos modernos, las máquinas, etc., y mostrar así claramente a los pequeños campesinos las ventajas de la gran empresa, por medio de la asociación. Mülberger consideraba imposible borrar las diferencias entre la ciudad y el campo. Por elcontraro, Engels demostró que no era utópico que la revolución socialista y la dictadura del proletariado acabasen con uno u otro antagonismo de la sociedad capitalista. No deseaba conjeturar cómo se resolvería el problema de la vivienda o cualquier otro en la futura sociedad socialista. Querer sacar recetas de antemano y creerlas útiles siempre, significaría suplantar la ciencia por la hechicería. Los artículos de Engels referentes al problema de la vivienda contrarrestaron las tentativas de imponer las teorías proudhonistas en Alemania.



El trabajo de Engels "Acerca de la cuestión social en Rusia" es el V artículo de la serie "Literatura de los emigrados". Engels hace constar en él los factores decisivos y determinantes del crecimiento del ambiente revolucionario en Rusia: la clase obrera rusa ha salido al escenario político, es inevitable el crecimiento del movimiento de las masas campesinas como respuesta al saqueo de los campesinos después de la abolición de la servidumbre. En el artículo, al igual que en las palabras finales al mismo, escritas en 1894, Engels critica las tendencias principales del populismo ruso de comienzos de los años 70, personificados por ideólogos del tipo de P. Lavrov y P. Tkachov, y sobre todo el populismo liberal de los años 80-90. El análisis general de las relaciones sociales reinantes en Rusia después de 1861 lleva a Engels a la conclusión de que el capitalismo se desarrolla cada vez más en ese país y que se desintegra, con tal motivo, la propiedad comunal en el campo. Engels somete a acerba crítica la idealización de la comunidad campesina por los populistas y señala el ritmo cada vez más intenso de transformación de Rusia en país industrial-capitalista, de proletarización del campesinado y de «destrucción de la antigua comunidad comunista.




Pero más difícil fue erradicar las tradiciones lassalleanas, que estaban todavía muy marcadas en la Unión General de Obreros Alemanes y tenían cierto ascendiente sobre el Partido de Eisenach. Esto se evidenció con claridad en 1875, cuando ambas facciones se fusionaron. En aquel momento había desaparecido el motivo de la fundamental discrepancia táctica entre las dos organizaciones, porque se sobrepuso definitivamente la unidad nacional por arriba, por medio de la monarquía prusiana. En Alemania se puso al orden del día la constitución de un partido socialdemócrata unido. Por lo general, Marx y Engels no estaban en contra de que los partidos se uniesen, pero sí impugnaban las uniones apresuradas y carentes de principios. Estimaban que una clara y firme plataforma para la unificación era garantía de una unidad verdaderamente sólida y premisa de que se fundase un combativo partido proletario de masas. En reiteradas ocasiones alertaron a los líderes eisenachianos contra la unidad a cualquier precio. Pese a las advertencias de Marx y Engels, pudo más la propensión transigente de Liebknecht. Mientras Bebel estaba preso, Liebknecht entabló conversaciones con los líderes lassalleanos, y de ello nacería el proyecto de programa que debía servir de plataforma para la unión de los dos partidos. Cuando Marx y Engels se vieron sorprendidos con aquel proyecto que contenía serias concesiones al lassalleanismo manifestaron su más enérgica protesta a los dirigentes del Partido de Eisenach. En carta dirigida a Bebel, que acababa de recobrar la libertad, Engels protestó contra la falta de principios ideológicos y sometió el programa propuesto a una crítica exhaustiva.




La importancia de las concesiones a los lassalleanos se apreciaba en el programa en cuestión, que contenía la tesis de Lassalle sobre una masa reaccionaria única y la reivindicación de que el Estado ayudase a organizar sociedades de productores. Pero nada decía de los sindicatos ni de las huelgas, ni tampoco de la solidaridad internacional de los obreros. En vez de la consigna de la dictadura del proletariado, proclamaba la consigna lassalleana de un Estado popular libre. En su crítica, Engels arremetió contra la confusión oportunista en la cuestión del Estado: Siendo el Estado una institución transitoria, que se utiliza en la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es un absurdo hablar de un ‘Estado popular libre’; el proletariado, mientras necesita todavía el Estado, no lo necesita en interés de la libertad sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como sea posible hablar de libertad, el Estado como tal deja de existir. Este pasaje de la carta de Engels a Bebel fue calificada por Lenin como uno de los razonamientos más notables, si no el más notable, de las obras de Marx y Engels respecto al Estado. Lenin subrayó que por algo los dirigentes de la socialdemocracia alemana, que desvirtuaron la teoría marxista sobre el Estado, durante años se habían resistido a hacer pública la carta citada.




Pero la crítica del proyecto de programa hecha por Engels no convenció a algunos dirigentes del Partido de Eisenach. Por ejemplo, en varias cartas a los londinenses Liebknecht trató de justificar la posición que había adoptado en las conversaciones con los lassalleanos. Como resultado, Marx y Engels entraron más a fondo en el asunto, y el primero escribió en 1875 su trascendental folleto titulado Crítica del Programa de Gotha. Esta obra expone con la máxima amplitud los criterios de Marx y Engels con respecto al Estado y a la dictadura del proletariado. Contiene la consideración de Marx que resume toda su teoría revolucionaria del Estado: Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaría del proletariado. En la Crítica del Programa de Gotha Marx hizo el análisis económico de la sociedad futura y estableció el vinculo entre el desarrollo del comunismo y la desaparición del Estado. 



Distinguió dos fases de la sociedad comunista: la inicial y la superior. Fue un descubrimiento científico de gran alcance. La primera fase -la inferior- del comunismo, llamada por lo general socialismo, se caracteriza, dada la propiedad social sobre los medios de producción, por la distribución de los bienes materiales según el trabajo. Restada la cantidad del trabajo que va a parar a los fondos sociales, el productor recibe de la sociedad cuanto le ha dado. En la fase superior del comunismo, en la cual un alto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y de la productividad del trabajo social crearán la abundancia de bienes materiales, se aplicará ya otro principio en la distribución, será de cada uno según su capacidad, a cada uno, según sus necesidades. El pronóstico de Marx sobre el periodo de transición y sobre las dos fases de la sociedad comunista fue una inapreciable aportación al acervo del comunismo.




Pese a la crítica que Marx y Engels hicieron al proyecto de programa, éste fue adoptado con reformas insignificantes en el Congreso de Unificación reunido en Gotha, que no dejó de influir en el desarrollo del Partido. A raíz de la unificación, se mezclaron elementos inadecuados, aumentó la confusión teórica y varios dirigentes se entusiasmaron con el socialismo pequeño burgués de Dühring, un profesor de la Universidad de Berlín que inventó un nuevo socialismo que debía revolucionar la filosofía, la economía política y el socialismo, aunque no era más que una mezcla de teorías pequeño burguesas. Para no distraer a Marx de su trabajo sobre El Capital, Engels decidió que sería él quien criticaría al aburrido Dühring. Conforme a la vieja costumbre, Marx escribió para la nueva obra de Engels el capítulo décimo, dedicado a la economía política. A comienzos de 1877 en el periódico Vorvärts (Adelante), órgano de la socialdemocracia alemana, empezaron a publicarse bajo el irónico título de Revolución en la ciencia hecha por el Sr. Eugenio Dühring una serie de artículos de Engels.



Esto provocó el descontento de los admiradores que Dühring tenia en la socialdemocracia alemana. En el Congreso que este partido convocó en Gotha en mayo de 1877 propusieron dejar de publicar aquellos artículos so pretexto de que no ofrecían interés alguno para los lectores. No obstante, el Congreso acordó continuar publicándolos, sólo que no en el periódico sino en un suplemento científico.




A mediados de 1878 publicó su último artículo contra Dühring, y el mismo año los recopiló todos en un libro que tituló Anti-Dühring. Esta obra se haría muy famosa. En vista de que el sistema de Dühring abarcaba una rama muy amplia de conocimientos, Engels se vio obligado, siguiendo a este autor paso por paso, a tratar los temas más diversos: De este modo, la crítica negativa tomó un aspecto positivo; la polémica se convirtió en una exposición más o menos coherente del método dialéctico y de la concepción comunista del mundo, mantenidos por Marx y por mí, en una serie bastante considerable de problemas.  Así, en la polémica con Dühring surgió una original enciclopedia que sistematizaba los criterios marxistas respecto a un gran abanico de cuestiones de filosofía, ciencias naturales, economía política y socialismo. 



En esta obra Engels esgrimió un consecuente materialismo e impugnó todas las concesiones al idealismo. Rebatiendo la filosofía idealista y el materialismo vulgar, defendió y desarrolló la dialéctica materialista como ciencia sobre las leyes generales que rigen la evolución de la naturaleza, de la sociedad y del pensamiento humano. Hizo por vez primera balance de sus estudios teóricos de ciencias naturales. Manejando numerosos ejemplos de matemáticas, física, química y biología, demostró que en la naturaleza se imponían, a través del caos de los cambios innumerables, las mismas leyes dialécticas de la dinámica que también en la historia presiden la eventualidad aparente de los acontecimientos.  
Con esta obra el marxismo avanzó en cuanto ciencia sobre la transformación revolucionaria del mundo. Esta obra de Engels ha venido ofreciendo desde entonces una valiosísima fuente para estudiar el marxismo y ha servido de arma en la lucha contra sus enemigos. A base de tres capítulos de la misma, Engels escribió el folleto El desarrollo del socialismo desde la utopía a la ciencia, en el cual, a guisa de introducción, accesible para todos, a la teoría del comunismo científico, caracterizó tres fuentes y tres partes integrantes de marxismo.  El Anti-Dühring fue un duro golpe a los elementos pequeño burgueses del Partido Socialdemócrata Alemán.




El 19 de octubre de 1878 el Reichstag aprobó una ley contra los socialistas. Utilizó como pretexto varios atentados seguidos contra el emperador, con los que nada tenían que ver los socialdemócratas alemanes. Era evidente que el Gobierno de Bismarck decidió azuzar a las clases dominantes y la pequeña burguesía contra el fantasma rojo.  La ley antisocialista prohibía cuantas organizaciones, asociaciones y órganos de prensa hacían propaganda socialista; en una cláusula especial facultaba a las autoridades para implantar el estado de excepción. En vista de que la táctica de las clases dominantes ante la socialdemocracia había cambiado bruscamente, el partido debía mostrarse capaz de orientarse con rapidez en los acontecimientos, de cambiar de táctica y de estructura orgánica. Pero la práctica evidenció que no estaba preparado para salir airoso de aquella prueba que le ponía la historia. Aún antes de que la ley entrase en vigor, se descubrió el fracaso de la dirección del partido. 



En vez de crear sin demora una organización y un periódico clandestinos, el Comité Central resolvió, unido a la fracción socialdemócrata del Reichstag, la disolución voluntaria del Partido. Marx y Engels manifestaron enseguida su violenta protesta contra tan oportunista táctica. Al querer volver a los líderes del partido a la vía revolucionaria, Marx y Engels cifraban sus mayores esperanzas en los obreros de Alemania. Engels señaló más de una vez en sus cartas que movimiento alemán tiene la peculiaridad de que las masas siempre corrigen los errores de sus dirigentes: Así ocurrirá, obviamente, en esta ocasión.



En efecto, los obreros, pese a la confusión de sus dirigentes, comenzaron a restablecer poco a poco los contactos interrumpidos y a formar una organización clandestina. Ante esta iniciativa y haciendo caso a la crítica de Marx y Engels, los mejores dirigentes del partido, Bebel en primer lugar, empezaron a rectificar su política. Requiriendo de los dirigentes combatir sin tregua a los oportunistas, Marx y Engels fueron explicando al partido que era inevitable separarse de los elementos de tendencias burguesas. Este problema se puso al orden del día en 1884 (ya después de la muerte de Marx), cuando la mayor parte de la fracción socialdemócrata en el Reichstag se propuso votar a favor de un subsidio por abrir unas nuevas líneas de navegación marítima, con lo cual apoyaría la política colonialista de Bismarck. Ese hecho condujo a Engels a plantear la cuestión de la escisión del Partido.




Además de hostilizar el oportunismo de derecha en la socialdemocracia alemana, Marx y Engels fustigaron también a la izquierda, a los demagogos. El oportunismo de izquierda surgió en el período de las leyes de excepción, vinculado al nombre de Johann Most, director del periódico Freiheit, quien al criticar los errores oportunistas de la fracción socialdemócrata del Reichstag, acabó por negar la necesidad de que el partido se presentara a las elecciones y utilizase las posibilidades legales. Aquellas críticas del parlamentarismo desembocaron en una campaña desenfrenada contra todos los dirigentes del partido, en cuyo curso, como dijo Marx, no se arremetía ya contra unos u otros personajes, sino que se difamaba a todo el movimiento obrero alemán. 



En setiembre de 1879 se puso sobre el tapete la necesidad de fundar un partido nuevo.  El Primer Congreso clandestino (Widen, 1880) expulsó a Most de sus filas. Además, suprimió del Programa de Gotha el pasaje en que se decía que el partido propugnase sus objetivos empleando todos los medios legales, con lo cual reconoció que era menester combinar el trabajo legal con el clandestino, en que siempre habían venido insistiendo Marx y Engels. Con su repulsa del oportunismo tanto en la teoría con en la práctica, Marx y Engels hicieron un buen servicio la socialdemocracia alemana para que pudiese forjar su táctica y su estructura orgánica en las duras circunstancias de la ley de emergencia, así como para que tomase rumbo a la lucha revolucionaria. Pese a que centraban la atención en el movimiento obrero en Alemania, Marx y Engels no dejaban de interesarse por otros países. 



Estudiaban a fondo las condiciones en que fue desarrollándose el movimiento obrero francés después de la caída de la Comuna. Engels dedujo que uno de los defectos esenciales del movimiento anterior había sido la falta de contactos entre París y las provincias, que no apoyaron al París revolucionario y, a veces, hasta actuaron manifiestamente contra él. En el período posterior, aquella separación disminuyó de modo considerable y las reservas de la revolución, campesinas en primer término, comenzaron a concentrarse. Engels consideró otro fenómeno positivo el hecho de que la experiencia de la Comuna de París hubiese sido un golpe a las teorías pequeño burguesas que habían prevalecido en el movimiento obrero francés: el proudhonismo, el blanquismo, etc., y ayudase a los obreros franceses a asimilar la teoría científica del proletariado internacional.



El libro de "Del socialismo utopico, al socialismo cientifico" de Engels significó en primer lugar acuñar un término por Friedrich Engels para distinguir al socialismo marxista de los demás socialismos que no se basaban en el materialismo histórico, el mismo que sería identificado como un método científico según sus partidarios. Este socialismo fundado por Marx y Engels planteó un enfoque historicista donde la realidad es una lucha constante entre clases sociales y que esto generaba cambios en la sociedad, del mismo modo identificó al sujeto colectivo de la revolución socialista con el proletariado industrial. Para los socialistas utópicos, horrorizados con las condiciones de vida que sufría la clase obrera fruto del desarrollo capitalista, el socialismo era una buena idea para cuya implantación dependía únicamente de convencer a toda la sociedad de sus benevolencias. 


En este sentido no diferían en absoluto de los reformistas actuales, que pretenden (sin mucho éxito por cierto) ablandar a los capitalistas con lastimeros discursos sobre las injusticias sociales. Sin embargo, los socialistas utópicos están muy por encima de ellos, ya que su trabajo contribuyó a que la clase obrera fuese tomando conciencia, es decir, dejase de ser "una clase en sí" para ser "una clase para sí". En el terreno filosófico, Engels combina de los avances de las ciencias naturales (que se desprenden del idealismo para analizar la naturaleza desde el punto de vista materialista) con la dialéctica, cuyas leyes son sintetizadas por Hegel, aunque desde un punto de vista idealista (explicando el desarrollo de la humanidad por el desarrollo del "Espíritu humano"). Dándole una base materialista a la dialéctica se consigue una herramienta fundamental del pensamiento humano para comprender la realidad y sus cambios.



En ese período el marxismo comenzaba a calar en las masas obreras de Francia. En su camino se interponía, entre otras cosas, el sectarismo de los socialistas de ese país. Engels escribió sobre ese particular: A muchos socialistas franceses les horroriza pensar que la nación que hizo feliz al mundo alumbrándolo con los ideales franceses y poseyó el monopolio de las ideas, y París, antorcha del mundo entero, deben ahora de repente recibir de un alemán, que es Marx, las ideas socialistas hechas. Sin embargo, así es; además supera tanto a todos nosotros con su genialidad, con su casi excesivo rigor científico y su fabulosa erudición, que si alguien intentara criticar sus descubrimientos se quemaría en el empeño... Yo no comprendo en general cómo se puede envidiar a un genio. Es un fenómeno tan singular que nosotros, que no tenemos ese don, sabemos de antemano que es inaccesible; pero envidiarlo puede sólo una nulidad completa. Pero Benoit Malon y Paul Brousse, acusaron a Jules Guesde y Paul Lafargue, fundadores del Partido Obrero de Francia, de ser potavoces de Marx. No aceptaron el programa del Partido Obrero propuesto por Guesde y en el que la parte teórica había sido redactada por Marx.  Engels refirió en una de sus cartas cómo había ido elaborándose aquel documento: Guesde llegó aquí cuando era necesario trazar el proyecto de programa del Partido Obrero de Francia. Enseguida Marx, que estaba en mi habitación, en presencia mía y de Lafargue, le dictó la introducción: el obrero es libre únicamente cuando es dueño de sus medios de producción, y eso es posible tanto en forma individual como colectiva; el desarrollo económico va acabando con la forma individual de la propiedad, y día tras día, ese proceso irá intensificándose; de ahí que quede sólo la forma de propiedad colectiva, etc. Era un exponente magistral de una argumentación convincente, lacónica y clara para las masas; rara vez vi algo semejante y sus fórmulas sucintas me maravillaron.  Luego discutimos el resto del contenido del programa, añadiendo o eliminando algo; pero lo incierto de afirmar que Guesde era un portavoz de Marx lo muestra el hecho de que había insistido en incluir la reivindicación absurda de su propia cosecha sobre el salario mínimo.





El programa fue aprobado -con una variante algo deteriorada- el 14 de octubre de 1880 en el Congreso del Partido Obrero en El Havre. Marx calificó aquel hecho como síntoma de que en Francia estaba brotando un movimiento verdaderamente obrero. Pero los oportunistas dirigidos en aquel partido por Malon y Brousse, comenzaron las polémicas contra dicho documento y contra los principios de la estructura orgánica partidista. Lanzaron la consigna bakuninista de autonomía, reclamando para cada organización local el derecho de modificar el programa del partido y adaptarlo a sus condiciones particulares. Rechazando las metas finales del partido, proponían formular únicamente reivindicaciones que pudieran verse satisfechas en las condiciones existentes. Guesde y Lafargue criticaron aquella política pequeño burguesa de posibilismo y de renuncia al carácter clasista del partido para ganar votos en las campañas electorales. Marx y Engels les apoyaron pero criticaron algonos errores, en particular, su propensión al dogmatismo y al sectarismo, así como la insuficiente elasticidad en la táctica.  Cuando en 1882 en el Congreso de Saint Etienne se produjo la división entre los guesdistas y los posibilistas, los fundadores del marxismo la calificaron de un progreso del partido proletario. Con motivo de aquella división en el movimiento socialista francés, Engels adelantó tesis de que la pugna entre dos tendencias -revolucionaria y oportunista- era en el contexto del capitalismo un fenómeno legítimo para el desarrollo de los partidos obreros: Por lo visto todo partido obrero de un país grande sólo puede desarrollarse mediante la lucha interna, en plena correspondencia con las leyes del desarrollo dialéctico en general. Engels adujo el ejemplo de la lucha entre los eisenachianos y los lassalleanos en Alemania; entre los guesdistas y los posibilistas en Francia.




Conceptuando la lucha contra el oportunismo como ley de desarrollo inminente para cada partido obrero en el contexto de la sociedad de clases, los fundadores de marxismo insistían en que era necesario depurar los partidos proletarios de los elementos que pretendían convertirlos en partidos pequeño burgueses y reformistas. Si en Francia la constitución del partido proletario fue creándose en medio de una tensa lucha interna, en Inglaterra se habían gestado para ello condiciones más difíciles aún. El movimiento obrero inglés que antes había ofrecido al mundo el primer ejemplo de lucha proletaria política e independiente (el cartismo) y que después de un período de receso, guiado por la Internacional, comenzó a reanudar la lucha de clases, volvió a encerrarse en el estrecho marco de las reivindicaciones económicas.  Los dirigentes tradeunionistas, creyendo que el único objetivo del movimiento obrero era procurar el aumento de salarios y la reducción de la jornada laboral, se oponían a que el proletariado desatase una lucha política como fuerza independiente, algo de gran interés para la burguesía inglesa. Al ahondar en el análisis que aún en los años 50 hizo de las causas de la victoria temporal del oportunismo en el movimiento obrero inglés, Engels escribía en 1883 a Bebel:

No se deje engañar a ningún precio creyendo que aquí hay un verdadero movimiento proletario [...] Y aparte de lo imprevisible, aparecerá aquí un movimiento obrero realmente general, sólo cuando los obreros se den cuenta que el monopolio mundial ejercido por Inglaterra se ha quebrado. La participación en el dominio del mercado mundial fue, y sigue siendo, la base de la incapacidad política de los obreros ingleses.

Según Marx y Engels, una de las causas del atraso del movimiento obrero inglés radicaba también en la indiferencia, propia de los obreros de aquel país, por toda teoría, lo cual permitía a la burguesía tenerlos bajo su influencia ideológica. Como resultado, en Inglaterra no había ningún partido proletario independiente, sino varios grupos socialistas enemistados. 



Para impulsar en Inglaterra la creación de un partido proletario, Marx y Engels mantuvieron contactos con representantes obreros y fueron ayudándoles a asimilar la teoría marxista.   Así, en 1881 Engels publicó en el periódico Labour Standard una serie de artículos demostrando, de forma accesible para los obreros ingleses, que no bastaba sólo con la lucha económica y que para abolir la explotación capitalista era necesario crear un partido de vanguardia. En el artículo titulado El Partido Obrero, explicaba a los trabajadores ingleses que el papel político que jugaban era indigno de quienes forman parte de la clase obrera más organizada de Europa; les explicó también que hacían las veces de apéndice de la burguesía liberal. Aludiendo al movimiento obrero desplegado en el continente, realzó la importancia de constituir un partido obrero independiente y la necesidad de que el proletariado combatiese por el poder político. En su artículo Las clases sociales: las necesarias y las sobrantes demostró que la clase obrera podía administrar perfectamente las grandes industrias prescindiendo de los capitalistas, cuya intervención era cada día más perjudicíal.



Marx y Engels acertaban al desentrañar el defecto fundamental de que adolecía el movimiento obrero de uno u otro país y dar con los obstáculos que se interponían allí a que la teoría socialista se fundiese con el movimiento obrero. Los mejores representantes del movimiento obrero de todos los países siempre acudían a Marx y Engels para que les ayudasen. El prestigio y la confianza ilimitados que Marx y Engels se habían ganado en el movimiento obrero convirtieron a los ambos en los dirigentes acreditados del proletariado internacional.




A la vez que dirigían el movimiento obrero, Marx y Engels proseguían sus estudios teóricos, que consideraban como una parte muy importante de su trabajo; sin teoría revolucionaria, no hay tampoco movimiento revolucionario: Nosotros dos, Marx y yo -leemos en una carta de Engels- debemos realizar trabajos científicos muy determinados, que, como vemos, nadie más puede o siquiera desea hacer. Debemos aprovechar este período de calma en la historia universal para concluirlos. Quién sabe, cuándo un acontecimiento vuelva a arrojarnos al centro del movimiento práctico; con tanta más razón debemos emplear la corta tregua para desarrollar, por poco que sea, la teoría, que tiene no menos importancia. Marx trabajaba entonces en los tomos segundo y tercero de El Capital, pero su enfermedad le interrumpía cada vez más a menudo. 



El máximo rigor científico, la recia autocrítica y el afán de sintetizar lo nuevo que aportaba la vida, le obligaban a tratar reiteradamente los problemas clave de su obra. Cada generalización teórica que hacía en El Capital, la basaba en el estudio de un inmenso número de hechos y documentos.
Simultáneamente a la propaganda del marxismo y a defenderlo en la prensa contra los ataques, Engels continuaba estudiando a fondo las ciencias naturales. Habiendo comenzado estos estudios ya en Manchester, donde podía ocuparse de ellos sólo de vez en cuando, después del Congreso de La Haya acometió una obra extensa sobre la dialéctica en la naturaleza. Escribió la introducción, pero tuvo que interrumpirlo por la necesidad de criticar a Dühring.  Terminado el Anti-Dühring en junio de 1878 reanudó la obra interrumpida, escribiendo varios capítulos y haciendo un sinnúmero de apuntes y esbozos.  Pero después de la muerte de Marx, creyendo que su primera tarea era concluir El Capital, volvió a dejar a un lado la Dialéctica de la Naturaleza, que habría de quedar inconclusa y el texto de cuyo manuscrito fue publicado por vez primera en la URSS en 1925, en alemán y en ruso. Pese a ser una obra inconclusa, la Dialéctica de la Naturaleza es una catarata de ideas. Su introducción es un ensayo brillante del desarrollo de las ciencias naturales, desde el Renacimiento hasta Darwin.



Engels demostró cómo la concepción dialéctica de la naturaleza fue abriéndose paso en la lucha contra la metafísica.  Realzó el papel que en ello correspondía a la práctica y a la producción, las que determinaron, en última instancia, el desarrollo de la ciencia. Hizo una síntesis filosófica de las ciencias naturales de su tiempo y mostró que todo en la naturaleza se producía dialécticamente, por lo cual el único método acertado para conocerla era la dialéctica materialista. Al analizar las diferentes formas de movimiento de la materia, su unidad, sus mutaciones y sus peculiaridades cualitativas, Engels puso los cimientos de la clasificación dialéctica materialista de las ciencias naturales. 
A lo largo de toda su obra fue intransigente con la seudociencia y el clericalismo; criticó a los idealistas y a los materialistas vulgares, la metafísica y el burdo empirismo. Caracterizando el estado de las ciencias naturales desde el punto de vista de la concepción del mundo más avanzada, más revolucionaria -el materialismo dialéctico-, Engels se asomaba bastante al futuro, formuló varias hipótesis y anticipó algunos descubrimientos científicos que se harían mucho más tarde. Por ejemplo, propugnó la tesis de la estructura compleja de los átomos, afirmando que no eran meras partículas ínfimas de la materia. El desarrollo de la ciencia corroboró luego este concepto de Engels.

En el brillante ensayo titulado El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre Engels demostró que el trabajo fue determinante para la constitución fisiológica del hombre, para el surgimiento del idioma y para la formación de la sociedad humana. Pese a que en algunas particularidades concernientes a la física, la química y la biología, que desde entonces han progresado mucho, algunas tesis de Engels han envejecido, su Dialéctica de la Naturaleza tiene un gran valor científico y filosófico hasta nuestros días.



Maestro del proletariado europeo


El 14 de marzo de 1883 moría Carlos Marx, lo que dejó consternado a Engels, causándole un cambio decisivo para el resto de su vida. Aquella noche Engels informó por cable a los camaradas la gran pérdida que acababa de sufrir el movimiento obrero internacional: A pesar de que hoy en la tarde lo he visto yaciendo inmóvil en su lecho, con el rostro petrificado para siempre, no puedo todavía hacerme a la idea de que su inteligencia genial ha dejado de enriquecer al movimiento proletario de los dos hemisferios, escribió a Liebknecht. La humanidad tiene un talento menos, la mente más prodigiosa de nuestro tiempo, decía a F.A.Sorge.




La muerte de Marx fue para Engels doblemente dolorosa: moría no sólo el genial jefe del movimiento al que él mismo había consagrado su vida, sino también su compañero de toda la vida, fiel amigo y camarada.

El 17 de marzo de 1883 Marx fue inhumado en el cementerio de Highgate, de Londres. Ante la tumba de su amigo un Engels pronunció un discurso emocionante ensalzando la gesta científica de Marx y la heroica vida de aquel luchador por la causa del proletariado, por la causa de todos los trabajadores y oprimidos.

En aquellas duras jornadas, cuando tuvo que informar de la muerte de Marx a los revolucionarios de todos los países, Engels no se doblegó ante aquel horrible golpe. Ahora tú y yo somos, quizá, los últimos que quedamos de la vieja guardia de los tiempos anteriores a 1848 -escribía a un camarada al día siguiente de la muerte de Marx-. Pues bien, continuemos.  Las balas silban, los amigos caen, pero esto no es insólito para nosotros. Si cualquiera de los dos cae abatido por una bala, ojalá nos entre bien que no tengamos que retorcernos demasiado al agonizar.



Si en vida de Marx Engels hizo cuanto estuvo a su alcance para abrir el camino al genio y ayudarle a escribir El Capital, después de la muerte de su gran amigo dejó a un lado sin el menor titubeo sus propios estudios científicos y consagró el resto de su vida a concluir la obra y publicarla. Ante todo habría de dar a la prensa el original del segundo tomo de El Capital, luego, el tercero y, finalmente, los borradores del cuarto (La teoría de la plusvalía), sin hablar ya de otros escritos menos voluminosos de Marx. Al empezar a trabajar con los manuscritos de El Capital, a los 62 años de edad, Engels vivía carcomido por la inquietud de que no podría cumplir sus propósitos. Tenía que descifrar la ilegible escritura de Marx, arreglar todos los manuscritos que quedaban de él y recopilarlos en una obra íntegra y consumada.  Salvo él nadie podía hacerlo. Cuando al poco de la muerte de Marx una gran enfermedad le hizo guardar cama durante casi seis meses, privándole de la posibilidad de poner en orden El Capital, escribíó en una carta: Esto me desasosiega sobremanera, porque soy yo el único de los que quedo con vida capaz de descifrar esta escritura, de comprender esas abreviaturas de palabras y de frases enteras. En su afán de recuperar el tiempo perdido a causa de la enfermedad, se pasaba las noches enteras pasando a limpio los manuscritos de Marx.  Como resultado, volvió a enfermar y los médicos le prohibieron de nuevo sentarse al escritorio. Entonces decidió contratar a un secretario. Tendido en un sofá, dictaba el texto, de las 10 de mañana a las 5 de la tarde.



Pero pasar a limpio el manuscrito no era más que una parte de lo que hacía. Tenía que realizar un extenso trabajo creador. El original del segundo tomo de El Capital tenía dos variantes completas y otras seis incompletas. A la par de varios apartados redactados de forma exhaustiva, había en él otros, no menos importantes, pero apenas esbozados. Por eso Engels tuvo que estudiar escrupulosamente el manuscrito con todas las variantes de sus diferentes pasajes y redactar él mismo varios intercalados. Como señalaría luego en su prólogo al segundo tomo de El Capital, procuró hacerlo en el espíritu del autor. En febrero de 1885 Engels dio por concluido el trabajo con el original del segundo tomo y remitió el manuscrito a la imprenta. Luego, sin la menor dilación, empezó a dictar el tercer tomo. Esta obra de Marx, comentaba, es excelente y brillante. Es realmente una revolución inaudita en toda la economía política. Sólo así nuestra teoría obtiene un fundamento incólume, y nosotros podremos actuar triunfando en todos los frentes. La redacción definitiva del tercer tomo costó a Engels una tensión colosal. Tuvo que hacer varias trasposiciones y adiciones, explicándolas todas con los máximos escrúpulos. Ordenaba los manuscritos de Marx con gran esmero y evocando siempre el mayor afecto a su autor: Necesitaré trabajar bastante aún -escribía- porque en un hombre como Marx cada palabra es oro. A mí me resulta grato: haciendo este trabajo me siento de nuevo en compañía de mi viejo amigo.



Tardó casi diez años en preparar la edición de tercer tomo, no sólo por lo extensa y complicada que era la obra, ni porque se le fue debilitando la vista. Además de esa labor tenía un sinfín de ocupaciones. Tuvo que corregir la versión inglesa del primer tomo que él mismo había terminado en 1886; debía supervisar las nuevas ediciones del primero y del segundo, así como varias publicaciones y traducciones de otros escritos de Marx (Miseria de la filosofía, El 18 Brumario de Luis Bonaparte, La guerra civil en Francia, Las luchas de clases en Francia, etc.) y también los suyos propios, escribiendo prefacios a todas ellas.




En 12 años que vivió después de la muerte de Marx, Engels redactó numerosos artículos y publicó dos libros, ambos de gran valor teórico. Editando en 1884 El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado cumplía el testamento de Marx, que había incubado la idea de escribir sobre dicho tema, había reunido material para hacerlo, pero le había faltado tiempo para consumar su idea. Engels utilizó los fragmentos que Marx había sacado, acompañados de sus observaciones críticas, del libro de Lewis H. Morgan La sociedad antigua. Lenin calificó este estudio como una de las obras básicas del socialismo moderno.  Fue un nuevo avance en la concepción materialista de la historia y en la interpretación de los problemas del comunismo científico. Puso los cimientos a los estudios marxistas de la sociedad primitiva, del origen, las etapas y las formas de desarrollo de la familia. Pero lo fundamental es que Engels hizo en él un análisis histórico del origen y del desarrollo del Estado, así como de las premisas de su desaparición para el futuro. Mostró a través de toda la historia universal, empezando por la sociedad primitiva, cómo fueron surgiendo las clases y el Estado, explicó el papel que en la lucha de clases correspondía a este último, sus peculiaridades y formas en las diferentes fases de desarrollo. 



Engels desenmascaró las teorías burguesas de que el Estado era una estructura por encima de las clases y, basándose en hechos históricos, demostró que en la sociedad de clases antagónicas, el Estado era un instrumento de la clase dominante. Como en la historia ha habido períodos sin clases, y por consiguiente sin Estado, sobrevendrá inminentemente una fase nueva en la cual el Estado dejará de existir: Con la desaparición de las clases desaparecerá inevitablemente el Estado. 


La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce. Es trascendental también Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, escrito en 1888, donde Engels explicó la actitud del marxismo ante los filósofos anteriores a él, expuso la filosofía de Hegel y la de Feuerbach, así como la influencia que habían ejercido en Marx y en él mismo. También desentrañó los defectos cardinales de la filosofía idealista del primero y la cortedad del materialismo del segundo. Como en otras obras suyas, Engels propugnó el partidismo de la filosofía, encuadrando cuantas cuestiones analizaba en la lucha entre los dos campos filosóficos: el materialismo y el idealismo. Ofrecen gran interés teórico las cartas que Engels escribió a comienzos de los años 90 abordando el tema del materialismo histórico. Criticó en ellas a los vulgarizadores de este último, quienes sostenían que el factor económico era el único activo en el proceso histórico, mientras la superestructura política e ideológica no representaba sino corolario pasivo de aquél y no tenía ningún ascendiente sobre la historia. 



Explicó que los factores económicos no causaban efectos automáticamente, que los hombres mismos eran los forjadores de la historia y que en el proceso histórico las condiciones económicas resultaban determinantes sólo en última instancia: La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levantan -las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas batallas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas- ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Al desarrollar la idea de que la superestructura, comprendido el poder estatal, ejerce una influencia inversa sobre la economía de la sociedad, Engels preguntó: ¿Por qué luchamos por la dictadura política del proletariado si el poder político es económicamente impotente?



Engels no pudo reanudar su trabajo sobre la historia de Irlanda ni sobre la Dialéctica de la Naturaleza, ni tampoco redactar otras obras que había concebido. Se proponía escribir una detallada biografía de Marx, la historia del movimiento socialista alemán de 1843 a 1863 y la historia de la I Internacional. Pero logró publicar solamente una biografía breve de Marx y varios artículos y prólogos (Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas, Marx y la Nueva Gaceta Renana, etc.), dilucidando el primer período de la lucha junto a Marx por fundar el partido del proletariado. Tampoco llegó a preparar la edición del cuarto tomo de El Capital, titulado Teoría de la plusvalía. Los estudios económicos de Marx fueron tan vastos y profundos que esta obra es aún más extensa que El Capital y su publicación fue inicialmente acometida por Kautsky, que ofreció una versión manipulada de la misma. La versión definitiva y precisa que hoy conocemos es obra de los comunistas soviéticos y gracias a ella conocemos todo el pensamiento económico anterior a Marx, expuesto por él mismo.




En la obra "Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana" del año 1886, de crítica de la filosofía reinante y falta de concepción cientifica, enfrente al idealismo de Hegel, aunque a veces confundido con matices de materialismo, surge Feuerbach con su materialismo, limitado éste por los pocos avances de las Ciencias Naturales de la época, lo que hacía "predominantemente mecánico". Hegel creía o aparentaba creer en la existencia de un ser supremo, creador de todas las cosas, por lo tanto esto es el principio de todo. Feuerbach cree en el hombre como tal, a la par de la naturaleza, con su cerebro, siendo el espíritu parte de la materia. Porque si Feuerbach creía que el pobre con hambre, en estado de miseria ni siquiera podría pensar, Engels y Marx creen todo lo contrario; esto debe ser precisamente la base de la lucha por conseguir sus derechos, lanzando la famosa frase: "Proletarios del mundo entero, uníos". Porque Feuerbach, discípulo del idealista Hegel renunció al Idealismo Hegeliano y se volvió materialista, pero Metafísico, es decir "consideraba a la naturaleza en estado de reposo y por lo tanto también a la sociedad, inamovible y sin proceso de cambios" y Marx, tomando lo mejor de las ideas de Hegel y Feuerbach, lo invirtió tomando el punto fundamental, desarrollando su Materialismo Dialéctico.  Marx si ve lo que Hegel y otros no ven y se da cuenta de los distintos tipos de enajenación: política, religiosa, económica, de que hay explotadores y explotados, lo que es valedero en la actualidad, aún, como consecuencia del lugar en la historia se ha dado el capitalismo, tan difícil de atacar. A pesar de lo visionario que fue Marx, creo, que no hemos encontrado las estrategias para combatirlo, y lejos de ello, se han cometido errores, que por desconocimiento del verdadero pensamiento de Marx, se han achacado a su obra.


Consagró mucho tiempo y esfuerzos a la dirección del movimiento proletario internacional. Escribió que éste, mientras cobraba auge, requería su ayuda con mucha más frecuencia de la que él mismo quisiera en vista de la labor teórica que estaba realizando. Sin embargo, para quien como yo ha actuado durante más de cincuenta años en este movimiento, los trabajos relacionados con él constituyen un deber indeclinable, que reclama ser cumplido puntualmente. Engels era consciente de la responsabilidad que asumía al sustituir a Marx tanto en el campo de la teoría como en el de la dirección política práctica: Durante toda mi vida he venido cumpliendo mi destino: he sido el segundo violín y creo haberlo cumplido de manera aceptable. Me alegraba acompañar a un primer violín tan excelente como era Marx. Pero ahora que en las cuestiones de la teoría tengo que hacer las veces de Marx y tocar el primer violín, no puedo dejar de tener faltas, y nadie lo comprende mejor que yo. Pero solamente cuando sobrevengan tiempos más tempestuosos, sabremos valorar realmente lo que hemos perdido con la persona de Marx. Ninguno de nosotros tiene una óptica tan amplia como la suya en cada momento preciso, cuando era necesario actuar con rapidez, dar con la solución acertada y encauzar enseguida el golpe contra el lugar decisivo. Cierto es que en los períodos de calma sucedía a veces que los acontecimientos confirmaban que la razón la tenía yo y no él, pero en los momentos revolucionarios sus juicios eran casi infalibles.




Para comprender lo inmenso y complejo que era entonces dirigir el movimiento socialista internacional, hay que saber que éste iba ampliándose muchísimo, y en los diferentes países las condiciones y el carácter de la lucha variaban bastante: Después de fallecer Marx -escribió luego Lenin- Engels, solo, siguió siendo el consejero y dirigente de los socialistas europeos. A él acudían por igual en busca de consejos y orientaciones tanto los socialistas alemanes, cuya fuerza a pesar de las persecuciones gubernamentales, aumentaba constante y rápidamente, como los representantes de países atrasados, por ejemplo, españoles, rumanos y rusos, que debían meditar y sopesar bien sus primeros pasos. Todos ellos aprovechaban el riquísimo tesoro de conocimientos y experiencias del viejo Engels.




En el movimiento socialista de Inglaterra y de Estados Unidos, Engels criticó su alejamiento de las masas, su sectario y su dogmatismo, añadiendo que era incapaz de aplicar la teoría marxista a las condiciones concretas de cada país. Tomaba en consideración las peculiaridades de aquellos dos países, en que el proletariado, por distintas razones económicas y políticas, iba a la zaga de la burguesía, muy ducha en engañar, corromper y sobornar a los obreros. 



La primera tarea de los socialistas en estos países -señalaba Engels- era despertar la conciencia política de la clase obrera y organizarla sobre una base teórica que, aunque no fuese aún elevada, debía ser capaz de abrir la brecha en la influencia burguesa. Por eso Engels criticó a los socialistas alemanes residentes en Estados Unidos, quienes, habiendo convertido la teoría del comunismo científico en un dogma muerto, pretendían imponerla a los obreros norteamericanos, atrasados e indiferentes a cualquier teoría: Los alemanes no han sabido hacer de su teoría la palanca que pusiese en movimiento a las masas norteamericanas. Ellos mismos no comprenden en la mayoría de los casos esta teoría y la abordan doctrinaria y dogmáticamente como algo que debe aprenderse de memoria y creen que esto bastará en todas las ocasiones de la vida. Para ellos es un dogma y no una guía para la acción. 



Creyó que los socialistas de Estados Unidos deberían, siguiendo la táctica que Marx y él emplearan en el período de 1845 a 1848, participar en todo movimiento realmente general de la clase obrera, admitiendo el punto de partida de éste tal como era de hecho y, poco a poco, ir poniéndolo a la altura de la teoría, insistiendo en que cada error cometido y cada revés sufrido era consecuencia irreversible de las tesis teóricas incorrectas del programa primitivo.




En el movimiento socialista de Inglaterra la situación era algo parecida a la de Estados Unidos. En los años ochenta el movimiento obrero, por fin, se animaba. En lo socioeconómico esto se debía a que Inglaterra iba perdiendo su antiguo monopolio industrial en competencia con Estados Unidos y Alemania y a que había entrado en una fase de recesión económica, que vino a empeorar fuertemente la condición de las grandes masas obreras. Pero, pese al auge del movimiento de masas, registrado en la primera mitad de aquella década, las organizaciones socialistas no pasaban de ser sectas enfrentadas y sin influencia entre los obreros.




Engels se esforzaba por formar también en Inglaterra a los marxistas instruidos en lo teórico, que contactasen con el movimiento obrero y fuesen capaces de poner los cimientos de un auténtico partido obrero. Lanzó una campaña contra la oportunista Federación Socialdemócrata y contra Hyndman, su dirigente, a quien consideraba -como habría de comprobarse luego- por un arribista carente de escrúpulos. Tomó parte activa en la escisión de la Federación. En su casa se reunían los militantes de izquierda, entre ellos, Eleonora Marx y su marido Edward Aveling, periodista. Pero no quiso solidarizarse de antemano con la Liga Socialista, formada a raíz de la escisión, mientras no demostrase en la práctica que su orientación era acertada. Al poco tiempo la Liga Socialista se deslizó hacia el anarquismo y los partidarios de Engels rompieron con ella.




En la segunda mitad de la década del 80 en Inglaterra se registró un gran auge del movimiento obrero: se fundaron las primeras trade uniones de obreros de baja calificación, se produjeron huelgas, la mayor de las cuales fue una general de los portuarios de Londres (1889), saludada por Engels como comienzo de un viraje en el movimiento obrero inglés, en el que él participó de modo activo. Había reunido en torno a él un pequeño grupo de socialistas -Eleonora Marx, Edward Aveling- y de proletarios que les seguían, como Thomas Mann, John Burns y William Thorne. Por consejo de Engels, el matrimonio Aveling desplegó en los barrios obreros de Londres una activa agitación, cuyas consignas eran la implantación de la jornada laboral de 8 horas y la fundación de una organización política proletaria independiente.




Engels acogió bien la constitución del Partido Obrero Independiente en 1893, al que se unieron al principio sus partidarios: los Aveling, Mann y otros. Pero también en esta organización llegaron a prevalecer al poco tiempo los elementos oportunistas, y los partidarios de Engels salieron de ella.




Engels declinaba todas las propuestas de fundar una nueva organización proletaria internacional, considerándolo prematuro, porque en países importantes no se habían creado aún partidos socialistas y, tanto en Europa como en América, la situación política no se había agudizado lo suficiente como para poner al orden del día la institución de una nueva Internacional. Engels concebía ésta como netamente comunista, esperaba que proclamaría los principios del comunismo científico y no sería sólo una asociación propagandística, sino también militante.  Pero entonces estimaba que no había llegado todavía la hora de fundar esa internacional de verdad. Sin embargo, cuando los elementos oportunistas encabezados por los posibilistas franceses y la Federación Socialdemócrata de Hyndman se prepararon en 1883 para fundar una organización internacional, Engels se lanzó al combate para frustrar todo intento de crear una Internacional oportunista. Opinaba que la lucha desplegada con motivo de la convocatoria de un congreso internacional continuaba a las que se habían sostenido en el seno de la Internacional. El enemigo es el mismo -escribió a F.A.Sorge- con la única diferencia de que ha sustituido la bandera del anarquismo por la del posibilismo, de igual manera vende sus principios a la burguesía por unas concesiones paliativas y, fundamentalmente, por privilegios para sus dirigentes (miembros de municipalidad, de la bolsa de trabajo, etc.). La táctica es la misma.




La repulsa de Engels a los oportunistas fue una premisa necesaria para el éxito del Congreso de París (1889), en el cual se fundó la II Internacional. En su seno Engels rebatió tanto a reformistas como a anarquistas. Aplaudió los acuerdos del Congreso de Bruselas (1891) que expulsó a estos últimos de la Internacional. El Congreso de París resolvió celebrar todos los años el Primero de Mayo como jornada internacional del proletariado.  Realzándola como primera acción internacional del proletariado en lucha, Engels escribió el 1 de mayo de 1890 el prólogo a una nueva edición alemana del Manifiesto del Partido Comunista, explicando las vicisitudes que este documento había tenido desde que apareció. Hizo recordar que cuando 42 años antes Marx y él lanzaron al mundo la consigna ¡Proletarios de todos los países, uníos!, fueron muy pocas las voces que contestaron. Pero desde entonces el movimiento obrero había avanzado mucho, testimonio de lo cual era para Engels aquella jornada internacional: El espectáculo de hoy abrirá los ojos a los capitalistas y a los terratenientes de todos los países y les enseñará que la unión de los proletarios del mundo es ya un hecho. ¡Ojalá estuviese todavía Marx a mi lado, para verlo con sus propios ojos!



Pese a su avanzada edad, Engels siempre asistió a las manifestaciones de los obreros ingleses el Primero de Mayo.




En 1893 estuvo asimismo en Zurich en el III Congreso de la Internacional. Pronunció un discurso en su sesión de clausura en inglés, francés y alemán. Conmovido por la acogida entusiasta que le dispensaron los delegados, declaró que no la atribuía a su propia personalidad, sino a la de un colaborador del gran hombre cuyo retrato nos preside y señaló al de Marx. Han pasado 50 años justos desde que Marx y yo nos sumamos al movimiento, publicando nuestros primeros artículos en los Anales franco alemanes. Desde entonces el socialismo, de unas pequeñas sectas se ha convertido en un poderoso partido que hace temblar a todo el mundo oficial. Marx murió pero, si siguiera vivo, no habría nadie en Europa y América que pudiera con tanto orgullo echar una mirada retrospectiva a la causa de su vida.




El viaje de Engels a Zurich, pasando por Viena y Berlín fue triunfal. Al hablar en mítines masivos, señalaba siempre que los aplausos que le aclamaban no eran para él, sino para Marx, del cual había sido colaborador y compañero de lucha. Si yo he logrado hacer algo para el movimiento en cincuenta años que he venido participando -manifestó en Viena-, no requiero por ello recompensa alguna. ¡Mi mejor recompensa sois vosotros! Tenemos camaradas en todas partes: en las cárceles de Siberia, en los yacimientos auríferos de California y hasta en Australia... Somos una gran potencia que infunde miedo, una potencia de la que depende más que de las demás grandes potencias. Eso me causa orgullo.  Fundada la II Internacional, la actividad política partidista de Engels adquirió mayores proporciones.  En aquel período le causaba grandes recelos el Partido Obrero de Francia. En las cartas dirigidas a Paul y Laura Lafargue, Engels explicó los errores que Paul y algunos otros socialistas franceses habían cometido con respecto al movimiento dirigido por el general Boulanger, un aventurero político. Estimando que una de las primeras tareas de los socialistas de todos los países era evitar la amenaza de una guerra generalizada, insistió en que el movimiento boulangerista era muy peligroso, por estar amasado en el chovinismo y el revanchismo.




Debido a los importantes éxitos electorales del Partido Obrero de Francia a comienzos de los años 90, varios dirigentes cayeron en las tendencias oportunistas y en su labor empezaron a insistir en la necesidad de ganar votos. Al objeto de formar una fracción parlamentaria lo mayor posible, los guesdistas y otros socialistas accedieron a que su fracción se ligara a un nuevo grupo socialista formado en el parlamento, dirigido por Millerand y Jaurès. Engels calificó aquel matrimonio de interés como sumamente peligroso y advirtió con insistencia que los socialistas no se dejasen llevar por los millerandistas.




Un año antes de morir, se manifestó contra el oportunismo en la cuestión agraria, expresado en el programa agrario de los socialistas franceses adoptado en el Congreso que el Partido Obrero reunió en Nantes en 1894. En este documento el partido asumió el compromiso de proteger de la ruina la propiedad campesina en la sociedad capitalista. Los socialistas franceses prometieron salvar la propiedad no sólo a los pequeños campesinos, sino también a los arrendatarios que explotaban a los obreros asalariados. Los socialistas de Francia que incluyeron en su programa aquellas tesis oportunistas no se quedaron solos. Los socialdemócratas alemanes formularon propuestas análogas en su Congreso de Frankfurt aludiendo al programa de los socialistas franceses adoptado en Nantes y acogido, presuntamente, con aprobación por Federico Engels.



Por eso Engels tuvo que intervenir públicamente tanto contra el programa de Nantes como contra los representantes de la socialdemocracia alemana que lo apoyaban. En una carta enviada a la redacción del periódico Vorwärts (Adelante) escribió que no sólo no había aprobado, sino que había criticado el programa de Nantes y que los hombres que querían conservar la pequeña propiedad campesina deseaban algo imposible en el aspecto económico y asumían un punto de vista reaccionario para hacer menos doloroso para los campesinos su inexorable fracaso. 



Engels criticó estos programas en el artículo El problema campesino en Francia y en Alemania publicado en 1894 en Neue Zeit (Tiempo Nuevo), diciendo a los socialistas franceses y alemanes que habían amoldado los programas del partido proletario a las ilusiones que tenían los campesinos como pequeños propietarios. Engels explicó que esas concesiones oportunistas que prometían perpetuar la propiedad campesina, en vez de explicar a los campesinos la absoluta certeza de que la gran producción capitalista pasará por encima de su impotente y anticuada pequeña explotación, como un tren por encima de un carrito de mano. Al mismo tiempo Engels insistió en que la cuestión agraria era de enorme importancia para los partidos socialistas. Para conquistar el poder político, hasta en los países más industrializados, los partidos socialistas deberían trabajar en el campo y convertirse allí en una fuerza. Engels se opuso resueltamente a la tendencia a reunir sin escrúpulos votos campesinos, a los intentos de atraer al lado del proletariado las capas del campesinado que por su condición no podían ser aliados suyos. Era necesaria una actitud diferenciada respecto al campesinado. Esbozó la táctica que los partidos socialistas deberían emplear antes y después de la toma del poder frente a los pequeños campesinos, lo campesinos medios y los campesinos ricos, así como frente a los grandes terratenientes.



Al analizar la actitud hacia el campesinado por el partido socialista después de la toma del poder, Engels no predeterminó las formas concretas de poner a las pequeñas haciendas campesinas en el camino de la agricultura socialista cooperativizada, dado que esta formas dependerían de las condiciones concretas en que el proletariado obtendría el poder político: Es igualmente evidente que cuando tengamos el poder del Estado no podremos pensar en expropiar violentamente a los pequeños campesinos (sea con indemnización o sin ella) como nos veremos obligados a hacer con los grandes terratenientes. Nuestra misión respecto a los pequeños campesinos consistirá, ante todo, en encauzar su producción individual y su propiedad privada hacia un régimen cooperativo, no por la fuerza, sino por el ejemplo y brindando ayuda para ese objeto. Y aquí tendremos, ciertamente, medios sobrados para presentar al pequeño campesino una perspectiva de ventajas que ya hoy tienen que parecerle evidentes.




La crítica del programa de Nantes fue un rechazo a los oportunistas que había no sólo en el partido francés, sino también en otros partidos de la II Internacional, en primer término, en la socialdemocracia alemana, la cual seguía a la vanguardia del movimiento obrero internacional. En el contexto de las leyes de excepción, supo ampliar sus contactos y consolidar su influencia, gracias a que combinaba el trabajo legal y el clandestino y, bajo la dirección de Marx y Engels, no dejaba de combatir el oportunismo.



La lucha contra el revisionismo


Dimitido Bismarck y derogadas las leyes de excepción contra los socialistas, en el Partido Socialdemócrata volvió a plantearse el problema de la táctica y los métodos de lucha. Por un lado, había surgido una oposición oportunista de izquierda, dirigida por jóvenes intelectuales y estudiantes que pretendían ser los teóricos y dirigentes del partido. No aceptaban la necesidad utilizar las posibilidades legales, exigían renunciar a la actividad parlamentaria y acusaban al partido de oportunismo. Cuando Sachsische Arbeiter Zeitung (Gaceta Obrera de Sajonia), el órgano de los jóvenes, como se llamaba a los izquierdistas, insinuó que Engels se solidarizaba con ellos, él criticó su táctica. El Congreso del Partido Socialdemócrata Alemán reunido en 1891 en Erfurt acordó que si los dirigentes de los jóvenes incumplían las resoluciones, serían expulsados. Los representantes de la oposición izquierdista abandonaron aquel Congreso.




Pero la lucha que sostenía Engels en el interior de la socialdemocracia alemana -lucha de alcance internacional- iba en dos direcciones y él concentró el fuego de su crítica contra los reformistas, que pregonaban la evolución pacífica hacia el socialismo, denunciándolos como enemigos jurados de la clase obrera. El viraje a las concesiones hecho por las clases dominantes, había significado que en el interior del partido se reactivasen también los elementos oportunistas de derecha, que, admitiendo que el gobierno de las clases dominantes podía actuar en bien de todo el pueblo, plantearon la revisión a la teoría marxista del Estado; como consecuencia afirmaban que la nueva sociedad llegaría desde un gradual desarrollo pacífico.




Surgió el peligro de que la influencia que ejercían los oportunistas de derecha repercutiera en el proyecto de programa que en vez del viejo, el de Gotha, el partido debía aprobar en el Congreso de 1891 en Erfurt. En vista de ello Engels decidió publicar la Crítica del Programa de Gotha, y la carta adjunta de Marx, que en 1875 se destinó únicamente a los dirigentes del partido. Al publicar la Crítica del Programa de Gotha Engels sabía que los oportunistas saltarían indignados. No se equivocó. Varios dirigentes reformistas interrumpieron la correspondencia con él. La discusión del proyecto de programa de la socialdemocracia alemana le dio el pretexto de caerle al oportunismo conciliador de Vorwärts y a la alegre, piadosa, divertida y libre evolución del viejo y sucio capitalismo hacia la sociedad socialista. Engels criticó argumentadamente las reivindicaciones políticas y económicas que contenía el proyecto de programa así como la idea de que sería posible establecer pacíficamente la república, e incluso la sociedad comunista.

Luego, en 1895, poco antes de morir, Engels lanzó una segunda bomba ideológica: la introducción que había escrito a la obra de Marx La guerra civil en Francia, criticando la veneración supersticiosa hacia el Estado y demostrando que éste no era sino una máquina por medio de la cual una clase mantenía oprimida a otra. A las teorías oportunistas del tránsito pacífico al socialismo, opuso la experiencia de la Comuna de París, que había demostrado en la práctica que la clase obrera, una vez en el poder, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, tenía, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento.




Engels concluyó su introducción a La guerra civil en Francia fustigando a los oportunistas del Partido Socialdemócrata Alemán en los siguientes términos: Últimamente, las palabras ‘dictadura del proletariado’ han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: he ahí la dictadura del proletariado.




En aquel período histórico era necesario aprovechar la legalidad burguesa para ampliar la propaganda socialista, fortalecer las organizaciones proletarias y desarrollar la conciencia y la unidad del proletariado. El proletariado alemán constituía entonces la punta de lanza del movimiento revolucionario internacional, y Engels resaltó que había suministrado a sus camaradas de todos los países un arma nueva al mostrarles el modo de utilizar eficazmente el sufragio universal. Pero a partir de aquí los reformistas desarrollaron el culto al voto, oponiéndolo a la lucha revolucionaria de masas y a la lucha armada. Para Engels el voto era un arma de gran efectividad en aquellas condiciones porque permitía utilizar las instituciones burguesas contra las instituciones mismas. Por lo tanto, era obligado utilizar el voto, saber dominar esa forma de lucha, pero en modo alguno como el instrumento decisivo para alcanzar la victoria sobre el capitalismo.




En aquel escrito Engels planteaba la táctica del proletariado para una época en que la base capitalista tenía todavía gran capacidad de extensión, y a la cual le correspondía un régimen de democracia burguesa. La utilización revolucionaria del voto se correspondía, en definitiva, con una situación de auge mundial de la burguesía, y mientras se mantuviera esa situación, permitía un compromiso, una especie de contrato entre ambas clases. Por tanto, advertía Engels, si la burguesía rompe ese contrato, la socialdemocracia queda en libertad y puede hacer lo que quiera. Engels no consideraba que aquella situación pudiera prolongarse indefinidamente. Advertía que los crecientes éxitos de la socialdemocracia en las elecciones al Reichstag acabarían por alarmar a las clases dominantes, y éstas decidirían renunciar a la legalidad burguesa establecida por ellas mismas, para emplear la violencia contra la clase obrera y su partido.

Cuando la clase obrera logra organizar un partido revolucionario de vanguardia, se convierte en el enemigo por antonomasia del Estado burgués. En su obra El papel de la violencia en la Historia escribió: En política sólo hay dos poderes decisivos: la fuerza organizada del Estado, el ejército, y la fuerza elemental, no organizada, de las masas populares. Para acabar con esa dualidad de poderes en diciembre de 1894 el Reichstag sometió a debate un nuevo proyecto de ley antisocialista, con el pretexto de que la socialdemocracia fraguaba un golpe de Estado. 


 La labor legal que venía realizando la socialdemocracia, aumentando cada vez más su influencia sobre las masas, le creaba grandes dificultades. Por entonces asomaba ya la época del imperialismo y la burguesía comenzaba a clamar por romper con aquella legalidad creada por ella misma, porque una táctica acertada del proletariado permitía volverla en su contra. No era la socialdemocracia sino las clases dominantes quienes tramaban un verdadero golpe de Estado contra su propia legalidad.




Engels no tenía ningún respeto supersticioso hacia la legalidad burguesa, de modo que en su introducción a la obra de Marx La lucha de clases en Francia enfocó la cuestión de la lucha armada desde un punto de vista práctico, y comprobó que, dada la evolución de las nuevas armas y las nuevas técnicas creadas por la burguesía en ascenso, una victoria efectiva de la insurrección sobre las tropas en la calle sería una de las mayores rarezas. Señaló que en comparación con los tiempos de 1848 y de 1871, las condiciones de la lucha armada callejera habían cambiado. El ejército se fortaleció y estaba mucho mejor armado que antes; los ferrocarriles permitían trasladar con rapidez las tropas, las calles rectas y largas de las nuevas barriadas urbanas facilitaban el empleo de cañones y fusiles perfeccionados. Por tanto, en comparación con 1848 las condiciones eran menos favorables para los combatientes de la población civil y mucho más favorables para las tropas. No significa que los combates callejeros no vayan a desempeñar papel alguno en el futuro, sino que deberán preferir el ataque abierto a la táctica pasiva de las barricadas. Con esto Engels adelantaba uno de los aspectos más importantes de la táctica insurreccional, que desarrollaría más tarde Lenin, basándose en la experiencia de la insurrección de Moscú y en el transcurso de la revolución socialista.



No habían de pasar muchos años para que la situación que describiera Engels se invirtiese, para que fuese una de las mayores rarezas la posibilidad de utilizar de forma revolucionaria el voto. En 1914, con la guerra imperialista y con la imposición en el interior de los países capitalistas de la reacción más desenfrenada, la posibilidad de utilizar la legalidad burguesa contra la propia burguesía desapareció para siempre. Por el contrario, la táctica de la ofensiva, de la guerrilla, combinada con las huelgas políticas de masas, cobró gran impulso. Desde entonces el arma nueva del proletariado pasó a ser la huelga general política combinada con la lucha armada. Hoy día el recurso generalizado de la lucha armada contra el imperialismo y el monopolismo es una de las características más señaladas del proceso revolucionario. El recurso a la lucha armada contra el imperialismo es una característica de la época actual.





Tal fenómeno debe explicarse en un contexto diferente al de la época de Marx y Engels. La expansión del capitalismo y la formación del mercado mundial han dado lugar a la liberación de amplísimas masas humanas del capitalismo, al retroceso del colonialismo. Es una etapa de declive de la burguesía, de transición de la burguesía progresista al reaccionario capital financiero, es la época del imperialismo, de las convulsiones imperialistas. Es forzoso, pues, que bajo la dominación reaccionaria del capital financiero la táctica del proletariado tuviera que cambiar.




Este texto de Engels, verdadero venero de enseñanzas militares, ha sido el más manipulado por los revisionistas. Al publicarlo Engels tuvo que hacer caso a los dirigentes del partido residentes en Alemania, que le exigían -dada la tensa situación del país por los debates de la ley contra el golpe de Estado- que suavizase algunos pasajes de su ensayo e incluso que omitiese algunos. Engels criticó la posición indecisa de la dirección del Partido y su afán de actuar exclusivamente en el marco legal. Pero, forzado a contar con la opinión de la dirección, consintió que se omitieran varios pasajes en las galeradas y que se modificaran algunas formulaciones, debido a lo cual, a juicio de Engels, el texto inicial perdió algo. Lo comentó en su carta a Kautsky de 25 de marzo de 1895: Mi texto quedó algo deteriorado a causa de la indecisión de nuestros amigos berlineses, asustados por el proyecto de ley preventiva contra un golpe de Estado, cosa que yo hube de tomar en consideración, a pesar mío.

Los oportunistas no tuvieron reparos en calumniar a quien había consagrado su vida a la lucha por la dictadura del proletariado y había combatido sin tregua el reformismo y el oportunismo. Afirmaron que en la introducción a La lucha de clases en Francia, su postrer artículo, Engels había revisado sus criterios y aceptado el camino del reformismo. Algunos dirigentes falsearon el texto descaradamente, presentando a Engels como un partidario del tránsito pacífico al socialismo. El 30 de marzo de 1895, el periódico Vorwärts (Adelante), órgano central del Partido Socialdemócrata, publicó un editorial titulado Cómo se hacen hoy las revoluciones en el que, sin conocimiento de Engels, se citaban algunos fragmentos de su Introducción especialmente escogidos y arrancados del contexto, que daban la impresión de que Engels era partidario de la legalidad a toda costa.Engels protestó a Guillermo Liebknecht, director de Vorwärts, contra esa tergiversación de sus opiniones y exigió que publicase el texto íntegro de su escrito.




Luego la Introducción de Engels, a instancia suya, se publicó en la revista Die Neue Zeit (Tiempos Nuevos) con las mismas omisiones que había tenido que hacer para la edición aparte. Pero incluso con las reducciones, la Introducción conservaba íntegro su carácter revolucionario. Había que recurrir a una tosca falsificación de los puntos de vista de Engels para interpretar este documento en un sentido reformista, como hicieron, después de la muerte de Engels, Bernstein en su trabajo Premisas del socialismo y objetivos de la socialdemocracia y otros revisionistas. Ocultando a los lectores el texto íntegro de la Introducción, silenciando las circunstancias que habían obligado a Engels a omitir varios pasajes y tergiversando el contenido del texto publicado, Bernstein y otros revisionistas afirmaban calumniosamente que Engels en su Introducción, que ellos querían hacer pasar por su testamento político, había cambiado sus ideas anteriores, adoptando poco menos que posiciones reformistas.



Durante décadas, la socialdemocracia alemana mantuvo oculto el texto íntegro de la Introducción para tratar de avalar con Engels sus posiciones reformistas. La Unión Soviética lo publicó íntegro por primera vez en 1930.



Engels consideraba que la guerra que se avecinaba era uno de los factores susceptibles de cambiar cardinalmente las condiciones de lucha y, por consiguiente, la táctica de la socialdemocracia alemana. Le alarmaba el entendimiento entre Francia y Rusia, pronosticado por Marx en el llamamiento del Consejo General de la Internacional hecho en 1870, y la configuración de la Triple Alianza (Alemania, Austria, Italia). Señaló que la guerra que se avecinaba adquiriría proporciones y causaría devastaciones inusitadas y, a diferencia de las localizadas, sería general.



Al analizar la situación internacional en los artículos La política exterior del zarismo ruso (1890) y El socialismo en Alemania (1891), así como en las cartas que en aquel período escribió a socialistas de diferentes países, Engels insistió en que el zarismo ruso era el baluarte principal de la reacción europea, contra el cual los socialistas de Europa occidental deberían librar una lucha consecuente. Al mismo tiempo estimaba que Alemania era el país en que se asentarían las premisas de la revolución socialista en un futuro próximo. Por eso opinaba que en caso de guerra los socialistas de Alemania deberían levantarse en defensa de su patria. Subrayaba que sólo podían garantizar una defensa verdadera de Alemania los métodos revolucionarios, la llegada al poder de la socialdemocracia, cuyo deber era encabezar las batallas revolucionarias.



Alarmado por el creciente peligro de guerra generalizada, Engels llamó a los socialistas de todos los países a luchar enérgicamente por la paz. Consignaba que la gran trascendencia histórica universal de la revolución socialista no sólo consistía en emancipar a la clase obrera, sino también en poner fin a todas las guerras que acarreaban incontables sufrimientos a la humanidad entera.



Pese a que Engels había entrado ya en la octava década de su vida, se veía siempre animado, optimista, juvenil incluso. Mirando a su cuerpo ágil, fuerte y recto, a su barba y cabellera tocadas con canas, se podía creer que apenas había pasado de los cincuenta años. Más joven aún era de espíritu: conservaba despierta la inteligencia, el sentido del humor y nunca se desanimaba. Eleonora Marx lo consideraba, por eso, el más joven de sus conocidos. Contó que durante un viaje que en unión de ella, su marido y Carl Schorlemmer hizo a América en 1883, fue el compañero e interlocutor más alegre y activo.




Hasta el fin de su vida a Engels le acompañó su inmensa laboriosidad y energía. Realizaba un volumen de trabajo propio de varios hombres a la vez. Todos los días le llevaban a su casa, en Regent's Park Road, un montón de periódicos en todos los idiomas europeos. Y Engels encontraba tiempo para verlos todos, comentar los acontecimientos y contestar a las cartas.



Según su costumbre, trabajaba intensa y metódicamente. En su apartamento reinaba un orden perfecto, establecido de una vez para siempre. En sus dos espaciosos y claros despachos -cuenta Paul Lafargue- las paredes no se veían tras los armarios de libros; en el piso no había ni un papel, y los libros, excepto unos diez, estaban todos en los sitios que les correspondían... Engels mostraba él mismo cuidado respecto a su aspecto físico: animado, apuesto, siempre vestido como para una gala... No conozco a nadie que usase tanto tiempo los mismos trajes sin que pasaran de moda y parecían siempre nuevos. Si en lo que se refería a sus necesidades personales era ahorrativo y se permitía hacer sólo los gastos que creía indispensables, se mostraba infinitamente pródigo cuando se trataba del partido o de los camaradas que le pedían ayuda.




Por la casa de Engels pasaban revolucionarios de todos los países del mundo. Se oía hablar en muchos idiomas; sobre todo, los domingos, los días en que Engels recibía tradicionalmente. Quienes tuvieron la suerte de acudir allí, recordarían toda la vida aquellas veladas dominicales, tan animadas, la amenidad en la charla y la alegría constante de Engels.



Por muchos que fuesen los visitantes, no todos eran bien acogidos. Es que la rica experiencia política de muchos años enseñó a Engels a recibir reticente a las personas desconocidas o dudosas y a despedir sin ceremonias a quienes se habían cubierto de oprobio traicionando la causa proletaria. Lo único que nunca perdona Engels -escribía Eleonora Marx- es la hipocresía. Jamás dará cuartel a quien no es sincero, aún consigo mismo y máxime a quien no guarde fidelidad al partido.



Pese a los inapreciables méritos que tenía contraídos ante el movimiento obrero internacional, Engels seguía comportándose con la máxima llaneza y modestia. Por ejemplo, cuando se enteró de que el coro de la Unión Comunista Obrera Cultural de Londres se proponía rendirle un homenaje con motivo de su cumpleaños, pidió encarecidamente que desistiesen de ello. Tanto Marx como yo -escribió- siempre hemos estado en contra de las manifestaciones públicas en homenaje a los individuos; esto sólo cabe cuando por medio de esa acción se puede alcanzar alguna meta importante; sobre todo nos hemos opuesto a que ese tipo de manifestaciones nos las hiciesen a nosotros personalmente en vida. La veneración y la atención que mostraban a Engels en tanto que líder consagrado del partido socialista, él las atribuía fundamentalmente a los méritos de Marx. Cuando en su setenta cumpleaños le llovieron telegramas, cartas y regalos, y la prensa partidista le dedicó artículos, lo comentó así: A mí me ha tocado cosechar los laureles de unas semillas que sembró un hombre más grande que yo: Carlos Marx. Lo único que puedo hacer es prometer solemnemente pasar el resto de mi vida prestando un servicio activo al proletariado, ser digno del homenaje que se me rinde.




Su cariño a Marx, mientras éste vivió, y su veneración a la memoria del amigo muerto -escribió Lenin- fueron infinitos. Engels, luchador inflexible y pensador severo, era hombre de una gran ternura. Honrando la memoria de Marx y enorgulleciéndose de los triunfos de la causa, por la cual habían estado luchando juntos, Engels arremetía contra cuantos intentaban calumniar a su gran amigo y, con ello, causar daño al movimiento obrero internacional. Para él era sagrado tanto Marx, como la esposa de éste, Jenny, quien, como dijera en los funerales, no sólo había asumido el destino, los trabajos y las luchas de su marido, también había participado en ellos con la máxima conciencia y el máximo fervor. Engels extendía también su afecto a las hijas de Marx, y éstas, a su vez, le consideraban como a un padre.



Mostró también mucho respeto y gratitud a Lenchen (Helene Demuth), la vieja doméstica, fiel amiga de Marx y de su esposa, considerada por ellos como uno más de la familia. Cuando Marx murió, Lenchen se trasladó a la casa de Engels (que vivía en soledad desde que en 1878 murió su esposa Lizzy) y se hizo su ama de llaves. Del papel que esa mujer jugó en la vida de él y de Marx, Engels escribía a F.A.Sorge, el 5 de noviembre de 1890, al día siguiente de morir ella: Hemos sido los dos últimos de la vieja guardia formada antes de 1848. Ahora he vuelto a quedarme solo. Tanto Marx durante largos años como yo en estos últimos siete pudimos trabajar con calma, se lo debemos en buena medida a ella.Engels veía con tristeza menguar las filas de sus viejos amigos y correligionarios, veteranos luchadores por la causa del proletariado. 


Acarició hasta sus últimos momentos que, triunfante el proletariado, desaparecieran los antagonismos entre las clases y las guerras entre los pueblos, haciéndose realidad la paz y la dicha en los países civilizados. Engels creía todavía tomar parte activa en la batalla decisiva. Vivir era para él trabajar, y trabajar era luchar. Cuando yo me vea ya incapaz de estar en la lucha, que me lleve la muerte, contestó a las felicitaciones de su setenta cumpleaños. Era su larga lucha proletaria lo que le había proporcionado esa inmensa energía juvenil: La lucha proletaria es la única grande, la única que está a la altura de los tiempos, la única que en lugar de debilitar al luchador le insufla energías siempre renovadas, escribió en una carta a Bernstein el 25 de enero de 1882.




Sin embargo, los años ya le pesaban. El 4 de diciembre de 1894 Engels escribía a F.A.Sorge que, al comenzar el año sententa y cinco de su vida, no se sentía ya tan animado como antes, si bien estaba todavía lleno de energías, no había perdido las ganas de trabajar y se creía en perfectas condiciones para hacerlo.




Pero entonces martirizaba ya sus entrañas el cáncer de esófago, horrible enfermedad que padecía y que los médicos le ocultaban.  El 5 de agosto de 1895 murió. Según su deseo expreso, el entierro fue muy modesto. Asistieron sólo sus amigos íntimos, sus discípulos y correligionarios; en total unas 80 personas procedentes de distintos países. Del Partido Socialdemócrata Alemán estaban Liebknecht y Singer; Bebel representaba a la socialdemocracia austríaca, que se lo había pedido; por el Partido Obrero de Francia estaba Paul Lafargue; por el movimiento obrero de Inglaterra, Eleonora Marx, Edward Aveling y Harry Quelch; de Bélgica, Anseele; de Rusia, Vera Zasulich y Stepniak (S. M. Kravchinski); de Italia, Valera; había también representantes de Holanda, Polonia y Bulgaria. Pronunciaron discursos de pésame Liebknecht, Bebel, Lafargue, Samuel Moore y otros camaradas y amigos de Engels. Cumpliendo la voluntad del difunto, sus restos mortales fueron incinerados; luego la urna fue llevada a Eastbourne, lugar preferido para descansar por Engels, y a cierta distancia de la costa, abandonada a las olas del mar.




Federico Engels, gran luchador y pensador revolucionario, tuvo una vida larga y plena. Hizo una contribución preciosa a la formación y el desarrollo del comunismo científico, a la defensa y la propagación del marxismo. En unión de Marx, dirigió las luchas revolucionarias de la clase obrera, ayudando a fundar organizaciones proletarias internacionales y nacionales y orientando sus actividades. Después de la muerte de su insigne amigo y correligionario, hasta el último de sus días, fue el dirigente indiscutible del movimiento obrero internacional.




Murió en los umbrales de una época nueva: la del imperialismo y de las revoluciones proletarias. La historia vino a plantear a la clase obrera nuevos y complicados problemas, no dilucidados en la obra de Marx y Engels. Había que desarrollar la teoría revolucionaria de la que eran fundadores y hacerlo con arreglo a las nuevas condiciones históricas de las luchas de clase del proletariado y de todas las masas trabajadoras.



Lenin, además de defender el marxismo contra las tergiversaciones e interpretaciones vulgares, lo desarrolló sobre la base de la experiencia acumulada por la clase obrera de Rusia y por el movimiento revolucionario mundial. Al analizar las condiciones históricas nuevas, enriqueció con importantísimas tesis teóricas las tres partes integrantes del marxismo, dando comienzo a una nueva etapa en el desarrollo del mismo. Un gran mérito suyo fue fundar un partido de nuevo tipo, encarnación de la unidad orgánica del socialismo y el movimiento obrero, de la teoría científica y la práctica revolucionaria. La Revolución de Octubre que inauguró una nueva etapa en la historia de la humanidad -la del tránsito del capitalismo al socialismo- fue un verdadero triunfo del marxismo-leninismo.



Los comunistas parten en su lucha de las leyes generales de la revolución y de edificación del socialismo y el comunismo, leyes ya enunciadas en la teoría marxista. Al hacerlo, tienen en cuenta que dichas leyes actúan en los diferentes países y abordan en dialéctica unidad, ligando fuertemente los aspectos internacionales y nacionales en esta lucha.




Poco antes de morir, Engels manifestó que le infundía esperanza la creciente unidad internacionalista de la clase obrera. Escribió que el ejército del proletariado internacional estaba formándose y la centuria que sobrevenía lo vería triunfar. Efectivamente, el siglo XX fue una época de cambios sociales trascendentales, confirmando lo anunciado por Engels y la plena vitalidad de las tesis que Marx y él elaboraron para transformar el mundo. 




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